
Aún te siento,
en esas noches de estío,
mágicas y perfumadas.
Rumor de río, de vida,
que todavía fluye en mi interior,
y se entremezcla con ese otro tan tuyo.
Tú derramado en mí,
entregado por entero,
acortando el espacio entre la tierra y el cielo.
El amor, luz de nuestras vidas,
más cegador e intenso,
que el oro del desierto.
Ahí permanecemos, congelados,
en aquella casa, entre sábanas arrugadas,
entrelazados, fundidos en uno, desafiando al tiempo y al espacio.
Llegaste a mí por casualidad, como un regalo,
Y me cubriste de miel dorada,
suave y delicioso, como un buen perfume.
Fragante como jugosa granada,
apuré cada grano con fruición,
llenándome la boca, con tu jugo azucarado.
Y ahí seguimos entre mundos paralelos,
suspendidos en la esfera de lo atemporal,
con nuestro amor hecho ámbar, engarzado en la Eternidad.
Ayesha, Ayesha, que poema más subidito de tono. Por supuesto me encanta.
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