martes, 30 de noviembre de 2010

SIGUE TU ESTRELLA





Marta despertó contenta aquella mañana, faltaban dos días para Navidad y podría suceder cualquier cosa, la magia estaba presente. El sol entraba a raudales entre las rendijas de su persiana, dando un toque irreal a la estancia.
Fuera hacía frío, los cristales de la habitación aparecían empañados. Retiró su edredón de corazones rojos y puso sus pies en la mullida alfombra azul, mientras buscaba sus zapatillas de terciopelo, a juego con su pijama.
Se dirigió al baño, al mirarse al espejo, descubrió una estrella dorada, en su mejilla izquierda. Se extrañó, ya que no había ido el día anterior a ninguna fiesta, ni tampoco se había probado ningún vestido ó sombrero, que pudiesen contenerla.
No obstante, lo tomó como un buen presagio prenavideño y decidió dejarla donde estaba. Quizás esa estrella sepa guiarme hacia un destino feliz, pensó mientras se peinaba.
Bajó a desayunar, un te rojo aromatizado con miel y algunas galletas, sin olvidar su zumo de naranja.
Subió a lavarse los dientes, contemplando complacida, como la estrella seguía en su sitio, iluminándole incluso, la cara, con su brillo. Se pintó los labios “de un rouge absolute”, tomó su cartera y marchó hacia la escuela.
Entró en el aula cinco, dispuesta a impartir la primera clase del día, sus alumnos bromearon sobre la estrella de su mejilla y ella rió con ellos. Cuando la clase finalizó, fue a la sala de profesores, a preparar la siguiente clase, cuando vio algo que brillaba entre sus libros, era otra estrella, ésta de color azul cielo.
Una extraña emoción calentó su corazón.
Cogió un libro de arte y seleccionó un contenido navideño, ese día era el indicado, para hablar sobre el origen de la Navidad.
Su jornada laboral terminó envuelta en un ambiente alegre, entrañable, se despidieron hasta el próximo año.
A las seis en punto regresó a su casa, abrió el buzón para ver su correo postal, encontró un sobre color sepia, sin remitente, lo rasgó con las manos un poco temblorosas, hallando una estrella mayor que las demás, era de color plateado. En su interior un mensaje “sigue tu estrella, ven el día de Navidad a las ocho de la tarde, a la cafetería Max Estrella”. Eso era todo. ¿Quién podría haberle mandado semejante misiva? Y además se había tomado la molestia de introducir las estrellas en su casa y en su trabajo.
Alguien muy cercano, desde luego. ¿Y que significaba “si quería seguir mi estrella”? Era un misterio, pero se sentía tan efervescente, como una copa de un buen champán francés.
El café lo conocía, estaba en el centro de la ciudad, era un lugar muy agradable, con un aire bohemio, literario.
Faltaban dos días para Navidad, tendría tiempo de pensar si acudiría a su cita con el destino.
Introdujo la llave en la cerradura de la puerta de su casa, se quitó el abrigo, la bufanda, los guantes y las botas, encendió la calefacción, tumbándose en el sofá con la tarjeta en la mano.
Instintivamente se tocó la mejilla para ver si la estrella de la mañana seguía en su sitio, se sorprendió al ver que ya no estaba, pero paradójicamente, se había pegado en la tarjeta, al igual que la del colegio, que se había traído enganchada a la manga y ahora también estaba pegada en la estrella plateada que contenía el mensaje, como en una Trinidad, pensó, ¿era solo casualidad, ó quería transmitir algo implícito? No lo sabía pero desde luego contenía una gran cantidad de magia. Y ella estaba falta de ella, su existencia era un poco solitaria, desde la última decepción, no se había vuelto a enamorar, solo había experimentado deseos fugaces, como fuegos artificiales que deslumbran por su colorido y suben muy muy alto, pero luego dejan solo una estela de polvo y oscuridad.
Quizás alguien la amaba en secreto ó puede que aquello no tuviese nada que ver con el amor, que incógnita se le presentaba.
Esa noche se acostó temprano y soñó con un mundo mejor, donde los sueños se hacen realidad y todos somos más humanos.
La mañana de su primer día de vacaciones la dedicó así misma, llenó la bañera de sales frutales, se colocó una mascarilla de chocolate, se depiló y se aplicó crema hidratante de uva.
Después se puso su pijama especial y cepilló su sedoso cabello color oro viejo. Fue a la cocina y preparó un chocolate caliente con virutas de almendra, eligiendo de su biblioteca “Rimas y leyendas” de Gustavo Adolfo Bécquer su poeta preferido.
Se arrellanó en el sofá y estuvo leyendo todo el día, haciendo alguna pausa para tomar algún refrigerio.
El día pasó rápido, entre ensoñaciones propias de un poeta.
Navidad, amaneció nevado y muy frío, se levantó muy ilusionada, había decidido acudir a su cita misteriosa, pero antes iba a decorar la casa, sacó el árbol de Navidad del sótano y fue adornándolo mientras escuchaba villancicos, cada adorno le traía un recuerdo, cada guirnalda, se secó una lágrima un tanto nostálgica, decidió coronar su árbol, con las estrellas de la esperanza, así las había bautizado, delicadamente tomó la postal, colocándola en lo más alto y cuando terminó, lo roció todo con un spray de nieve.
Colocó las figuritas del Belén, encima del mueble del salón y roció la celosía blanca con purpurina roja, basta ya de tristezas, pensó, hoy es un día alegre. Contempló su obra y sonrió, sí, estaba completamente decidido, iría en busca de su estrella.
Cuando terminó ya era más de mediodía, cocinó un cóctel de marisco y un relleno de pavo al horno, de postre, sorbete de limón, estaba sola, pero no por ello la comida era menos especial.
Su vida un tanto bohemia, la había llevado a la soledad, no quería renunciar a su independencia ó quizás todavía no había conocido a la persona adecuada. Recogió la cocina y comenzó a prepararse, ducha con gel de coco, aceite de vainilla.
Eligió un vestido negro de punto, acompañado por un collar de estrellas, muy adecuado para su cita y botas altas de tacón. El pelo suelto, con sus rizos cayéndole graciosamente por su rostro y un maquillaje nude, discreto que realzaba unos rasgos hermosos.
Terminó de vestirse y se abrigó bien, con un abrigo gris perla y a juego unos guantes, la bufanda era en tonos tornasolados.
Cerró la puerta y guardó las llaves en su bolso de piel.
Abrió su paraguas verde esperanza, a la tarde madrileña, cuajada de nieve. Era todo tan idílico, que parecía una postal.
Su corazón comenzó a latir desbocado, cuando llegó al café, eran las ocho en punto. Un muñeco de nieve sonriente, la observaba desde la puerta, pero no se decidía a entrar.
Limpió el vaho del cristal y observó su interior, el local seguía en su línea intelectual de siempre, decorado con muy buen gusto, el árbol de Navidad era muy hermoso, en tonos rojizos y bajo él, regalos de diversos tamaños, envueltos de ilusión.
Cada mesa tenía una flor de Navidad y en su centro, una vela dorada, que daba un ambiente muy íntimo.

De repente notó un aliento en su cuello, se giró y se encontró con unos enormes ojos verdes y la sonrisa más franca, que hubiese visto en su vida. Sin mediar palabra la tomó de su mano y entraron juntos, sintió que se conocían desde siempre.
Se sentaron cerca de la ventana, sin dejar de mirarse a los ojos.
No hacían falta preguntas, él llevaba una estrella en la solapa de su abrigo.
En ese mismo momento, ella sintió que un solo instante, puede cambiar toda una vida.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Sinceramente querido……¡Vete a la mierda!


Con el valor del que nada tiene que perder
Fuiste juez y parte,
abogado de tu causa justa, sin fisuras,
con el hedor de tu verdad absoluta
pagué juicio y gastos.
Pero hete aquí
que el orgullo no te dejo ver
que lo importante no es llevarse la corona de laurel
y ahora el vencedor reclama un segundo juicio,
yo ya rompí los papeles de la multa pagada
y sólo me queda decir:
- sinceramente querido…¡vete a la mierda!

Vida animal


El pequeño mapache se deslizó por el hueco que dejaba la semiabierta cristalera que daba paso a la cocina. Guiado por el olor de los restos de la comida que se desprendían de la bolsa de basura, avanzó nervioso, atisbando a un lado y a otro, esperando el ataque de algún depredador en cualquier momento.
Sus cortas patitas resbalaban en aquella superficie brillante, sobre la que en vez de árboles emergían objetos que emitían extraños zumbidos.
Con unos cuantos pasitos más alcanzó su objetivo ¡qué tesoro!, sus ojitos negros brillaron de emoción.
Unos sonidos acercándose hicieron que cogiese los restos de un muslo de pavo asado y fuese a esconderse en un hueco lleno de redondos y relucientes cachivaches.
Un macho enorme entró dando grandes zancadas detrás de una hembra que no parecía demasiado interesada en los avances de su pretendiente. El pecho del macho se hinchaba al mismo ritmo que sus gruñidos de reclamo se hacían cada vez más fuertes y más graves.
El mapache observó a la hembra que seguía indiferente a los requerimientos, abrió uno de los zumbadores donde almacenaba la reserva de alimentos, sacando una gran cantidad de ellos.
La hembra se puso a romper los alimentos y a echarles agua,cosa que desconcertó por completo al pequeño intruso.
Mientras el macho, al ver que con su canto no conseguía ni una mirada, inició una especie de danza alrededor de la hembra y comenzó a adquirir una brillante tonalidad rosada, con la que esperaba atraer al objeto de su deseo.
La hembra continuaba impertérrita, pero cuando el macho la atrapó entre sus extremidades superiores, emitió un sonido tan agudo que el corazoncito del mapache casi sale huyendo de su refugio.
El macho salió de la cocina, perseguido por la hembra que no paraba de emitir aquel horrible sonido. El pequeño visitante aprovechó y se escapó dejando abandonado su tesoro, feliz de no pertenecer a esa rara especie bípeda.