sábado, 30 de octubre de 2010

Misterios


La noche es hechicera e invita a las ensoñaciones,
en el silencio relativo de esta,
percibo la grandeza del misterio de lo intangible,
es inabarcable por su propia esencia.

Lo etéreo del universo,
es además tan insondable,
como el corazón humano,
suave esbozo de estrella de mar,
que aúna la tierra con el cielo,
y añade profundidad, a su concepción.

viernes, 29 de octubre de 2010

martes, 26 de octubre de 2010

CARTA DE AMOR


Cada vez que pienso en tí me emociono,
cuando escucho tu voz suave,acariciante,
siento literalmente,saltar mi alma,
y toda yo me estremezco,
en la ilusión de mi ensoñación.

Veo asomar tu alma,entre el brillo de tus ojos,
no dices nada,pero ella me lo dice todo,
y me muestra su belleza,que relega un cuerpo inseguro.

Eres puro,eres aire,
ser etéreo de efímera fragancia,
flotas entre la vulgaridad de los seres que te rodean,
y te limitan con sus mundanos actos.

Tú debes volar más alto,
tu intelecto te lo permite y te lo exige,
no te ancles en lo finito y perecedero.

Quiero acercarme a tu cielo,
no me cierres tus puertas,
yo también tengo mucho que ofrecerte,
mírame a los ojos, en mí también brilla una llama.

Aunque el fuego de la impaciencia me devore,
y la pasión se me escape por cada poro,
prometo no quemarte,solo calentarte un poco.

Ni el tiempo,ni la distancia,podrán borrar esta atracción,
que se aviva con cada encuentro,
ni mi encierro,ni tu timidez.

¿No te das cuenta de como tiemblo cuando te veo?
Sí,ya se que que tu mente y la mía funcionan como férreos escudos,
evitando cada encontronazo,
pero algún día la daga penetrará en la carne,
y lejos de lacerarla,la hará florecer,
porque el amor no puede permanecer atado,
y el eclipse parcial, no impedirá que la luna deslumbre con su fulgor
y de paso a un sol,cuyo resplandor ciega y hace brotar la vida.

SI...



Si la soledad oscurece tu alma,
la lluvia la limpiará.
Si la pena encoge tu corazón,
la alegría lo ensanchará.
Si la noche amplía la agonía,
el día la reducirá.
Si la distancia enfría la vida,
el acercamiento la calentará.
Si el desamor vacía tu vida,
pronto otro amor la colmará.

A tí hoy escribo,
núfrago de una pasión,
¡levanta de nuevo tu vela!
aún no acabó tu peregrinar,
pues eres semejante a una gaviota,
y tus sueños de ermitaño,
no deben dejarte atrás.

Libera tus manos ¡trabaja!
levanta nuevos cimientos,
construye de nuevo tu hogar.
No pongas medios humanos,
hoy parecen fuertes,
pero mañana se derrumbarán.


Solo en lo espiritual,
hallarás el verdadero goce,
y jamás te fallará,
porque es infinito,
y llena completamente.

lunes, 25 de octubre de 2010

EL DESTINO



Laura se encontraba en el mercado, era un zoco de enormes dimensiones, había puestos por doquier y la mercancía expuesta parecía casi ilimitada.
Los olores a especias resultaban casi mareantes, a la par de sugerentes, el clavo, cardamomo y nuez moscada, eran los predominantes, también los más penetrantes.
Notó una mano en su nalga, siguió su camino sin dar ninguna importancia a éste hecho, ya que en Turquía debía ser algo natural, a juzgar por el número de veces que ya le había ocurrido.
Aspiró fuertemente, el olor de la libertad, sola, a miles de kilómetros de su casa, en un país desconocido, con un idioma que no hablaba, poblado de hombres de mirada ardiente y todo era tan exótico…
Se acercó a un tenderete, donde la plata brillaba, bajo el reflejo del neón de un café cercano. Era espectacular ver tanta plata junta, brazaletes tallados, pulseras labradas con filigrana, anillos de piedras azules, pendientes engarzados con el ojo turco, broches multicolores, cadenas de todos los grosores…
Comenzó a probarse pendientes, finalmente eligió unos de plata con turquesas, largos, que parecían pequeñas lámparas orientales. Al alzar la vista al espejo de bronce que estaba colgado, para ver como le quedaban los pendientes, se quedó sorprendida al ver reflejados también, unos enormes ojos almendrados de un negro azabache, que la miraban fijamente y tan intensamente, que parecían desnudarla. Laura sintió violada su intimidad, las veinte veces que había sido tocada “fortuitamente” en el zoco, no eran nada si se comparaban con el escrutinio de esos ojos que parecían abismos .Con manos nerviosas se quitó los pendientes y sacó dinero de su cartera sin preguntar ni tan siquiera el precio, se sentía tan vulnerable, que solo quería irse lo más rápidamente posible. Depositó un billete de cincuenta euros, más que suficiente, pensó, en la mano del turco, sin volver a levantar la mirada. El roce del billete con la mano del dependiente, le produjo un latido, en un lugar prohibido de su anatomía.
Salió literalmente corriendo de allí, con los pendientes en la mano, así sin más, sin ningún envoltorio. Entonces un policía que la vio corriendo, le preguntó si tenía algún problema, al verla con los pendientes en la mano, pensó que los había robado y la hizo volver al puesto, para preguntar al dependiente. Laura trató de explicarle por enésima vez que había pagado los pendientes, Hassan, que así se llamaba el platero, corroboró lo que ella dijo y además le dio treinta euros de vuelta, con una sonrisa socarrona.
Ella enrojeció y dándole las gracias e ignorando al policía, que se deshacía en mil perdones, se dirigió al café más próximo, necesitaba tomarse una tila. Se sentó al lado de un gran ventanal que ofrecía una magnífica vista del zoco. Pidió una tila doble, se la sirvieron en un bello vaso decorado con caracteres árabes dorados, tomó la cucharilla y se sirvió dos cucharadas de azúcar, cuando empezó a sentirse más reconfortada, casi se atraganta al notar una mano que se posaba en su hombro. Giró la cabeza y vio a Hassan, detrás de ella, con su sonrisa de luna llena.
La tomó del brazo e introdujo en su muñeca, una preciosa pulsera, con un gran ojo turco en el centro, para combatir el mal de ojo, dijo en un perfecto castellano. Laura se sorprendió, al oírle hablar su idioma, él le dijo que su madre era española y su padre turco.
Se sentó a su lado y pasaron la tarde hablando de mil cosas, ella se sentía feliz, colmada. Cuando se quisieron dar cuenta, el café cerraba sus puertas y él la invitó a seguir la tertulia en su casa. Laura aceptó, por fin sabría si Gala exageraba en su famoso libro “La pasión turca”, ó por el contrario era verdad todo lo que se decía sobre la legendaria fogosidad de los hombres turcos. Cruzaron el zoco, ahora desierto, adentrándose en un laberinto de callejuelas llenas de basura, Hassan la llevaba cogida de la mano, una mano rugosa, un tanto áspera, pero caliente y fuerte. Laura se preguntó como sería sentir esa mano en otros lugares de su cuerpo, involuntariamente se estremeció. Que aventura, la media luna brilla en el cielo y riela sobre el Bósforo, iendo de la mano de un turco de ojos infinitos, probaré las famosas “delicias turcas”, soy libre y esta noche voy a gozar como nunca, en un palacio oriental, pensó radiante de felicidad.
Llegaron a un barrio surcado de ratas y desperdicios, el agua estancada del suelo, hacía que una nube de insectos flotasen sobre ella, los gatos buscaban comida entre montañas de excrementos, el olor era casi insoportable. Lejos de desanimarse, Laura se agarró más fuerte de la mano de su turco. Se pararon ante la puerta de un edificio ruinoso, entraron subiendo por una angosta escalera que parecía un minarete, surcada de suciedad. En la escalera no había luz y a punto estuvo de caerse varias veces, pero HaAssan la agarraba con fuerza. Ella iba delante y notaba un bulto tranquilizador detrás, el tamaño parecía enorme, soñaba con el momento de desenvolver su verdadero regalo.
Atravesaron una puerta y entraron en una pequeña sala con una alfombra raída como único mobiliario. Le dijo que esperase allí, mientras le aguardaba, oyó el llanto de un bebé y luego una discusión de una mujer y él en turco.
Al cabo de un momento salió una mujer de una habitación, toda despeinada, con tres niños pequeños, la miró con odio y con los ojos llenos de lágrimas. Hassan salió y casi la empujó hacia la misma habitación de donde había salido la mujer con los niños. En ésta, solo había una gran cama con sábanas arrugadas, todavía calientes y un lavabo.
Como única decoración, fotos de Hassan con los niños y la mujer que había visto antes. No podía dar crédito, estaba casado y tenía hijos y era capaz de mandar fuera a su familia para yacer con ella, en la misma cama donde dormían ellos. Como si fuese la cosa más normal del mundo se acercó para besarla y ella se apartó. Le dijo que nunca se acostaría con un hombre casado y él le dijo que no había ningún problema, que él se podía casar hasta con cuatro mujeres, según su religión.
Laura le contestó furiosa que le daba igual, pero que se marchaba, recordando las lágrimas de impotencia de su esposa.
Hassan se puso delante de la puerta impidiéndole el paso, toda la magia inicial, había desaparecido como por ensalmo.
La empujó y tiró a la cama, mientras trataba de quitarle la ropa, entonces, aprovechando el tamaño del brazalete que le regaló y su grosor, le golpeó con fuerza en la cara, ojo contra ojo, realmente me está ayudando a alejar las malas influencias de mí, pensó mientras casi se mataba bajando la escalera sin luz. En su carrera metió el pie en un charco de agua sucia, pero no se detuvo, Hassan corría tras ella lanzándole todo tipo de obscenidades.
Cuando se dio cuenta de que se había perdido entre las angostas callejuelas lloró, el príncipe oriental se había convertido en un demonio de las mil y una noches. Entonces decidió meterse en un espacio oscuro, una especie de escondrijo ó hueco que se abría en una pared cercana. Allí aguardó con el corazón palpitante de miedo. Oyó los pasos de Hassan que se perdían en la noche y la llamada a la oración de las cinco de la madrugada, la distrajo momentáneamente. Cuando se creyó segura salió, se cruzó con un grupo de fieles que la miraron extrañados, camino de la mezquita.
Laura caminó sin rumbo hasta que encontró un taxi que la llevó a su hotel.
Lo peor había pasado, o eso creía ella.
Cuando fue a pagar al taxista se dio cuenta de que no llevaba el monedero, Hassan se lo había cogido posiblemente, cuando fue al baño en el café.
El taxista quería cobrar aunque fuese en carne, por lo que bloqueó los seguros del taxi y se puso encima de ella, cuando ya estaba a punto de clavarle su cimitarra, apareció un policía que la salvó, era el mismo del zoco y la instó a que no se metiese en más líos.
Cuando finalmente llegó a su habitación sintiéndose segura al fin,
otro turco la esperaba dentro, el camarero del hotel.

No se puede escapar al destino y esa noche estaba claro cual sería …

domingo, 24 de octubre de 2010

El calor de la sangre


El cuerpo, aún caliente, permanecía al lado del otro disfrutando de la cautivante huella que siempre se apoderaba de ella después de la unión con otra alma.
Miraba tranquila las vigas de madera del Líbano que conformaban el techo de la habitación. Si inspiraba con fuerza podía percibir el aroma de los cedros de su país natal, aunque tras milenios de talas indiscriminadas apenas quedaba ya nada de los bosques de su infancia.
El hombre tenía los ojos abiertos, el verde destacaba con fuerza en un rostro moreno de ángulos perfectos, los labios acogedores de otro beso hicieron que ella se inclinase, rozándolos apenas con su lengua, agradeciendo que hubiesen cumplido lo prometido.
- “Te daré lo que me pidas” – el eco de la envolvente voz llenaba el espacio vacío de la habitación.
Quizás pronto tendría que despedirse de él, pero por el momento se deleitaba en los imborrables recuerdos que la había deparado aquella noche.
Se había levantado como cada día, dispuesta a hacer rápidamente sus obligaciones habituales, la emoción hacía mucho tiempo que había desaparecido y actuaba como una autómata, sólo era cuestión de supervivencia.
El pub irlandés estaba lleno de humo y gente celebrando el día de San Patricio, multitud de tréboles colgaban de cualquier sitio donde posaba la mirada, pero incluso rodeada por un mar de verdes, sus ojos la atraparon.
Amor a primera vista, el deseo de acercarse y hundirse en aquél brillo que la llamaba hizo que se olvidase de lo que la había llevado hasta allí o quizás no lo había olvidado.
La conversación fue breve, con él no eran necesarias las palabras, parecía saber lo que ella quería, lo que necesitaba y estaba dispuesto a dárselo… o eso es lo que él creía.
El camino hasta su casa se hizo eterno, deseaba poder ver el torso desnudo, que escondía la blanca camisa con las iniciales bordadas.
Cuando los brazos rodearon su cintura y la atrajeron hacia él, pudo deleitarse en los ojos que la arrastraban a otros, muy lejanos ya, aquellos que marcaron su vida, aquellos que amaba pero que nunca consiguió entender.
Estos por el contrario lo decían todo, tanta sinceridad, tanto deseo, tanta ignorancia….dudo por un momento, pero los dedos que suaves aleteaban sobre su espalda borraron cualquier pensamiento que no fuese el aquí y el ahora.
La ropa deslizada delicadamente se arremolinaba a los pies de los amantes, que se acariciaban con todo el tiempo infinito en las yemas de sus dedos, exploradores incansables de los misteriosos caminos que se les ofrecían.
Con cada unión de los labios, aspiraba cada molécula de oxigeno que encerraban los pulmones de aquel cuerpo que se ofrecía a ella como los fieles a sus dioses.
- Te daré lo que me pidas – aquellas habían sido las palabras que resonaron en los oídos de ella, que hicieron que lo desease más, que hicieron de él el elegido, como ella lo fue en aquel anochecer de hacía ya una eternidad, un momento fugaz suspendido para siempre en su memoria. Pero ella no fue capaz de hacerlo, de dar todo lo que él la pedía y cuando le fue arrebatado no le quedó más remedio que tomarlo a la fuerza.
- ¿Estás seguro? Yo lo quiero todo
- Toma todo entonces
Tonto ingenuo… la sed se volvió más fuerte que el deseo, los afilados colmillos se abrieron paso a través de la tierna carne, surtidor del néctar de la vida.
Bebió de él, colmando su boca del dulce líquido, el calor de la sangre devolvía a la vida cada primitivo tejido que componía su cuerpo, pero no era suficiente…se sumergió en los recuerdos que él la ofrecía, imágenes de una vida que quedaba atrás, se vio a sí misma esquivando a los alborotadores hasta llegar a él, hasta llegar a aquél instante.
El corazón pronto dejaría de latir, debía parar el festín, aún quedaban multitud de cosas, cosas grandes, grandes cosas, que él en su desconocimiento le había ofrecido:
- “Te daré lo que me pidas”
Olió el amanecer antes de que éste llegase, debía irse ahora, se inclino de nuevo sobre el hombre, que parpadeó ligeramente, ocultando así el motivo de su para él desconocido poder.
Las manos débiles por la perdida sufrida, acariciaron el rostro lleno del calor que él había contribuido a crear.
- Te daré lo que me pidas – la voz sonaba fuerte, decidida, sin ninguna sombra de duda
- La eternidad a mi lado
Lo último que vio antes de morir fueron unos ojos negros clavados en la tempestad de los suyos, sintió de nuevo los colmillos abriéndose paso en su vena, hasta sacar la última gota de sangre que le mantenía atado a su vida.
- La eternidad a tu lado –
Ningún mortal hubiese podido escuchar sus últimas palabras, pero ella no lo era, para ella ni siquiera eran necesarias, ella podía leerlas en su corazón, en las imágenes confusas y apagadas que el agotado cerebro seguía transmitiendo.
Clavó sus dientes en su propia muñeca y la acercó al moribundo, devolviendo el brillo que había hecho que desease de nuevo el calor de la sangre.
- La eternidad a mi lado
- La eternidad a tu lado
....y los cuerpos se fundieron en un abrazo imperecedero antes del amanecer.