domingo, 28 de noviembre de 2010
Vida animal
El pequeño mapache se deslizó por el hueco que dejaba la semiabierta cristalera que daba paso a la cocina. Guiado por el olor de los restos de la comida que se desprendían de la bolsa de basura, avanzó nervioso, atisbando a un lado y a otro, esperando el ataque de algún depredador en cualquier momento.
Sus cortas patitas resbalaban en aquella superficie brillante, sobre la que en vez de árboles emergían objetos que emitían extraños zumbidos.
Con unos cuantos pasitos más alcanzó su objetivo ¡qué tesoro!, sus ojitos negros brillaron de emoción.
Unos sonidos acercándose hicieron que cogiese los restos de un muslo de pavo asado y fuese a esconderse en un hueco lleno de redondos y relucientes cachivaches.
Un macho enorme entró dando grandes zancadas detrás de una hembra que no parecía demasiado interesada en los avances de su pretendiente. El pecho del macho se hinchaba al mismo ritmo que sus gruñidos de reclamo se hacían cada vez más fuertes y más graves.
El mapache observó a la hembra que seguía indiferente a los requerimientos, abrió uno de los zumbadores donde almacenaba la reserva de alimentos, sacando una gran cantidad de ellos.
La hembra se puso a romper los alimentos y a echarles agua,cosa que desconcertó por completo al pequeño intruso.
Mientras el macho, al ver que con su canto no conseguía ni una mirada, inició una especie de danza alrededor de la hembra y comenzó a adquirir una brillante tonalidad rosada, con la que esperaba atraer al objeto de su deseo.
La hembra continuaba impertérrita, pero cuando el macho la atrapó entre sus extremidades superiores, emitió un sonido tan agudo que el corazoncito del mapache casi sale huyendo de su refugio.
El macho salió de la cocina, perseguido por la hembra que no paraba de emitir aquel horrible sonido. El pequeño visitante aprovechó y se escapó dejando abandonado su tesoro, feliz de no pertenecer a esa rara especie bípeda.
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