sábado, 10 de abril de 2010
Excalibur
El Excalibur apenas contaba con unos cuantos clientes, todavía era pronto, pero la música retumbaba por cada esquina del oscuro lugar.
Melenudos con pantalones de pitillo tan ajustados que apenas podían respirar bailaban meneando las caderas enloquecidos, uno de ellos con un pañuelo de brillos anudado en la cabeza lanzaba invocaciones, en un idioma desconocido, con los brazos en alto. Se arrodillaba, se movía restregándose con obscenos movimientos contra una barra, vaciándose con cada nueva canción.
Chicas con minifaldas de cuero y labios rojos se paseaban entre ellos, eligiendo su presa, cuando daban con la deseada, se lanzaban al cuello sin dejar ninguna vía de escape posible.
Una canción de ACDC comenzó a sonar incitando al delirio colectivo, como un canto de sirena provocó una oleada de nuevos consumidores de música endiablada. En breves segundos la pista y sus alrededores quedó cubierta de cabezas que se giraban de un lado a otro, decenas de brazos se agitaban suplicando la llegada de las tinieblas, o eso me parecía a mí, nada acostumbrada a esa atmósfera.
Me había quedado sola, mis amigos se habían unido al aquelarre, hechizados por la brutal melodía. Un chaval tambaleante se acercó, con la mandíbula tan desencajada por la coca que apenas podía hablar. Apenas entendía lo que decía y desde luego nada tenía sentido. Aproveché un descuido de su mirada perdida en el interior de su cerebro para levantarme e ir hacia la barra.
Conseguí abrirme paso entre espaldas, como armarios empotrados, cubiertas de cueros, cadenas y parches con calaveras. Pedí un tercio y al volverme me encontré de frente al cocainómano que seguía intentando explicarme algo; estaba tan descompuesto que temí que me fuese a hacer daño, aunque parecía algo temeroso.
Se acercó más para decirme algo al oído, retrodecí impidiendo que llegase a tocarme. Mi espalda chocó contra una columna, que se desplazó bajo mi contacto. Algo duro se interpuso entre el chaval, ya al borde las lágrimas, y yo, una chaqueta de cuero negro me impedía ver lo que pasaba. Un escalofrío recorrió mi espalda cuando el gigante se volvió, una cicatriz recorría el lado derecho de su cara, pero era sobre todo su oscura mirada azul lo que hacía que me estremeciese. Una advertencia de peligro parecía envolverlo todo a su alrededor
Unas manos fuertes intentaron tocar mi rostro, me encogí aún más, no podía moverme rodeada de la muchedumbre, inconsciente de mi angustia. Mis ojos llenos de terror hicieron que los dedos se retirasen. Echó los hombros hacia atrás y me dio la espalda.
Un suspiró de alivio resonó en mi pecho, busqué a mis amigos con la vista, seguían bailando desenfrenados.
La pesadilla de hombre salía en ese momento por la puerta, un movimiento detrás de él me hizo fijarme mejor, cuatro tíos con malas pintas le seguían a distancia con lo que intuí no eran buenas intenciones. Sin pensar, corrí hacía la otra salida intentando alcanzarle. En la calle escuché pasos que provenían de la derecha, con el corazón palpitando doble la esquina.
Estaba rodeado por cuchillos, pero no parecía asustado, con un hilo de voz dije que llamaría a la policía si no lo dejaban en paz. Un bofetón me hizo chocar contra la pared, rebotando y cayendo al suelo, vi varias botas dirigirse hacia mi cuerpo, sólo tuve tiempo de cubrirme la cara antes de recibir varias patadas. Después, todo quedo en silencio, como por arte de magia habían desaparecido.
Dolorida me encaminé al coche, no había terminado de abrir la puerta cuando unas manos me empujaron de nuevo al suelo, varias voces me preguntaban ¿dónde estaba?.
Me levanté desorientada, traté de decir que no sabía a que se referían pero un puñetazo en la boca me lo impidió, con un certero rodillazo en la boca del estomago caí de nuevo. La sangre manaba de mi boca estrellándose contra la sucia acera.
Alaridos de espanto a mi alrededor, me indicaron que algo había cambiado, intente levantarme de nuevo para ver que estaba sucediendo pero el dolor me lo impedía. Un charco de un viscoso líquido rojo se mezcló con mi sangre en el suelo, el olor a algo siniestro golpeó mi nariz como un mazazo. Los cuatro atacantes estaban desplomados en el suelo, sus ojos sin vida miraban el negro cielo, ausente de estrellas.
Varias arcadas hicieron que me doblase de nuevo por la mitad, mi estómago se vació completamente.
El agresor me miraba inmóvil, con sus ojos azules tan desiertos de vida como los cadáveres que nos rodeaban.
No me atacó y decidí no esperar más, entré en el coche y conduje como una loca por las calles, desiertas a esas horas de la madrugada, de Madrid.
Subo los escalones de tres en tres hasta llegar a mi piso, donde podré respirar a salvo, abro la puerta y una oleada de pánico me sacude. Apoyado en la ventana del salón hay una enorme figura que impide entrar la luz de la calle.
Un instante después tengo una de sus manos aprisionando el grito que pugna por salir de mi garganta, sus movimientos son tan rápidos que mi cerebro no procesa lo que ha pasado hasta que no noto que un pecho de acero me sujeta contra la pared.
Puedo oler la sangre que aún mancha sus manos, con su zarpa aferrando mi cuello, se agacha para darme un beso tan ardiente que hace palpitar algo entre mis muslos.
Agarro su cabello tan negro como la entrada del infierno, introduzco mi lengua entre sus labios. Sabe a sangre. Acaricio su cicatriz que realza la belleza salvaje de sus rasgos.
Una sonrisa me deja entrever unos colmillos afilados, intento soltarme. Esa cosa no es humana.
Inútil, es como intentar nadar contracorriente, débil, dejo de luchar, preparada para enfrentarme a la muerte.
Me toma entre sus brazos y abandonamos volando la casa, atravesamos el cielo a gran velocidad, varias veces me deja caer y cada vez me recoge haciendo que yo me aferre más desesperada a su cuello.
Aterrizamos en una casa oculta en un espeso bosque. El espanto ha dado paso a la euforia. Tira su chaqueta de cuero en una vieja mecedora de madera que se balancea y cruje bajo el peso.
Quedo atrapada en su mirada, un aroma de lujuria apenas contenida se esparce por el aire. Arranca mi ropa con dos precisos tirones. Sus labios aprisionan uno de mis pezones, que enhiesto deja que lo lama con fruición. Sus colmillos atraviesan la fina piel, dejando correr un hilillo de sangre que ávido se apresura a sorber.
Un potente bulto se apoya sin pudor sobre una de mis piernas, deseo poder tocarlo. Como si leyese mi mente, se levanta permitiendo que yo libere al prisionero.
Su tamaño acorde al resto de su poderosa anatomía me hace gemir. La tomo bruscamente entre mis manos, esperando algún grito de protesta, pero sus ojos sólo brillan de placer. Saboreo ese regalo inesperado que me ha sido otorgado, mientras él hace lo propio conmigo.
Nuestros jadeos se hacen más fuertes, impidiendo escuchar nada más. Introduce su sublime erección lenta y sinuosamente. Mi cuerpo arde, el fuego corre por mis venas, los movimientos de su pelvis se hacen más duros y certeros. El orgasmo me sobreviene mientras que él con un último empujón derrama su semen. Sus afilados dientes se clavan en mi garganta, siento los últimos espasmos del éxtasis, al tiempo que mi vida se esfuma con cada nueva succión.
No puedo ver, apenas siento la cama bajo mi espalda. Algo dulce y caliente se desliza por mi garganta, su sangre me arranca de las puertas de la muerte.
Bebo primero débilmente, luego con fuerza, hasta saciarme.
Su rostro está a unos centímetros del mío. No hay en el mundo nada más hermoso, cómo pude sentir miedo de él. Lo deseo aún más que antes, tengo una sed inagotable. Su cuello está a mi alcance, mis acerados colmillos penetran en su piel de seda, mientras él desgarra mi vena. Nuestra sangre fluye de un cuerpo a otro, produciendo un infinito arrebato de voluptuosidad, mis piernas se abren permitiendo que su miembro me barrene hasta formar un solo cuerpo.
Escucho su voz por primera vez, una voz profunda que me promete una eternidad a su lado.
Homero
Continuando con mis autores favoritos hoy es el turno de Homero. Sobre su figura hay encarnizadas disputas, ni siquiera hay un acuerdo sobre su existencia. Por mi parte yo sólo diré que si creo que un único y gran escritor fue el artífice de dos obras que siglos después siguen emocionando.
Otro día hablaré de La Odisea, pero ahora es el turno de La Ilíada, el poema épico más antiguo de la literatura europea. En él se narra un episodio del mito de la guerra de Troya, la ventosa Ilión, "descubierta" por Schliemann.
Otro día hablaré de La Odisea, pero ahora es el turno de La Ilíada, el poema épico más antiguo de la literatura europea. En él se narra un episodio del mito de la guerra de Troya, la ventosa Ilión, "descubierta" por Schliemann.
Si os preguntais el por qué de las comillas es por qué nos hallamos ante una más, de las injusticias que han pasado a la historia. El autentico arqueólogo aficionado que confió sus opiniones a Schliemann, sobre el emplazamiento de Troya fue:... redoble de tambores...... FRANK CALVERT. Y ¿quien conoce su nombre? unos pocos. Espero que a partir de ahora sean unos cuantos más y que no hagamos como el indigno Heinrich olvidándo que algún día existió.
No es ahora el momento de enardecidas proclamas pro justicia histórica, pero no podía dejar al menos de reconocer los méritos del auténtico descubridor de Troya, si los aqueos de melenudas cabelleras levantasen la cabeza, aparte de darnos un susto de muerte, seguro que correrían a luchar porque se restaurase el honor y la gloria que Frank Calvert se merece.
Seguramente dirían algo así al que osase enfrentarse a ellos:
"¡Ebrio, que tienes mirada de perro y corazón de ciervo!"
"¡Rey devorador del pueblo, porque reinas entre nulidades!"
Pero antes de lanzarse a la contienda tendrían que ofrecer sacrificios a los dioses, mientras miran un amanecer...
" Igual que el voraz fuego abrasa un indescriptible bosque en las cimas de un monte, y desde lejos brilla la claridad, así desde el portentoso bronce de los que iban en marcha el luminoso fulgor ascendió por el éter y llegó al cielo"
...y consultar con los adivinos, que los olímpicos librasen a estos de dar malas noticias, sino sus soberanos les dirían:
" ¡Oh adivino de males! Jamás me has dicho nada grato: siempre los males te son gratos a tus entrañas de adivinas, pero hasta ahora ni has dicho ni cumplido una buena palabra"
Entre ruidos de armaduras gritarían a los culpables:
"...presumido, mujeriego y mirón!¡Ojalá no hubieras llegado a nacer o hubieras muerto célibe"
o
"¡Arquero, ultrajador, vanidoso por tus rizos, mirón de doncellas"
Las arengas a sus hombres se escucharían desde los campos vecinos:
"¡Adelante troyanos, domadores de caballos!¡No cedais en arrojo a los árgivos, que no es piedra su piel, ni hierro que frene el bronce, tajante de la carne, si reciben impacto!"
"Amigos, sed hombres e infundid en vuestro ánimo vergüenza de unos por otros!Acordaos cada uno también de vuestros hijos, esposas, posesiones y progenitores, tanto quienes los teneis vivos como a quienes se os han muerto. Por ellos, ya que están ausentes, yo os imploro de rodillas que sigáis firmes con denuedo y no os volváis a la huida"
Si para conseguir la victoria hay que llamar a los dioses pues se hace:
"¡Ares, Ares, estrago de mortales, manchado de crímenes, salteador de murallas"
"Zeus, padre, regidor del Ida, el más glorioso y excelso!
¡ Y tú, Sol, que todo lo observas y todo lo oyes!
¡Rios y Tierra! ¡y vosotros dos, que debajo de la tierra cobráis venganza de las fatigadas gentes que juran perjurio! ¡Sed vosotros testigos y velad por los leales juramentos!
Aunque como hombres de acción que son, tienen sus propios héroes, no iban a dejar toda la diversión a las deidades:
" ¡Laertiada, descendiente de Zeus, Ulises fecundo en ardides!
"¡Gloriosísimo Agamenón Atrida, soberano de hombres!"
"Héctor, hijo de Priamo, émulo de Zeus en ingenio"
"Aquiles, hijo de Peleo, el más sublime de los aqueos"
Mientras que no combaten se montan fiestecillas y claro, que si corro por aquí, que si clavo una lanza por allá, pues pasan estas cosas:
" ...Ayante resbaló en plena carrera - Atenea le hizo tropezar -donde había esparcidas boñigas de los mugidores bueyes sacrificados que Aquiles, de pies ligeros, había matado en honor de Patroclo. Se le llenaron la boca y las narices de boñiga de buey, mientras alzaba la cratera el muy paciente divino Ulises"
Y después a llorar:
"... Cogió con ambas manos el requemado hollín y se lo derramó sobre la cabeza, afeando su amable rostro, mientras la negra ceniza se posaba sobre su túnica de néctar. Y extendido en el polvo cuan largo era. gran espacio ocupaba y con las manos se mancillaba y mesaba los cabellos..."
Que tiempos...que hombres...Tiempos donde el valor y el honor eran algo sagrado. Hombres que sólo a los casquivanos dioses temían porque ni sus iguales, ni monstruos de siete cabezas podían con ellos. Que sus deidades protectoras los guarden en la Gloria.
Blanca amiga
De pie. Delante de la ventana, veo resbalar las gotas de lluvia por el cristal.
No deja de llover. Estoy sumido en mis pensamientos. Sin poder salir a buscar a mi gran amiga.
Una amiga que consigue que me olvide de todas mis miserias, la única que no me juzga, que solo me lleva de marcha, que logra que juntos rompamos la noche.
No puedo llamarla, no la dejan entrar a verme.
Tengo que buscar la manera de salir de este lugar, lleno de gente siniestra.
Necesito estar con ella. Voy a coger el coche para ir a su encuentro. Se donde está.
No puedo, las llaves están en el coche y éste en algún garaje. Descuidado, roto, abandonado.
Pasan los días. Estoy prisionero en este sitio, no hay donde poder excavar. Hacer un túnel y largarme de aquí, para ir a recogerte allá donde siempre estás.
Todos los que están aquí dicen que no me convienes, que me perjudicas. Pero cómo pueden decir eso, no te conocen, no saben lo que eres capaz de conseguir, solo hablan de oídas, ellos si que nos juzgan. No nos escuchan, se creen que son mejores porque hacen lo correcto.
Lo correcto, ¿Para quién? no he matado a nadie por ti, tampoco he robado, no hago daño a nadie, ¿acaso no es eso correcto?
Hecho de menos como te ponía sobre la mesa, con mucho mimo te colocaba y conseguía que tuvieras la posición correcta, acercar mi cara a ti e inhalar todo tu ser, tu aroma. Pronto saldré de esta inmundicia de lugar, te iré a buscar, volveremos a disfrutar los dos juntos.
Estoy fuera. Por fin me he escapado, he salido por la puerta mientras mi vigilante dormía. Empiezo a correr para llegar a ti cuanto antes.
Te encuentro, te sostengo entre mis manos, envuelta en un tul suave, tan blanca, tan ligera, pero a la vez tan fuerte. Te llevo a mi casa. Ya estamos solos, no hay ser que nos pueda interrumpir.
Te saco de tu bella vestidura, te coloco íntegra sobre la mesa del comedor. Te miro con un deseo desenfrenado, pero me tomo mi tiempo para seguir observándote.
Hace tanto tiempo que no te veía.
Llega el momento, te tomo entera, de punta a punta, no dejo nada de ti sin inhalar. Me siento feliz. Tumbado en el sofá, ya no habrá nada que nos separe, me quedo dormido pensando en ti.
Me despierto y ya no estás, te has marchado sin decirme cuando volverás, tengo que salir a buscarte.
Tu esencia se ha ido, no puedo soportar tu abandono, me sumo en una profunda depresión, ya no puedo seguir así, necesito que no me abandones.
Cojo un cinto, lo paso por la lámpara del salón, cojo una silla y me subo en ella, pongo el cinto alrededor de mi cuello. Solo me queda dar empujón a la silla y todo se acabó, ya no saldré más en tu busca.
Adiós blanca amiga.
viernes, 9 de abril de 2010
Amor
En la sinrazón del soñar,
entre esperanzas aterciopeladas
te creo divisar esta noche.
Tú,naufrago a la deriva,
sin timón ni ancla,
navegas sin rumbo fijo.
Yo,tan insignificante,
tú tan confuso,
-Ambos inconclusos formando el teorema de la ambivalencia-
Hoy te erijo un monumento,
mañana te tumbará el viento
pasado ¿quién lo sabe?
-Amor-
entre esperanzas aterciopeladas
te creo divisar esta noche.
Tú,naufrago a la deriva,
sin timón ni ancla,
navegas sin rumbo fijo.
Yo,tan insignificante,
tú tan confuso,
-Ambos inconclusos formando el teorema de la ambivalencia-
Hoy te erijo un monumento,
mañana te tumbará el viento
pasado ¿quién lo sabe?
-Amor-
PRIMAVERA
PASÉ POR TU PRIMAVERA DANDO,
¿LLEGARÁ SILENCIOSO EL VERANO
Y NO HABRÉ RECOGIDO NADA?
QUIZÁS PUDE POR TU ROSTRO ENTREVER
QUE LAS ROSAS TAMBIÉN TIENEN ESPINAS.
EN SOLEDAD ESPERO PODER CONTEMPLAR
SI AQUELLA ROSA TIENE TAMBIÉN
ALGO DE BELLEZA PARA DARME.
PERO TAL VEZ NO SEPA NUNCA
SI AQUEL SABOR
FUE SOLO FRUTO DE UNA TARDE
O POR EL CONTRARIO,
ELIXIR BENDITO
QUE ME DARA JUVENTUD SIEMPRE.
FASCINANTE EGIPTO
MILENARIO EGIPTO,
DE SUAVES FRAGANCIAS LLENO,
DE DULCES SUEÑOS ETERNOS,
DE LASCIVAS MIRADAS COMPUESTO.
SOL ARDIENTE DA, VIDA A TUS RESTOS,
RESTOS HERMETICOS, MOMIFICADOS,
PERO RESUCITADOS-COMO LOS RECUERDOS-
MATERIA INERTE POBLADA DE VIDA,
VIDA YA CONSUMIDA, PERO RECORDADA,
GUARDADA ENTRE RESTOS AMORTAJADOS.
ARENAS CALIENTES,
BRASAS HIRVIENTES,
VENIDAS DE OTRA CIVILIZACION.
SILENCIOSAS GENERACIONES VENIDERAS,
HARAN RESURGIR DE NUEVO TU ESPLENDOR,
ESPLENDOR DE DIOSES,FARAONES Y SACERDOTES,
QUE A TOQUE DE FLAUTA.
AMORATADOS POR LOS SIGLOS,
PERO TAN RADIANTES COMO MAJESTUOSOS,
BAILARAN ENTRE LAS AGUAS DEL NILO,
PARA DESAPARECER DESPUES Y PERMITIR ASI,
LA CONTINUIDAD DEL FASCINANTE MUNDO EGIPCIO.
El besugo asesino
Juguemos a un juego donde mentira y verdad se entrelazan, donde la realidad es sueño y el sueño una mentira. Todos tenemos que jugar porque no hay opción posible, no busques la lógica porque no la encontrarás y si crees haberla encontrado será ¿verdad o mentira?, de cualquier forma, ¿cuál es la diferencia?
Este es el juego de la vida, donde lo único cierto es la muerte, tal vez esa es la única verdad o tal vez no. Empezamos…
El calor hacía que pensar doliese, el intenso ruido que llegaba del exterior hablaba de una ciudad en movimiento, personas corriendo de un lado para otro, niños llorando y gritando, pero lo peor eran los constantes pitidos de los coches que acallaban los rebuznos del jumento que siempre se oían después de la llamada a la oración o ¿eso lo había soñado?
Hacía mucho tiempo que no escuchaba ese burro. Desde que abandoné El Cairo para regresar a mi ciudad. Quizás nunca lo había oído y nunca había estado en la capital egipcia. Pero, sí, si había estado, existen fotos que lo demuestran, la verdad reducida a fotos. Pero también tengo recuerdos.
Recuerdos de un amanecer en el desierto y paseo a caballo por las pirámides; pero si no fuese por las fotos ¿cómo podría estar segura de haber estado allí?, también se recuerdan los sueños y las mentiras, y éstas influyen igual en tu vida, a veces vives una mentira creyendo que es verdad y al cabo del tiempo te das cuenta que tu vida es diferente de cómo tú pensabas y que incluso tú eres distinto de lo que creías.
El despertador seguía sonando, debía levantarme e ir a internarme en la ciudad, pasando a ser un miembro productivo de la sociedad, aún recuerdo las gloriosas palabras de mi padre: “tanto tienes tanto vales, así que trabaja para tener algo en esta vida”.
Aquella mañana no había demasiado trabajo, así que continué no pensando para evitar el dolor de cabeza; observaba los rostros de mis compañeros, algunos sonrientes, otros enfadados, todos mentirosos conciente o inconscientemente, unos mentían por educación, otros por ignorancia y otros por gusto.
Demasiado calor, demasiada gente, demasiadas mentiras; tal vez debería volver a casa y meterme en la cama y olvidarme de la reunión que tenía con mis amigas o quizás no había salido de la cama y lo había soñado todo.
Cuando llegué, estaban esperando; querían ir a un sitio que habían inaugurado hacía poco. El lugar no estaba mal, un poco extraño, me recordaba a un prostíbulo con sus paredes forradas de terciopelo rojo.
Desde pequeña me desagrada profundamente ese color, sin saber muy bien por qué, no es porque sea el color de la sangre, la sangre me gusta es dulce y caliente como… como nada, la sangre es sangre y el viento no gime, sólo es una mentira más.
El prostíbulo no estaba muy lleno, tal vez se animase más tarde, cuando miré hacia la derecha vi a una mujer con unos rulos enormes en la cabeza o ¿sólo es mi imaginación? como cuando creí ver a una persona andando por la calle sin cabeza. Estaba decidiendo si era real o un espejismo, cuando entró un hombre con una sierra mecánica en funcionamiento. Los rulos de la mujer salieron despedidos en todas direcciones, igual que nosotras; salimos a la calle perseguidas por aquel maniaco que estaba decidido a hacer un puzzle con nuestros cuerpos. Llegamos casi sin aliento a la boca del metro y cuando miramos atrás vimos como el maniaco había sido embestido por un coche, del que salía un hombre gritando que si su mujer quería ser puta no era su problema.
En ese momento aparecieron personas vendiendo periódicos y voceando “el besugo asesino”, “el besugo asesino”, al principio no entendía nada, pero cuando miré en el interior del vehículo lo comprendí. En el asiento del
conductor había un enorme besugo de color rosa con escamas muy brillantes, mirándome fijamente dijo:
- No tiene importancia lo que he hecho, la policía nunca va a enterarse porque todos los que nos rodean están ciegos.
Tenía razón, cuando miré a mi alrededor me di cuenta de que todos eran invidentes, pasaban por encima del hombre de la sierra, como si no hubiese pasado nada, vendiendo sus cupones de la Once.
En cuanto a mí, ¿quién me iba a creer? Recordé una frase que leí en la puerta de los servicios de una discoteca: “Buscas la verdad, pues no la encontraras”
Ha pasado el tiempo, sé que sólo fue un sueño, que aquel día no me levanté para ir al trabajo porque estaba de vacaciones en El Cairo oyendo la llamada a la oración y el rebuzno de un burro y además no tengo trabajo. Pero ¿cómo estar segura? Es fácil, no tengo fotos y mis amigas no recuerdan nada semejante; debe ser aquí donde se encuentra la verdad, en lo que los demás recuerdan.
Tal vez sí, tal vez no, no me lo preguntes a mí, yo sigo sin comer besugo
jueves, 8 de abril de 2010
¡Qué tonto!
¡Qué tonto! ha dejado la camioneta abierta, será pan comido llevármela.
Hago un puente y consigo arrancar, me la llevo a un polígono donde casi todos los edificios están vacíos, es un buen sitio para esconderlo.
Cuando miro en la parte de atrás veo que hay quesos, de todas clases, una montaña de quesos redonditos y amarillos me miran.
En ese momento sufro una desilusión, pero pronto se me pasa. A venderlos se ha dicho que siempre se puede sacar algo de dinerillo con ellos.
Cojo unos cuantos y los meto en una caja que encuentro por allí tirada. Salgo a la carretera y decido hacer dedo, cuanto menos mueva el camioneto mucho mejor.
Aunque más que hacer autostop parezco un molino de viento, moviendo los brazos. Estoy tan nervioso, tengo prisa por venderlos rápido y poder comprar la dosis, soy incapaz de mantener la calma.
Primera tanda vendida, vuelvo a por más, ya me queda menos para conseguir el money que necesito.
Me río yo solo, pensando en lo listo que he sido en dejar en el polígono mi conquistado alijo de ingresos.
Tan solo me quedan un par de piezas, para tener la segunda tanda vendida. Se acerca un hombre, me pregunta que si no he echado nada en falta.
Le miro sorprendido. Ahora entiendo, quiere comprar un queso y no sabe como pedirlo. Se lo ofrezco yo para que no le de vergüenza y así no entablar más conversación de la necesaria.
El deniega el queso. Dice que es curioso porque ha encontrado algo en un vehículo y que está completamente seguro que es mío.
Me está agobiando con tanta charla y le mando a tomar por el culo, con todas las letras y vocalizando lo mejor que puedo, pues mi mono va en aumento. Me doy media vuelta, dándole la espalda para seguir con mi negocio.
Él me sujeta con fuerza por el brazo, haciendo que la caja con los pocos quesos que quedaban fuera a parar al suelo. Enfadado intento soltarme al tiempo que le propino un puñetazo, que esquiva sin esfuerzo.
El tipo es fuerte y no consigo zafarme, me mira muy serio y comienza a decir:
- “Quedas arrestado por robar una furgoneta llena de quesos, agresión a un agente de policía y por ser el ladrón más tonto de la historia. Has dejado el carnet de identidad en el vehículo robado y para colmo lo has aparcado delante del almacén de los quesos, frente a las cámaras de seguridad”
Con las esposas puestas, me lleva al coche patrulla, colocando la caja con los quesos al lado mío, conduce hacia la comisaría, pero eso es lo que menos me importa, así que le pregunto:
- “¿Puede parar aquí un momento para comprar mi dosis, antes de que me de el mono fuerte?”
Un guiso especial
El cielo cada vez se oscurecía más, en cuanto sonó el timbre del final de las clases recogí mis cosas y me encaminé hacia el aparcamiento donde estaría esperando el mismo autobús de cuando se fundó el colegio, allá por los años veinte. A la mitad del pasillo recordé que tenía que recoger el material necesario para terminar el trabajo de ciencias, así que volví sobre mis pasos; llegué justo a tiempo para ver el humo negro, que salía del tubo de escape de la antigualla, torcer a la derecha. Tenía por delante tres kilómetros y el cielo estaba cada vez más negro, así que no me entretuve lamentando mi mala suerte.
Caminando lo más rápido posible, para intentar librarme del aguacero, deje atrás arces de más de quince metros de altura, los laterales de la carretera estaban cubiertos de plantas, cualquier sitio donde mirases el color verde lo inundaba todo.
Crucé la puerta de la casa de piedra justo cuando comenzó a llover a raudales, tenía los pies machacados por la caminata y el frío se había metido en mis huesos; nunca lograría acostumbrarme a ese clima.
Tiré la mochila de cualquier manera, yendo a caer encima de la mesa de la cocina con gran estrépito; mi madre levantó la vista de lo que estaba haciendo y me miró con desaprobación, pero no dijo nada, ni siquiera me preguntó el motivo de mi retraso; no quería enfrentarse al mal humor que me acompañaba desde que nos habíamos mudado a este pueblecito del norte.
Con las prisas no pude despedirme de ninguna de mis amigas, ni decirles donde podrían escribirme, aunque yo tampoco tenía ni idea de donde íbamos a estar hasta que no llegamos a nuestro destino, no tendría que haberme extrañado, desde que alcanzo a recordar, cada cierto tiempo, nunca más de dos años, cambiamos de domicilio, cada vez a un lugar más remoto y alejado de la civilización.
Observé como mi madre preparaba la cena, cortaba la carne en trozos no muy grandes y los pasaba por harina.
Nunca me contestaba cuando sacaba el tema de los cambios, no es que intentase darme excusas, es que no me contestaba. Tampoco es que fuese muy habladora habitualmente; rasgo que yo había heredado, tanto viaje me había vuelto un poco taciturna, para que iba a relacionarme con los demás si en cualquier momento tendría que hacer de nuevo las maletas.
Seguí observando los movimientos de mi madre. Calentó la manteca en una cazuela y echó dentro la carne para que se fuese dorando; eso no se le podía negar, era una cocinera fantástica, siempre se las arreglaba para conseguir la carne más tierna y sabrosa.
- Hoy en el instituto se comentaba la desaparición de un excursionista en el pueblo de al lado, por lo visto había ido a pasar unos días al bosque, pero ya tendría que haber regresado. Los guardabosques han encontrado la tienda de campaña y todas sus cosas, pero de él ni rastro. Algunos de mis compañeros creen que se lo ha comido un oso, pero si fuese así, yo creo que hubiesen encontrado huellas o algo, además no se lo va a comer entero; aunque no entiendo mucho de osos claro, así que todo es posible. Otra teoría es que la desaparición ha sido voluntaria, por lo visto su mujer no es muy agradable y discutían mucho.
Mi madre seguía preparando el estofado sin decir nada, no le gustaban mucho los chismes; añadió a la cazuela las zanahorias peladas y cortadas en trozos, las cebolletas también finamente cortadas, el tomate y los ajos picados y lo dejo cocer todo junto a fuego suave, después de removerlo unos minutos.
Acostumbrada a sus silencios, no me extrañó su ausencia de comentarios o hipótesis sobre el destino del excursionista perdido.
- ¿Recuerdas nuestro vecino de Selaya? También desapareció y nunca más se supo de él: ¿era un hombre muy simpático, no te parece? Me gustaría saber que le pasó.
Por respuesta, vertió media copa de anís seco y caldo de carne en la cazuela, el ramillete de hierbas aromáticas y la sal. Tapó la cazuela y lo dejó hirviendo, mientras fregaba y recogía los utensilios que había ensuciado.
- Yo creo que le ha pasado algo malo, si quisiera desaparecer se hubiese llevado al menos el anorak, porque ni eso ha desaparecido, dicen que estaba entre las cosas que se encontraron y nadie ha visto un autostopista por las carreteras de los alrededores, e internarse en el bosque sin conocerlo es una locura y ese es el caso, sólo llevaba viviendo aquí unos meses.
En vista de que no parecía muy interesada en lo que le había podido pasar a nuestro desventurado vecino, saqué los libros para hacer los deberes que me habían puesto. La única ventaja de mudarnos a pueblos cada vez más perdidos, es que el nivel de estudios no es muy elevado, con lo que no me cuesta demasiado ponerme al día.
Me cuesta concentrarme en la historia de Felipe II, vuelvo a pensar una y otra vez en el excursionista, en el vecino de Selaya y en otras desapariciones por los lugares donde he vivido con mi madre estos últimos años de las que he oído hablar; incluida la de mi propio padre, que de la noche a la mañana no dejó ni rastro, como si nunca hubiese existido. Con su desaparición comenzaron los viajes, como era muy pequeña lo veía de forma natural, creía que todas las familias hacían lo mismo, hasta que oí a una niña del colegio decir que su familia llevaba viviendo en la misma casa cincuenta y tres años.
Entonces pensé que tal vez estábamos huyendo de mi padre, que realmente no había desaparecido sino que había hecho algo malo y mi madre quería alejarnos de él.
Cuando miro por la ventana ya ha anochecido y mi madre está poniendo la mesa para cenar.
El olor del estofado llega hasta mi, haciendo que mis jugos gástricos se pongan en funcionamiento; no era consciente del hambre que tenía hasta ese momento.
En las pocas ocasiones que voy yo a comprar carne nunca me la dan tan tierna, aunque mi madre siempre me dice que no es culpa mía, que ella la compra en otra carnicería.
En todos los sitios en los que hemos vivido, la carnicería siempre es otra, aunque nunca me dice cual es a la que tengo que ir, aunque sólo haya una carnicería en los alrededores, siempre es otra.
Coloca el plato de carne delante de mí, lo ha espolvoreado con perejil y ha pasado la salsa con el pasapurés, como a mi me gusta.
Saboreo el primer bocado consciente de que ese sabor proviene de un animal muy bien alimentado. Levanto la vista hacia mi madre sonriendo y ella me corresponde.
Creo que en la próxima visita a la carnicería la acompañaré.
miércoles, 7 de abril de 2010
Celebraciones
Celebración de cumpleaños.Hay que tener todo preparado para la llegada de los invitados. La mesa con los cubiertos, copas, servilletas; en el centro. los platos con comida. Anchoas, paletilla ibérica, queso, patés con sus panecillos y por supuesto agua y buen vino de Rioja.
Ya están todos, sentados en la mesa comienza la comilona. La anfitriona se sienta con todos los invitados, para que se va a levantar, si ya hay quien lo haga. Solo comer, sacar pegas y mandar. La sirvienta gratuita lo hace todo, sirve a los comensales, friega, recoge y todo lo que haga falta, solo falta que les tenga que limpiar el culo.
De los invitados, el más joven no tiene menos de setenta años, a excepción de la sirvienta gratuita claro. Todos tienen sus achaques, cada uno con un tipo de régimen especial, para el colesterol, la diabetes..., pero hoy no importa, hay que comer y beber sin control. Mañana me quejare. En los platos centrales con la comida, aparecen manos que no descansan, las mandíbulas tienen un ritmo desenfrenado, a penas se oye hablar, no se puede perder tiempo, el buche hay que llenarlo.
Pongo la paella de marisco, sólo falta que me pongan el uniforme con cofia y guantes blancos. No he terminado de servir a todos, cuando los primeros ya piden que les ponga otro plato, ¡que saque por dios!
Llega la hora del postre, se coloca la tarta con las velas-número encendidas, ochenta y cinco, no se si llegare yo a esa edad. Como si de un niño se tratara se canta el cumpleaños feliz. Felices ellos que no se han movido ni para ir al baño.
Los pantalones empiezan a pedir auxilio, los botones comienzan a soltarse antes de que exploten y parezca aquello una zona de tiro, pero eso no importa hay que comer la tarta de hojaldre con bien de crema, los pasteles tamaño industrial de lo grandes que son y el flan que es el postre más ligero, no hay que dejar nada sin probar.
El brindis con sidra por la octogenaria cumpleañera, con la frase celebre: “Que el año que viene lo celebremos de nuevo”. Como para no, comida, bebida, sin control y gratis, sin olvidar el servicio de mesa.
Ahora que ya tenemos los estómagos llenos, si podemos hablar, hay que recordar viejos tiempos, a los que ya no están. Cuando trabajaban en el campo, “eso si era trabajar, ahora estos jóvenes lo tienen todo, no saben hacer nada, no se puede contar con ellos para nada”. Pues no se que coño pinto aquí, sirviendo, limpiando y encima aguantando quejas, la próxima vez que contraten por el mismo precio a otra.
Como no se consigue discutir, algo muy habitual en este tipo de reuniones, todos a jugar a las cartas, ahí si que se discute: que si me has hecho trampas, que si no me miras para hacerte las señas, tú te callas que no juegas.
En la otra punta de la mesa están los jóvenes, que han ido llegando para recoger a los mayores, jugamos a otro tipo de juegos de cartas, pero sin discutir.
Los jubilados ya están cansados de jugar, es tarde, así que venga otra vez comida. Otro atracón, con lo que han comido y cenado, se daría de comer a cinco países subdesarrollados. Lo bueno es que como no queda mucha sobra de comida, no tendremos que pasar días comiendo lo mismo, aunque bueno los perros lo agradecerían enormemente.
Todos se despiden con una sonrisa, el buche lleno para toda la semana y dos besos. Que se dejen de besos y por lo menos que pongan un bote y me lo den como propina que me lo he ganado.
Bueno hasta la próxima comilona que me tenga que colocar la cofia.
Club secreto
En pleno de mes de agosto en Madrid y se tiene que estropear el aire acondicionado, cuando salgo de la ducha estoy prácticamente igual de sudorosa que cuando entré. Miró hacia el camisón y a pesar de ser muy ligero decido no ponérmelo.
En la cama yace despatarrado Víctor ocupando toda la cama, intento moverlo un poco empujándolo pero sigue en la misma posición, le pego una patada para ver si se mueve, con un ronquido se da media vuelta y deja libre mi espacio. Las sabanas están húmedas, comienzo a dar vueltas, no puedo dormir.
Abro la puerta de la terraza, parece que corre algo de aire, con el ruido de los coches no podré dormir así que me siento en una de las hamacas, el vecino parece tener puesto uno de esos programas para descerebrados donde locutores bulliciosos sueltan todo lo que cruza por su cabeza sin pararse a pensar.
“…cluuub secreto….club secreto….un club… secreto…aparca tus preocupaciones en la puerta, desinhíbete, la sonrisa bien calzada, ropas fuera… contraseña y para dentro…os recibimos con los dientes afilados…”
Al menos yo ya no tendría que quitarme la ropa.
Decido escuchar un poco los desvaríos; el que parece llevar un poco el orden tiene una voz de esas que te hacen pensar que el dueño huele bien, con aroma a algún perfume caro, no para de reír y de comer lo que parecen mantecados; para hablar y meterse entero uno de esos dulces debe tener una gran boca. El calor ya me empieza a afectar y mi mente se desvía por caminos voluptuosos, trato de concentrarme, pero esa voz…
Mi mano toma vida propia y acaricia agradable alrededor de los pezones, provocándome cosquillas, los pequeños botones se van endureciendo, dejo vagar libre mi pensamiento…
Entro en lo que parece una emisora de radio, varios hombres sentados alrededor de una mesa se giran, avanzo hacia el de la sensual voz sin prestar atención al resto, doy vueltas a su alrededor acariciando su cuello, sus hombros, mientras él continua hablando de felaciones con peta zetas, me siento en la mesa frente a su silla con las piernas abiertas, él traga los restos del mantecado y se inclina demostrando que sigue hambriento. Al contacto de su húmeda lengua mi clítoris se hincha, recostada veo a los otros hombres que nos observan, siguiendo con su cháchara sobre la fuerza.
Mientras mordisquea, chupa y sopla mi sexo me deja claro que no sólo se le da bien comer dulces, mis gemidos deben escucharse a través de las ondas, pero no parece importarles.
El de la voz aguardentosa pregunta que harían si saliese un alien de su estómago, un alien no sé pero sé lo que haría si decidiese sacar otra cosa, como si fuese un telépata obedeciendo órdenes, se inclina sobre mi apretando contra mi boca su miembro ya erguido, comienzo a lamer la punta, recorro con los labios y la lengua toda la superficie hasta permitirle que me la introduzca por completo, continuo presionando y chupando, haciendo que se endurezca aún más.
Los de las voces más jóvenes continúan hablando de mitos domésticos, las palabras se entremezclan con suspiros pero el programa debe continuar, en la radio no se permiten los silencios.
Unas suaves manos separan mis muslos, elevo mis caderas esperando sentir el ardor del bien comido, una orgullosa y larga polla se introduce lentamente, moviéndose sinuosa, sus sacudidas hacen que yo chupe con más ansia.
Escucho el sonido de una silla. Una gruesa verga se apoya en mi mano que se cierra sobre ella sintiendo su firmeza, palpita entre mis dedos y deseo sentirla más cerca, la atraigo hasta mis pechos que esperan impacientes por restregarse contra esa dura piedra.
Los asaltos en mi interior son cada vez más impetuosos, apenas puedo escuchar ya nada que no sean jadeos a mi alrededor, aunque todavía se distingue una voz juvenil charlando sobre animales.
Tras una indómita embestida, siento algo pringoso resbalando por mi sexo, el señor se deja caer en la silla mientras se lleva a la boca otro mantecado, el joven que permanece entre mis pechos me pone a cuatro patas e introduce su vigoroso mástil acometiendo en oleadas salvajes, en mi boca ya empiezo a notar el sabor del semen que chorrea entre mis labios, abiertos ya por los gritos de placer que abandonan mi garganta.
Continua empujando sin miramientos hasta que un chorro caliente salpica mi espalda.
Antes de irme miro al paciente que ha continuado emitiendo con la voz entrecortada, como suele decirse el mejor para el final, los pantalones apenas pueden ya contener el bulto que pugna por salir de su cárcel. Agradecida por su liberación, no pone objeciones cuando la introduzco con mi mano en mi aún jugosa vagina, sentada sobre sus muslos mientras él hunde su rostro entre mis pechos, me penetra profundamente elevándome a las puertas del Edén, con mi cuerpo ya relajado apoyada la espalda sobre la mesa, continua atravesándome implacable una y otra vez, cada vez más hondo, más rápido, de nuevo siento el éxtasis estallar entre mis muslos. Como el depredador que es antes de dejarse ir también hunde sus colmillos en mi cuello inmovilizándome.
“…cluuub secreto……club secreto...ya lo ves, hoy estoy tan cansado que no me voy ni a despedir…..”
El sonido del final del programa me hace abrir los ojos, mi vecino con los ojos desorbitados observa como froto enloquecida en mi interior, con la espalda ya arqueada por los continuos orgasmos autoproducidos. Con una sonrisa que no consigo borrar me despido de él hasta la próxima emisión.
Petición
martes, 6 de abril de 2010
Respeto
Lo primero que te enseñan desde la infancia, es que hay que respetar. Siempre lo he tenido muy en cuenta, procurando no faltar nunca a nadie ni a nada. Pero a mí y a los que son como yo ¿quién lo cumple?, me refiero a los fumadores. Respetamos que no se fume en ciertos lugares públicos, hospitales, bibliotecas, medios de transporte o incluso en las oficinas. Sin embargo, que me prohíban hacerlo en un lugar de ocio como son los bares, restaurantes, pub o discotecas me parece un insulto. Como acabo de exponer es un sitio donde voy a relajarme y distraerme de las obligaciones diarias, no tengo que dar explicaciones de lo que hago en mi tiempo libre, ¡es mío! Todo ciudadano tiene unos deberes y unos derechos. Yo cumplo con mis obligaciones, entonces ¿por qué me quitan mi derecho a fumar?
La excusa es el elevado coste que produce el tabaquismo en la Seguridad Social. La mayoría de los fumadores no vamos al médico y cuando lo visitamos nada tiene que ver con el tabaco.
El gasto que un fumador crea a la Seguridad Social es de un 30% y me excedo, pues bien, también crea un ingreso por cada cajetilla del 80%, que es lo que se lleva nuestro queridísimo estado, yo fumo una marca que cuesta 3,10€ en los bares, de los cuales el estado se embolsa 2,40€ aproximadamente, por treinta días que tiene un mes son alrededor de 70€. Eso una persona sola, realizando la misma operación con todos los consumidores, hagan sus apuestas señores.
Encima tengo que aguantar que me traten como una apestada, no tengo ninguna enfermedad contagiosa, hasta el momento la locura y la sinceridad no lo son.
Hablan de los años de Franco, los cuales yo no he vivido, pero sí sé que su época era una dictadura. ¿Y qué vivimos ahora? La única diferencia es que aquella estaba a la luz del sol y la de nuestros días está camuflada bajo talantes hipócritas.
Es por mi bien dicen. Si quieren hacer algo por mí que se vayan a su casa a comer regalices y me dejen con mi fumadero particular.
Ya que he sacado el tema franquista, creo de muy mal gusto, muy poco ético y de una falta de moralidad extraordinaria, quitar todo lo que recuerde a Franco, como sus esculturas, y los embalses porque no pueden. A pesar de todos los que están en contra de lo que hizo este hombre pertenece a nuestra historia, para bien o para mal.
Aquí tienen otra falta de respeto, así que como a mí no me gustan los políticos, ni lo que hacen, empezaré a quitar y a destruir todo lo que haga referencia a ellos, al fin y al cabo es lo que me están enseñando. Todo aquello que a mi juicio esté mal, será eliminado, cuando lleguen las elecciones romperé los carteles con sus hipócritas y cínicos rostros, porque esta época si la estoy viviendo y no me gusta, así que fuera, al baúl de las miserias.
En la noche se deslizan
Me despierto sobresaltada en mitad de la noche, no he tenido ninguna pesadilla, ningún ruido ha provocado la interrupción de mi descanso, sin embargo la angustia se apodera de cada célula de mi cuerpo.
Boca abajo sobre mi mullido colchón permanezco quieta, escuchando cualquier cosa fuera de lugar… El sonido de los electrodomésticos, el tic tac del reloj sobre la mesilla, sin embargo mi corazón sigue latiendo desaforado intuyendo algún peligro.
Lentamente encojo las piernas y me envuelvo con el edredón, mi mente con vida propia procede a recordar cada escena de las películas de terror que a lo largo de los años he ido viendo, visualizo a la niña del exorcista bajando las escaleras, cierro con fuerza los ojos como si eso pudiese evitar la imagen.
Respiro profundamente, no voy a dejarme llevar por el pánico, a escasos centímetros tengo el interruptor de la lámpara, pero sólo pensar en sacar la mano fuera de mi refugio, una descarga de temblores recorren mi cuerpo agitando la cama.
Al borde de las lágrimas, me parece que algo repta por el suelo, arrastrándose silencioso con dirección a la cama, me siento sobre el colchón, cubriéndome de la cabeza a los pies, me repliego tanto como lo permite mi cuerpo agarrotado, apenas puedo respirar, lo que fuese que me ha parecido escuchar ya no está ahí.
Mi vejiga comienza a protestar, tengo que ir con urgencia al baño, me estoy comportando como una cría, de un salto que casi parte mis tobillos al aterrizar, me planto en la puerta de la habitación. Con las prisas, el edredón cae al suelo. Corro descalza, encendiendo todas las luces a mi paso, llego sin aliento, de un portazo entro en el interior, evitando mirar mi reflejo en el espejo, las baldosas relucen frías e inertes bajo mis pies.
Las cortinas no permiten ver lo que hay oculto en la bañera, extiendo una mano para correrlas. Con el corazón desbocado, estiro todo lo que soy capaz el brazo, de un fuerte tirón, arrastro la barra que las sostiene, el golpe seco contra el mármol de la bañera hace que un grito escape de mi boca, me siento ridícula pero no puedo evitar sentirme aterrada, me separo del ruido sobrecogedor que aún retumba en mis oídos.
En mi intento de fuga, me golpeo contra el filo del armario, gotas de sangre caen vibrantes sobre la blanca cerámica del lavabo, me escuece mucho, pero sigo renuente a contemplar mi imagen. Me llevo los dedos a la cabeza que se llenan de sangre caliente.
Aprieto una toalla contra la herida de la que continúa manando un reguero de líquido viscoso.
El dolor físico me hace ver lo tonta que estoy siendo, el maullido de Kiko me hace regresar por completo a la realidad, sus arañazos sobre la madera intentando entrar me hacen consciente del frío, las uñas se me están poniendo azules, cuento hasta tres y miro directamente al espejo…
Nada extraño, mi piel un poco pálida y la vista un poco extraviada debido al susto.
Kiko cada vez maúlla más fuerte, abro la puerta para dejarlo entrar, enseguida comienza a frotarse contra mis piernas, ronroneando.
Como puedo, me curo la herida y vuelvo con el gato en brazos, no apago ninguna de las luces de la casa, en la cocina tomo un poco de jamón de york para dar de comer al tragón, sentada en el sillón puedo ver perfectamente el edredón tirado en el suelo de mi habitación, con las manos agarrotadas voy partiendo pequeños trocitos mientras observo como un bulto se mueve bajo el cobertor.
Subo los pies, muy despacio, apretando a Kiko contra mi pecho, escucho latir su pequeño corazoncito contra el mío que durante unos segundos ha dejado de palpitar.
Las lágrimas apenas me dejan ver, siento como el frío muerde mis miembros, el sonido del reloj me recuerda cada segundo que paso sentada, permanezco horas en la misma posición con la mirada fija en la entrada de mi habitación, donde ahora todo permanece inmóvil.
El sol comienza a inundar de luz y calor la casa, Kiko salta desperezándose, con movimientos ágiles se encamina hacia mi cama, no trato de detenerle, no ocurre nada, se enrosca cerca de la almohada y con un bostezo continúa durmiendo.
Me levanto sintiendo como los huesos crujen, quejándose de la noche que por mis paranoias les he hecho pasar. El despertador comienza a sonar, miro hacia la habitación, tengo que entrar para pararlo, voy al baño, aparto la barra caída y las cortinas dejando que el agua caliente termine de eliminar el recuerdo de mis fantasías.
En algún momento Kiko ha debido merodear por aquí, ha lamido la sangre dejando el rastro de su lengua. Avergonzada de mi tonto comportamiento entro en la habitación pisoteando con energía el edredón, apago de un manotazo el despertador antes de que me vuelva loca. Miro hacia fuera, el cielo indica un día caluroso, pero siento tanto frío que me visto con ropas de abrigo.
De un golpecito en el lomo echo a Kiko de la cama que bufa por ver interrumpida su siesta matutina. Estiro bien las sabanas hasta no dejar ni una arruga, miro hacia el suelo, retraso un poco más lo inevitable, pongo música, a su ritmo voy dando patadas al edredón hasta conseguir que éste se eleve, sin parar de moverme tiro de él bruscamente.
Ese maldito gato. Tendré que darle un buen baño y cortarle las uñas, todo está lleno de lo que parecen babas, pequeñas astillas de madera de la pata de la cama revolotean por el aire hasta posarse suavemente sobre el suelo.
Cierro la puerta de la casa, no puedo mover el cuello con normalidad, una vez en la calle al girar la cabeza hacia mi ventana me parece distinguir una sombra tras las cortinas. El calor del sol hace que me sienta tranquila, de hecho estoy tan feliz que esta noche invitaré a unas cuantas amigas a una fiesta de pijamas.
El miedo
Hace unos cuantos días me desperté en medio de la noche y me dió por reflexionar sobre el miedo.
Qué gran sentimiento el miedo, nadie es capaz de sustraerse a él, miedo a lo desconocido, miedo a lo conocido, miedo al presente, al pasado, al futuro...
Usado desde que el homo sapiens tiene uso de razón, seguro que incluso antes, como método represor, porque un rebaño asustado no piensa nada más que en sobrevivir sin preocuparse de los tejemanejes y trapicheos que ocurren a su alrededor y si alguna oveja levanta la cabeza no faltaran voces que, como la reina de corazones gritarán : "que le corten la cabeza"
Con la religión se doblegó a millones de personas, ahora ha llegado la hora de la ciencia, aún más aterradora que los instrumentos de tortura de la Santa Inquisición.
Sin agua, sin capa de ozono, con miles de animales en peligro de extinción ¿qué será del ser humano? con estas noticias sobre la cabeza como la espada de Damocles quien es capaz de abrir el grifo sin sentirse culpable.
Por si no fuera poco con el miedo a una posible pero lejana extinción, para tenernos encarrilados en el día a día nos aplastan con los miedos cotidianos, miedo a perder el trabajo, miedo a que suba el euribor, miedo a que bandas organizadas de los paises del Este entren en nuestras casas a robar...
Miedo, terror, pavor, horror, temor, miles de sinónimos para este sentimiento que implantan en nuestro ADN como el color de los ojos o del pelo. El coco, el hombre del saco, fantasmas, zombies, vampiros pueblan los terrores nocturnos. El día tiene los suyos propios, enchufes que no deben tocarse con las manos mojadas, miedo a comer pescado por si una espina diminuta se clava en tu garganta, miedo a tomar demasiada sal o demasiado azúcar o demasiado de algo.
Y por si no fuera bastante, nos creamos nuestros propios miedos, al ridículo, al que dirán o no dirán, en definitiva a nosotros mismos, miedo incluso a la felicidad, no vaya a ser que la perdamos.
¿A qué viene esta irreflexión? Pues en primer lugar, porque me apetece, es lo que sucede cuando se es una ninfómana de las palabras y en segundo lugar porque he decidido escribir algún relato siguiendo esa línea, sin abandonar por supuesto los "eróticos" que tantas satisfacciones me dan.
lunes, 5 de abril de 2010
Rabindranath Tagore
En vista de que Ayesha y Posedeia han decidido rendir sus particulares homenajes a sus escritores favoritos, no he podido resistir la tentación de hacer lo propio.
Rabindranath Tagore nació en Calcuta el 6 de mayo de 1861 en el seno de una familia perteneciente a la casta de los brahamanes. Vivía en el Jorsanko, un magnífico palacio, con sus padres y sus trece hermanos. A pesar de estar alejado de la miseria que asolaba su pais, no tuvo una infancia feliz. La soledad le llevó a refugiarse en la lectura de los versos de Kalidasa y Jayadeva.
Desde los doce años, edad a la que que escribió su primer poema, tuvo la esperanza de convertirse en un poeta; escribo aquí algunas de sus citas que expresan por si solas que los deseos algunas veces se hacen realidad:
"Como una brisa indolente, unos dedos invisibles están tocando en mi corazón la música de las olas"
"El hecho de que exista es una sorpresa constante de lo que es la vida"
"Mi corazón estrella sus olas en la playa del mundo y escribe sobre ella con lágrimas "te quiero"
"El pájaro quisiera ser una nube. La nube quisiera ser un pájaro"
"No puedo decir por qué este corazón mío languidece en silencio. Es por cosas pequeñas que nunca pide, ni sabe, ni recuerda"
"Si no tienes hambre, no eches la culpa a la comida"
"Me sonreíste y me hablaste de cosas sin importancia, y yo sentí que había esperado tanto tiempo sólo por eso"
"Una mente aguda pero incomprensiva lo penetra todo pero no mueve nada"
"Interpretamos mal el mundo y luego decimos que nos engaña"
"Lo grande no teme ir al lado de lo pequeño. Lo mediocre se mantiene aparte"
"Que mis últimas palabras sean: confio en tu amor"
En una sociedad en la que cada vez nos encontramos más manipulados, orientando nuestros acciones y pensamientos hacia lo que es políticamente correcto, ético o bien visto, Tagore es un soplo de aire fresco que nos invita a pensar por nosotros mismos, sin cortapisas. Nos indica el camino que debemos seguir, que nos equivocamos pues hagamoslo pero al menos seamos conscientes de lo que nos ha llevado a elegir nuestro destino. No sustituyamos el objeto del deseo por el deseo del objeto, porque de lo contrario llenaremos nuestros armarios de cosas inútiles y sin sentido, pensemos de forma independiente, ya que últimamente ni hablar podemos, que no nos quiten nuestro último reducto de libertad.
El templario
La cesta estaba ya casi a rebosar de flores cuando por el camino pude distinguir como varios caballos al galope levantaban una enorme polvareda, apenas tuve tiempo de girarme para echar a correr cuando un puño me derribó, haciendo que rodase por el suelo.
Eran varios de los caballeros que habían venido a visitar al señor de las tierras, habían salido de caza y yo había tenido la mala suerte de cruzarme con ellos.
Sabía que no serviría de nada gritar, ni intentar defenderme, eran ya demasiadas las veces que había sido poseída por hombres como aquellos, que con ojos brillantes miraban mis piernas descubiertas por la caída.
Si me portaba bien, a veces me daban alguna moneda, con la que toda la familia podíamos subsistir varios meses, el invierno había sido muy duro y la cosecha escasa, lo poco que se lograba recolectar iba a parar a la mesa del señor; los pobres campesinos nos teníamos que conformar con comer raíces o frutos silvestres.
Subí mis vestiduras hasta quedar desnuda de cintura para abajo, abrí las piernas, cerrando los ojos e intentando relajarme, así dolía menos. Oí sus voces, animándose unos a otros, eran sólo tres, en menos de veinte minutos habría acabado y podría continuar con mi vida; ante todo debía evitar que me golpeasen, la última vez me rompieron varias costillas y pasé un infierno amasando el pan cada mañana y saliendo con padre a recoger el trigo.
El primero embistió sin contemplaciones, apreté los dientes, imaginando que jugaba con mis hermanitos. Como había sospechado todo fue rápido, un par de acometidas y un chorro de líquido caliente se deslizó entre mis muslos.
Sonaron carcajadas de los otros bellacos, una mano ruda me agarró, acercó su aliento de borracho apestoso y trató de besarme, cerré los labios, recibiendo una tremenda bofetada que hizo que me pitasen los oídos, permití que su asquerosa lengua se introdujese en mi boca, mientras que un miembro flácido trataba de acceder a mi interior.
Con los ojos cerrados, escuché como otro caballo se acercaba, rogué al cielo para que sólo fuese uno. Unos segundos después el cuerpo que había sobre mí se retiró, escuché golpes de espadas, cuando me atreví a mirar, un gigantesco caballero vestido de un blanco tan puro como la nieve con una cruz roja sobre el pecho luchaba contra los tres malnacidos que me habían atacado.
Con un revés de la espada la cabeza de uno de ellos salió despedida, yendo a caer entre los arbustos, aún quedaban dos. Enloquecidos por la muerte de su compañero se abalanzaron contra el templario.
Eran varios de los caballeros que habían venido a visitar al señor de las tierras, habían salido de caza y yo había tenido la mala suerte de cruzarme con ellos.
Sabía que no serviría de nada gritar, ni intentar defenderme, eran ya demasiadas las veces que había sido poseída por hombres como aquellos, que con ojos brillantes miraban mis piernas descubiertas por la caída.
Si me portaba bien, a veces me daban alguna moneda, con la que toda la familia podíamos subsistir varios meses, el invierno había sido muy duro y la cosecha escasa, lo poco que se lograba recolectar iba a parar a la mesa del señor; los pobres campesinos nos teníamos que conformar con comer raíces o frutos silvestres.
Subí mis vestiduras hasta quedar desnuda de cintura para abajo, abrí las piernas, cerrando los ojos e intentando relajarme, así dolía menos. Oí sus voces, animándose unos a otros, eran sólo tres, en menos de veinte minutos habría acabado y podría continuar con mi vida; ante todo debía evitar que me golpeasen, la última vez me rompieron varias costillas y pasé un infierno amasando el pan cada mañana y saliendo con padre a recoger el trigo.
El primero embistió sin contemplaciones, apreté los dientes, imaginando que jugaba con mis hermanitos. Como había sospechado todo fue rápido, un par de acometidas y un chorro de líquido caliente se deslizó entre mis muslos.
Sonaron carcajadas de los otros bellacos, una mano ruda me agarró, acercó su aliento de borracho apestoso y trató de besarme, cerré los labios, recibiendo una tremenda bofetada que hizo que me pitasen los oídos, permití que su asquerosa lengua se introdujese en mi boca, mientras que un miembro flácido trataba de acceder a mi interior.
Con los ojos cerrados, escuché como otro caballo se acercaba, rogué al cielo para que sólo fuese uno. Unos segundos después el cuerpo que había sobre mí se retiró, escuché golpes de espadas, cuando me atreví a mirar, un gigantesco caballero vestido de un blanco tan puro como la nieve con una cruz roja sobre el pecho luchaba contra los tres malnacidos que me habían atacado.
Con un revés de la espada la cabeza de uno de ellos salió despedida, yendo a caer entre los arbustos, aún quedaban dos. Enloquecidos por la muerte de su compañero se abalanzaron contra el templario.
Recibió varios cortes, estaba a punto de ser doblegado aunque luchaba como un león; en un impulso tomé la espada del muerto y atravesé con ella la espalda de uno de sus enemigos, la hundí hasta la empuñadura sintiendo como la sangre viscosa corría por mi brazo. El que aún quedaba en pie se giró intentando clavarme su arma, cometiendo el error que le costó la vida; el del temple aprovechó para dar varias estocadas en el pecho del adversario.
Tenía que irme rápidamente, si mi señor me relacionaba con la muerte de sus invitados, mi casa quedaría reducida a cenizas y toda la familia sería asesinada. El caballero cayó de rodillas, sangraba por varias heridas, sin pensar, lo ayudé a subir al caballo y lo conduje hasta un pajar abandonado.
Fui corriendo hasta casa donde mis padres y hermanos ya estaban durmiendo, recogí un recipiente para llenarlo de agua y el ungüento de madre, regresé al lado del valiente, temerosa de que hubiese muerto en ese lapso de tiempo, observé su pecho que aunque levemente subía y bajaba.
Desnudé su cuerpo, lavando y curando sus heridas, aunque numerosas ninguna era de gravedad, con una de sus capas hice tiras con las que lo vendé. No podía dejar de pensar en los muertos del camino, si los hallaban tan pronto, las huellas les conducirían directas hasta el herido, subí al caballo y me acerqué hasta el lugar donde continuaban tirados los cadáveres, esperé a cierta distancia asegurándome de que no había nadie por los alrededores, cuando estuve segura arrastré sin ningún miramiento los cuerpos y los tiré al río, crecido por el deshielo de la primavera.
Regresé a casa, pero no podía dormir pensando en el caballero sólo y herido, oculta en la oscuridad me encaminé al pajar donde lo había dejado, para mi sorpresa el caballo estaba en la puerta esperando a su amo, le quité la brida y la montura y dejé que fuese a pastar libre por los alrededores.
Continuaba sumido en el sueño, al tocar su frente noté calentura, sudaba mucho, así que tratando de darle alivio comencé a limpiarlo con vendas frías, nunca había tenido un cuerpo desnudo de un hombre en aquél estado, había visto por supuesto muchos, pero en circunstancias nada favorecedoras.
Este era un hombre joven, muy bien parecido, su poderoso torso estaba cubierto por cicatrices de mil batallas; curiosa, levanté un poco la capa con la que estaba cubierto y observé su miembro, incluso en reposo se la veía extraordinaria, bajo el contacto de mi mano, se endureció un poco.
Berta, la chica de la granja vecina me había contado el goce que sentía con su novio cuando estaban juntos, debido a mi experiencia yo era un tanto escéptica.
Miré el rostro sosegado, me atreví a tocarlo de nuevo, la cogí agitándola como una campanilla de un lado a otro, no me dio la impresión que aquello pudiese ponerse duro, con gran reparo saqué la lengua y lamí un poco, chupé un poco más, esperando a ver que pasaba, me la metí entera en la boca, un gemido escapó entre los labios del inconsciente, chupé más, notando como se iba endureciendo y creciendo hasta alcanzar casi el doble de su tamaño, las venas de la superficie se habían hinchado, haciendo que apareciese rugosa al tacto, estaba tan dura como un palo de avellano, observé de nuevo el rostro, si me atreviese…
Deslicé mi vestido quedando completamente desnuda, tomé la hermosa verga que palpitó entre mis manos y me la introduje, nada tenía que ver con los fofos y blandos miembros que me habían probado hasta entonces.
Sentada sobre su robusto cuerpo no sabía muy bien como empezar, hasta aquél momento lo único que siempre había tenido que hacer era abrir las piernas y permanecer quieta. Mi cuerpo tomó la palabra, mis caderas comenzaron a moverse adelante y atrás, aumentaba y disminuía el ritmo buscando el placer del que me había hablado Berta, era una sensación agradable sin duda pero nada que ver con lo que ella describía.
Continué cabalgando, mientras que una de mis manos bajó para acariciar entre los suaves rizos, acaricié un poco más, presionando ligeramente, algo creció y noté como aumentaba la humedad entre mis muslos. Tomé una de las manos del templario, grande y fuerte y la restregué como antes había hecho con la mía, algo parecía a punto de estallar en mi interior, aumenté el ritmo de mis caderas, notando el miembro golpear con fuerza, espasmos de gozo recorrieron mi cuerpo.
Reposé un momento sobre el pecho del guerrero, escuchando el latir de su corazón, que estaba tan acelerado como el mío, poco a poco se fue sosegando.
Estaba a punto de amanecer y debía regresar antes de me echasen en falta, revisé de nuevo las heridas, que no habían sufrido daño y dejé a su alcance una escudilla con un poco de sopa y varios pedazos de pan.
Pasé todo el día pensando en el hermoso cuerpo, deseando que llegase la noche para regresar a su lado, padre tuvo que pegarme varias veces con la estaca para que espabilase. Terminé mis tareas al atardecer y como si fuese a encontrarme con mi enamorado me acerqué al río para que el agua se llevase la suciedad acumulada, incluso me puse mi otro vestido, un poco menos roto.
Corría tan rápido como lo permitían mis piernas, ansiosa por no encontrarle, cerca del pajar vi el caballo que retozón vino a saludar, le di una zanahoria que agradeció con un suave relincho.
El cuerpo continuaba en la misma posición en la que lo había dejado, en algún momento había despertado porque la escudilla estaba vacía.
Menos tímida que el día anterior me desnude y retiré la capa que lo cubría, procedí a limpiar su sudor con mi lengua, sus pezones se endurecieron, dándome una idea, tomé con sus manos mis pechos que enseguida respondieron al contacto, algo duro golpeó mis nalgas, su verga había alcanzado un tamaño espectacular, me froté contra ella arriba y abajo, estaba a punto de alojarla en mi interior cuando al mirar su rostro, unos ojos azules me dejaron paralizada.
Rápidamente me bajé de la montura y me arrodillé pidiendo clemencia, traté de tapar mi desnudez con el vestido, pero él lo retiró con suavidad, sus manos acariciaron mis hombros, no parecía enfadado por mi osadía pero no me atrevía a mirar su cara, se arrodilló frente a mí, recostando mi cabeza sobre su pecho.
Depositando un suave beso en mis labios, continuó su camino por la curva de mi cuello, hizo que me tumbase, temí que una vez despierto fuese como todos y esperé con angustia la embestida que no llegó a producirse. Chupaba con avidez mis pezones, produciéndome cosquillas, los lamía y acariciaba como si pudiesen romperse, una de sus manos se abrió paso entre mis muslos, pero no daba con el lugar que yo había descubierto y venciendo mi temor la empujé para que lo hallase, después de un rato dejé que experimentase por si mismo, abrazada a su torso sentía como sus dedos exploraban provocando oleadas de excitación. Con mi mano intenté alcanzar su verga, más dura en esos momentos que los diamantes de la señora condesa, abrí mis piernas deseando sentirla, elevé mis caderas sintiendo como poderoso me penetraba, comenzó a moverse rápido y temí que acabase en pocos segundos, así que tímida le pedí que fuese más despacio, sus ojos azules brillaron, nunca una mujer se había atrevido a tanto, pero decidió hacerme caso y comenzó a moverse más lento y profundo, debajo de él yo me movía siguiendo su ritmo.
Con su voz ronca pidió que le mostrase las nalgas, decidí que bien merecía la pena probar, sentí como una de sus enormes manos amasaba la carne prieta de mi trasero, mientras que la otra buscaba entre mis rizos lo que hacía que latiese de pasión, cuando notó lo excitada que estaba me penetró, sus testículos golpeaban una y otra vez, mis gritos lo enardecieron e inició furiosas acometidas que hicieron que las rodillas me temblasen, cuando pensé que ya iba a terminar, sacó su gran verga y me dio la vuelta, deseaba ver mi rostro, abrí de nuevo los muslos y permití que se lanzase vigoroso, los dos jadeábamos como animales, sin ningún tipo de control, clavé mis uñas en aquellos músculos de acero, con un hondo gemido dejó correr su líquido de semental dentro de mí.
Nunca volvería a verlo, una vez repuesto se iría dejándome atrás, entre lágrimas imaginé como preparaba el caballo para su partida, no tenía ningún derecho a pedirle nada, así que permanecí callada, como yo había supuesto se levantó y comenzó a vestirse, ya sobre el caballo se acercó, me tendió una mano que yo besé apasionadamente, pero él la apartó mirándome extrañado:
- acaso ¿no venís conmigo?
No tuve ninguna duda, dejaba atrás mi familia, mi hogar, todo lo que en algún momento había amado; dejaba atrás también una vida de miseria y humillaciones. Ayudada por su musculoso brazo monté sobre el caballo, abrazada a él, sentí un éxtasis tan intenso que hizo que me riese a carcajadas, mi caballero acompañó mis risas.
A galope tendido dejamos atrás aquellas tierras en las que por un infortunio había hallado al señor de mis sueños.
Tenía que irme rápidamente, si mi señor me relacionaba con la muerte de sus invitados, mi casa quedaría reducida a cenizas y toda la familia sería asesinada. El caballero cayó de rodillas, sangraba por varias heridas, sin pensar, lo ayudé a subir al caballo y lo conduje hasta un pajar abandonado.
Fui corriendo hasta casa donde mis padres y hermanos ya estaban durmiendo, recogí un recipiente para llenarlo de agua y el ungüento de madre, regresé al lado del valiente, temerosa de que hubiese muerto en ese lapso de tiempo, observé su pecho que aunque levemente subía y bajaba.
Desnudé su cuerpo, lavando y curando sus heridas, aunque numerosas ninguna era de gravedad, con una de sus capas hice tiras con las que lo vendé. No podía dejar de pensar en los muertos del camino, si los hallaban tan pronto, las huellas les conducirían directas hasta el herido, subí al caballo y me acerqué hasta el lugar donde continuaban tirados los cadáveres, esperé a cierta distancia asegurándome de que no había nadie por los alrededores, cuando estuve segura arrastré sin ningún miramiento los cuerpos y los tiré al río, crecido por el deshielo de la primavera.
Regresé a casa, pero no podía dormir pensando en el caballero sólo y herido, oculta en la oscuridad me encaminé al pajar donde lo había dejado, para mi sorpresa el caballo estaba en la puerta esperando a su amo, le quité la brida y la montura y dejé que fuese a pastar libre por los alrededores.
Continuaba sumido en el sueño, al tocar su frente noté calentura, sudaba mucho, así que tratando de darle alivio comencé a limpiarlo con vendas frías, nunca había tenido un cuerpo desnudo de un hombre en aquél estado, había visto por supuesto muchos, pero en circunstancias nada favorecedoras.
Este era un hombre joven, muy bien parecido, su poderoso torso estaba cubierto por cicatrices de mil batallas; curiosa, levanté un poco la capa con la que estaba cubierto y observé su miembro, incluso en reposo se la veía extraordinaria, bajo el contacto de mi mano, se endureció un poco.
Berta, la chica de la granja vecina me había contado el goce que sentía con su novio cuando estaban juntos, debido a mi experiencia yo era un tanto escéptica.
Miré el rostro sosegado, me atreví a tocarlo de nuevo, la cogí agitándola como una campanilla de un lado a otro, no me dio la impresión que aquello pudiese ponerse duro, con gran reparo saqué la lengua y lamí un poco, chupé un poco más, esperando a ver que pasaba, me la metí entera en la boca, un gemido escapó entre los labios del inconsciente, chupé más, notando como se iba endureciendo y creciendo hasta alcanzar casi el doble de su tamaño, las venas de la superficie se habían hinchado, haciendo que apareciese rugosa al tacto, estaba tan dura como un palo de avellano, observé de nuevo el rostro, si me atreviese…
Deslicé mi vestido quedando completamente desnuda, tomé la hermosa verga que palpitó entre mis manos y me la introduje, nada tenía que ver con los fofos y blandos miembros que me habían probado hasta entonces.
Sentada sobre su robusto cuerpo no sabía muy bien como empezar, hasta aquél momento lo único que siempre había tenido que hacer era abrir las piernas y permanecer quieta. Mi cuerpo tomó la palabra, mis caderas comenzaron a moverse adelante y atrás, aumentaba y disminuía el ritmo buscando el placer del que me había hablado Berta, era una sensación agradable sin duda pero nada que ver con lo que ella describía.
Continué cabalgando, mientras que una de mis manos bajó para acariciar entre los suaves rizos, acaricié un poco más, presionando ligeramente, algo creció y noté como aumentaba la humedad entre mis muslos. Tomé una de las manos del templario, grande y fuerte y la restregué como antes había hecho con la mía, algo parecía a punto de estallar en mi interior, aumenté el ritmo de mis caderas, notando el miembro golpear con fuerza, espasmos de gozo recorrieron mi cuerpo.
Reposé un momento sobre el pecho del guerrero, escuchando el latir de su corazón, que estaba tan acelerado como el mío, poco a poco se fue sosegando.
Estaba a punto de amanecer y debía regresar antes de me echasen en falta, revisé de nuevo las heridas, que no habían sufrido daño y dejé a su alcance una escudilla con un poco de sopa y varios pedazos de pan.
Pasé todo el día pensando en el hermoso cuerpo, deseando que llegase la noche para regresar a su lado, padre tuvo que pegarme varias veces con la estaca para que espabilase. Terminé mis tareas al atardecer y como si fuese a encontrarme con mi enamorado me acerqué al río para que el agua se llevase la suciedad acumulada, incluso me puse mi otro vestido, un poco menos roto.
Corría tan rápido como lo permitían mis piernas, ansiosa por no encontrarle, cerca del pajar vi el caballo que retozón vino a saludar, le di una zanahoria que agradeció con un suave relincho.
El cuerpo continuaba en la misma posición en la que lo había dejado, en algún momento había despertado porque la escudilla estaba vacía.
Menos tímida que el día anterior me desnude y retiré la capa que lo cubría, procedí a limpiar su sudor con mi lengua, sus pezones se endurecieron, dándome una idea, tomé con sus manos mis pechos que enseguida respondieron al contacto, algo duro golpeó mis nalgas, su verga había alcanzado un tamaño espectacular, me froté contra ella arriba y abajo, estaba a punto de alojarla en mi interior cuando al mirar su rostro, unos ojos azules me dejaron paralizada.
Rápidamente me bajé de la montura y me arrodillé pidiendo clemencia, traté de tapar mi desnudez con el vestido, pero él lo retiró con suavidad, sus manos acariciaron mis hombros, no parecía enfadado por mi osadía pero no me atrevía a mirar su cara, se arrodilló frente a mí, recostando mi cabeza sobre su pecho.
Depositando un suave beso en mis labios, continuó su camino por la curva de mi cuello, hizo que me tumbase, temí que una vez despierto fuese como todos y esperé con angustia la embestida que no llegó a producirse. Chupaba con avidez mis pezones, produciéndome cosquillas, los lamía y acariciaba como si pudiesen romperse, una de sus manos se abrió paso entre mis muslos, pero no daba con el lugar que yo había descubierto y venciendo mi temor la empujé para que lo hallase, después de un rato dejé que experimentase por si mismo, abrazada a su torso sentía como sus dedos exploraban provocando oleadas de excitación. Con mi mano intenté alcanzar su verga, más dura en esos momentos que los diamantes de la señora condesa, abrí mis piernas deseando sentirla, elevé mis caderas sintiendo como poderoso me penetraba, comenzó a moverse rápido y temí que acabase en pocos segundos, así que tímida le pedí que fuese más despacio, sus ojos azules brillaron, nunca una mujer se había atrevido a tanto, pero decidió hacerme caso y comenzó a moverse más lento y profundo, debajo de él yo me movía siguiendo su ritmo.
Con su voz ronca pidió que le mostrase las nalgas, decidí que bien merecía la pena probar, sentí como una de sus enormes manos amasaba la carne prieta de mi trasero, mientras que la otra buscaba entre mis rizos lo que hacía que latiese de pasión, cuando notó lo excitada que estaba me penetró, sus testículos golpeaban una y otra vez, mis gritos lo enardecieron e inició furiosas acometidas que hicieron que las rodillas me temblasen, cuando pensé que ya iba a terminar, sacó su gran verga y me dio la vuelta, deseaba ver mi rostro, abrí de nuevo los muslos y permití que se lanzase vigoroso, los dos jadeábamos como animales, sin ningún tipo de control, clavé mis uñas en aquellos músculos de acero, con un hondo gemido dejó correr su líquido de semental dentro de mí.
Nunca volvería a verlo, una vez repuesto se iría dejándome atrás, entre lágrimas imaginé como preparaba el caballo para su partida, no tenía ningún derecho a pedirle nada, así que permanecí callada, como yo había supuesto se levantó y comenzó a vestirse, ya sobre el caballo se acercó, me tendió una mano que yo besé apasionadamente, pero él la apartó mirándome extrañado:
- acaso ¿no venís conmigo?
No tuve ninguna duda, dejaba atrás mi familia, mi hogar, todo lo que en algún momento había amado; dejaba atrás también una vida de miseria y humillaciones. Ayudada por su musculoso brazo monté sobre el caballo, abrazada a él, sentí un éxtasis tan intenso que hizo que me riese a carcajadas, mi caballero acompañó mis risas.
A galope tendido dejamos atrás aquellas tierras en las que por un infortunio había hallado al señor de mis sueños.
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