La cesta estaba ya casi a rebosar de flores cuando por el camino pude distinguir como varios caballos al galope levantaban una enorme polvareda, apenas tuve tiempo de girarme para echar a correr cuando un puño me derribó, haciendo que rodase por el suelo.
Eran varios de los caballeros que habían venido a visitar al señor de las tierras, habían salido de caza y yo había tenido la mala suerte de cruzarme con ellos.
Sabía que no serviría de nada gritar, ni intentar defenderme, eran ya demasiadas las veces que había sido poseída por hombres como aquellos, que con ojos brillantes miraban mis piernas descubiertas por la caída.
Si me portaba bien, a veces me daban alguna moneda, con la que toda la familia podíamos subsistir varios meses, el invierno había sido muy duro y la cosecha escasa, lo poco que se lograba recolectar iba a parar a la mesa del señor; los pobres campesinos nos teníamos que conformar con comer raíces o frutos silvestres.
Subí mis vestiduras hasta quedar desnuda de cintura para abajo, abrí las piernas, cerrando los ojos e intentando relajarme, así dolía menos. Oí sus voces, animándose unos a otros, eran sólo tres, en menos de veinte minutos habría acabado y podría continuar con mi vida; ante todo debía evitar que me golpeasen, la última vez me rompieron varias costillas y pasé un infierno amasando el pan cada mañana y saliendo con padre a recoger el trigo.
El primero embistió sin contemplaciones, apreté los dientes, imaginando que jugaba con mis hermanitos. Como había sospechado todo fue rápido, un par de acometidas y un chorro de líquido caliente se deslizó entre mis muslos.
Sonaron carcajadas de los otros bellacos, una mano ruda me agarró, acercó su aliento de borracho apestoso y trató de besarme, cerré los labios, recibiendo una tremenda bofetada que hizo que me pitasen los oídos, permití que su asquerosa lengua se introdujese en mi boca, mientras que un miembro flácido trataba de acceder a mi interior.
Con los ojos cerrados, escuché como otro caballo se acercaba, rogué al cielo para que sólo fuese uno. Unos segundos después el cuerpo que había sobre mí se retiró, escuché golpes de espadas, cuando me atreví a mirar, un gigantesco caballero vestido de un blanco tan puro como la nieve con una cruz roja sobre el pecho luchaba contra los tres malnacidos que me habían atacado.
Con un revés de la espada la cabeza de uno de ellos salió despedida, yendo a caer entre los arbustos, aún quedaban dos. Enloquecidos por la muerte de su compañero se abalanzaron contra el templario.
Eran varios de los caballeros que habían venido a visitar al señor de las tierras, habían salido de caza y yo había tenido la mala suerte de cruzarme con ellos.
Sabía que no serviría de nada gritar, ni intentar defenderme, eran ya demasiadas las veces que había sido poseída por hombres como aquellos, que con ojos brillantes miraban mis piernas descubiertas por la caída.
Si me portaba bien, a veces me daban alguna moneda, con la que toda la familia podíamos subsistir varios meses, el invierno había sido muy duro y la cosecha escasa, lo poco que se lograba recolectar iba a parar a la mesa del señor; los pobres campesinos nos teníamos que conformar con comer raíces o frutos silvestres.
Subí mis vestiduras hasta quedar desnuda de cintura para abajo, abrí las piernas, cerrando los ojos e intentando relajarme, así dolía menos. Oí sus voces, animándose unos a otros, eran sólo tres, en menos de veinte minutos habría acabado y podría continuar con mi vida; ante todo debía evitar que me golpeasen, la última vez me rompieron varias costillas y pasé un infierno amasando el pan cada mañana y saliendo con padre a recoger el trigo.
El primero embistió sin contemplaciones, apreté los dientes, imaginando que jugaba con mis hermanitos. Como había sospechado todo fue rápido, un par de acometidas y un chorro de líquido caliente se deslizó entre mis muslos.
Sonaron carcajadas de los otros bellacos, una mano ruda me agarró, acercó su aliento de borracho apestoso y trató de besarme, cerré los labios, recibiendo una tremenda bofetada que hizo que me pitasen los oídos, permití que su asquerosa lengua se introdujese en mi boca, mientras que un miembro flácido trataba de acceder a mi interior.
Con los ojos cerrados, escuché como otro caballo se acercaba, rogué al cielo para que sólo fuese uno. Unos segundos después el cuerpo que había sobre mí se retiró, escuché golpes de espadas, cuando me atreví a mirar, un gigantesco caballero vestido de un blanco tan puro como la nieve con una cruz roja sobre el pecho luchaba contra los tres malnacidos que me habían atacado.
Con un revés de la espada la cabeza de uno de ellos salió despedida, yendo a caer entre los arbustos, aún quedaban dos. Enloquecidos por la muerte de su compañero se abalanzaron contra el templario.
Recibió varios cortes, estaba a punto de ser doblegado aunque luchaba como un león; en un impulso tomé la espada del muerto y atravesé con ella la espalda de uno de sus enemigos, la hundí hasta la empuñadura sintiendo como la sangre viscosa corría por mi brazo. El que aún quedaba en pie se giró intentando clavarme su arma, cometiendo el error que le costó la vida; el del temple aprovechó para dar varias estocadas en el pecho del adversario.
Tenía que irme rápidamente, si mi señor me relacionaba con la muerte de sus invitados, mi casa quedaría reducida a cenizas y toda la familia sería asesinada. El caballero cayó de rodillas, sangraba por varias heridas, sin pensar, lo ayudé a subir al caballo y lo conduje hasta un pajar abandonado.
Fui corriendo hasta casa donde mis padres y hermanos ya estaban durmiendo, recogí un recipiente para llenarlo de agua y el ungüento de madre, regresé al lado del valiente, temerosa de que hubiese muerto en ese lapso de tiempo, observé su pecho que aunque levemente subía y bajaba.
Desnudé su cuerpo, lavando y curando sus heridas, aunque numerosas ninguna era de gravedad, con una de sus capas hice tiras con las que lo vendé. No podía dejar de pensar en los muertos del camino, si los hallaban tan pronto, las huellas les conducirían directas hasta el herido, subí al caballo y me acerqué hasta el lugar donde continuaban tirados los cadáveres, esperé a cierta distancia asegurándome de que no había nadie por los alrededores, cuando estuve segura arrastré sin ningún miramiento los cuerpos y los tiré al río, crecido por el deshielo de la primavera.
Regresé a casa, pero no podía dormir pensando en el caballero sólo y herido, oculta en la oscuridad me encaminé al pajar donde lo había dejado, para mi sorpresa el caballo estaba en la puerta esperando a su amo, le quité la brida y la montura y dejé que fuese a pastar libre por los alrededores.
Continuaba sumido en el sueño, al tocar su frente noté calentura, sudaba mucho, así que tratando de darle alivio comencé a limpiarlo con vendas frías, nunca había tenido un cuerpo desnudo de un hombre en aquél estado, había visto por supuesto muchos, pero en circunstancias nada favorecedoras.
Este era un hombre joven, muy bien parecido, su poderoso torso estaba cubierto por cicatrices de mil batallas; curiosa, levanté un poco la capa con la que estaba cubierto y observé su miembro, incluso en reposo se la veía extraordinaria, bajo el contacto de mi mano, se endureció un poco.
Berta, la chica de la granja vecina me había contado el goce que sentía con su novio cuando estaban juntos, debido a mi experiencia yo era un tanto escéptica.
Miré el rostro sosegado, me atreví a tocarlo de nuevo, la cogí agitándola como una campanilla de un lado a otro, no me dio la impresión que aquello pudiese ponerse duro, con gran reparo saqué la lengua y lamí un poco, chupé un poco más, esperando a ver que pasaba, me la metí entera en la boca, un gemido escapó entre los labios del inconsciente, chupé más, notando como se iba endureciendo y creciendo hasta alcanzar casi el doble de su tamaño, las venas de la superficie se habían hinchado, haciendo que apareciese rugosa al tacto, estaba tan dura como un palo de avellano, observé de nuevo el rostro, si me atreviese…
Deslicé mi vestido quedando completamente desnuda, tomé la hermosa verga que palpitó entre mis manos y me la introduje, nada tenía que ver con los fofos y blandos miembros que me habían probado hasta entonces.
Sentada sobre su robusto cuerpo no sabía muy bien como empezar, hasta aquél momento lo único que siempre había tenido que hacer era abrir las piernas y permanecer quieta. Mi cuerpo tomó la palabra, mis caderas comenzaron a moverse adelante y atrás, aumentaba y disminuía el ritmo buscando el placer del que me había hablado Berta, era una sensación agradable sin duda pero nada que ver con lo que ella describía.
Continué cabalgando, mientras que una de mis manos bajó para acariciar entre los suaves rizos, acaricié un poco más, presionando ligeramente, algo creció y noté como aumentaba la humedad entre mis muslos. Tomé una de las manos del templario, grande y fuerte y la restregué como antes había hecho con la mía, algo parecía a punto de estallar en mi interior, aumenté el ritmo de mis caderas, notando el miembro golpear con fuerza, espasmos de gozo recorrieron mi cuerpo.
Reposé un momento sobre el pecho del guerrero, escuchando el latir de su corazón, que estaba tan acelerado como el mío, poco a poco se fue sosegando.
Estaba a punto de amanecer y debía regresar antes de me echasen en falta, revisé de nuevo las heridas, que no habían sufrido daño y dejé a su alcance una escudilla con un poco de sopa y varios pedazos de pan.
Pasé todo el día pensando en el hermoso cuerpo, deseando que llegase la noche para regresar a su lado, padre tuvo que pegarme varias veces con la estaca para que espabilase. Terminé mis tareas al atardecer y como si fuese a encontrarme con mi enamorado me acerqué al río para que el agua se llevase la suciedad acumulada, incluso me puse mi otro vestido, un poco menos roto.
Corría tan rápido como lo permitían mis piernas, ansiosa por no encontrarle, cerca del pajar vi el caballo que retozón vino a saludar, le di una zanahoria que agradeció con un suave relincho.
El cuerpo continuaba en la misma posición en la que lo había dejado, en algún momento había despertado porque la escudilla estaba vacía.
Menos tímida que el día anterior me desnude y retiré la capa que lo cubría, procedí a limpiar su sudor con mi lengua, sus pezones se endurecieron, dándome una idea, tomé con sus manos mis pechos que enseguida respondieron al contacto, algo duro golpeó mis nalgas, su verga había alcanzado un tamaño espectacular, me froté contra ella arriba y abajo, estaba a punto de alojarla en mi interior cuando al mirar su rostro, unos ojos azules me dejaron paralizada.
Rápidamente me bajé de la montura y me arrodillé pidiendo clemencia, traté de tapar mi desnudez con el vestido, pero él lo retiró con suavidad, sus manos acariciaron mis hombros, no parecía enfadado por mi osadía pero no me atrevía a mirar su cara, se arrodilló frente a mí, recostando mi cabeza sobre su pecho.
Depositando un suave beso en mis labios, continuó su camino por la curva de mi cuello, hizo que me tumbase, temí que una vez despierto fuese como todos y esperé con angustia la embestida que no llegó a producirse. Chupaba con avidez mis pezones, produciéndome cosquillas, los lamía y acariciaba como si pudiesen romperse, una de sus manos se abrió paso entre mis muslos, pero no daba con el lugar que yo había descubierto y venciendo mi temor la empujé para que lo hallase, después de un rato dejé que experimentase por si mismo, abrazada a su torso sentía como sus dedos exploraban provocando oleadas de excitación. Con mi mano intenté alcanzar su verga, más dura en esos momentos que los diamantes de la señora condesa, abrí mis piernas deseando sentirla, elevé mis caderas sintiendo como poderoso me penetraba, comenzó a moverse rápido y temí que acabase en pocos segundos, así que tímida le pedí que fuese más despacio, sus ojos azules brillaron, nunca una mujer se había atrevido a tanto, pero decidió hacerme caso y comenzó a moverse más lento y profundo, debajo de él yo me movía siguiendo su ritmo.
Con su voz ronca pidió que le mostrase las nalgas, decidí que bien merecía la pena probar, sentí como una de sus enormes manos amasaba la carne prieta de mi trasero, mientras que la otra buscaba entre mis rizos lo que hacía que latiese de pasión, cuando notó lo excitada que estaba me penetró, sus testículos golpeaban una y otra vez, mis gritos lo enardecieron e inició furiosas acometidas que hicieron que las rodillas me temblasen, cuando pensé que ya iba a terminar, sacó su gran verga y me dio la vuelta, deseaba ver mi rostro, abrí de nuevo los muslos y permití que se lanzase vigoroso, los dos jadeábamos como animales, sin ningún tipo de control, clavé mis uñas en aquellos músculos de acero, con un hondo gemido dejó correr su líquido de semental dentro de mí.
Nunca volvería a verlo, una vez repuesto se iría dejándome atrás, entre lágrimas imaginé como preparaba el caballo para su partida, no tenía ningún derecho a pedirle nada, así que permanecí callada, como yo había supuesto se levantó y comenzó a vestirse, ya sobre el caballo se acercó, me tendió una mano que yo besé apasionadamente, pero él la apartó mirándome extrañado:
- acaso ¿no venís conmigo?
No tuve ninguna duda, dejaba atrás mi familia, mi hogar, todo lo que en algún momento había amado; dejaba atrás también una vida de miseria y humillaciones. Ayudada por su musculoso brazo monté sobre el caballo, abrazada a él, sentí un éxtasis tan intenso que hizo que me riese a carcajadas, mi caballero acompañó mis risas.
A galope tendido dejamos atrás aquellas tierras en las que por un infortunio había hallado al señor de mis sueños.
Tenía que irme rápidamente, si mi señor me relacionaba con la muerte de sus invitados, mi casa quedaría reducida a cenizas y toda la familia sería asesinada. El caballero cayó de rodillas, sangraba por varias heridas, sin pensar, lo ayudé a subir al caballo y lo conduje hasta un pajar abandonado.
Fui corriendo hasta casa donde mis padres y hermanos ya estaban durmiendo, recogí un recipiente para llenarlo de agua y el ungüento de madre, regresé al lado del valiente, temerosa de que hubiese muerto en ese lapso de tiempo, observé su pecho que aunque levemente subía y bajaba.
Desnudé su cuerpo, lavando y curando sus heridas, aunque numerosas ninguna era de gravedad, con una de sus capas hice tiras con las que lo vendé. No podía dejar de pensar en los muertos del camino, si los hallaban tan pronto, las huellas les conducirían directas hasta el herido, subí al caballo y me acerqué hasta el lugar donde continuaban tirados los cadáveres, esperé a cierta distancia asegurándome de que no había nadie por los alrededores, cuando estuve segura arrastré sin ningún miramiento los cuerpos y los tiré al río, crecido por el deshielo de la primavera.
Regresé a casa, pero no podía dormir pensando en el caballero sólo y herido, oculta en la oscuridad me encaminé al pajar donde lo había dejado, para mi sorpresa el caballo estaba en la puerta esperando a su amo, le quité la brida y la montura y dejé que fuese a pastar libre por los alrededores.
Continuaba sumido en el sueño, al tocar su frente noté calentura, sudaba mucho, así que tratando de darle alivio comencé a limpiarlo con vendas frías, nunca había tenido un cuerpo desnudo de un hombre en aquél estado, había visto por supuesto muchos, pero en circunstancias nada favorecedoras.
Este era un hombre joven, muy bien parecido, su poderoso torso estaba cubierto por cicatrices de mil batallas; curiosa, levanté un poco la capa con la que estaba cubierto y observé su miembro, incluso en reposo se la veía extraordinaria, bajo el contacto de mi mano, se endureció un poco.
Berta, la chica de la granja vecina me había contado el goce que sentía con su novio cuando estaban juntos, debido a mi experiencia yo era un tanto escéptica.
Miré el rostro sosegado, me atreví a tocarlo de nuevo, la cogí agitándola como una campanilla de un lado a otro, no me dio la impresión que aquello pudiese ponerse duro, con gran reparo saqué la lengua y lamí un poco, chupé un poco más, esperando a ver que pasaba, me la metí entera en la boca, un gemido escapó entre los labios del inconsciente, chupé más, notando como se iba endureciendo y creciendo hasta alcanzar casi el doble de su tamaño, las venas de la superficie se habían hinchado, haciendo que apareciese rugosa al tacto, estaba tan dura como un palo de avellano, observé de nuevo el rostro, si me atreviese…
Deslicé mi vestido quedando completamente desnuda, tomé la hermosa verga que palpitó entre mis manos y me la introduje, nada tenía que ver con los fofos y blandos miembros que me habían probado hasta entonces.
Sentada sobre su robusto cuerpo no sabía muy bien como empezar, hasta aquél momento lo único que siempre había tenido que hacer era abrir las piernas y permanecer quieta. Mi cuerpo tomó la palabra, mis caderas comenzaron a moverse adelante y atrás, aumentaba y disminuía el ritmo buscando el placer del que me había hablado Berta, era una sensación agradable sin duda pero nada que ver con lo que ella describía.
Continué cabalgando, mientras que una de mis manos bajó para acariciar entre los suaves rizos, acaricié un poco más, presionando ligeramente, algo creció y noté como aumentaba la humedad entre mis muslos. Tomé una de las manos del templario, grande y fuerte y la restregué como antes había hecho con la mía, algo parecía a punto de estallar en mi interior, aumenté el ritmo de mis caderas, notando el miembro golpear con fuerza, espasmos de gozo recorrieron mi cuerpo.
Reposé un momento sobre el pecho del guerrero, escuchando el latir de su corazón, que estaba tan acelerado como el mío, poco a poco se fue sosegando.
Estaba a punto de amanecer y debía regresar antes de me echasen en falta, revisé de nuevo las heridas, que no habían sufrido daño y dejé a su alcance una escudilla con un poco de sopa y varios pedazos de pan.
Pasé todo el día pensando en el hermoso cuerpo, deseando que llegase la noche para regresar a su lado, padre tuvo que pegarme varias veces con la estaca para que espabilase. Terminé mis tareas al atardecer y como si fuese a encontrarme con mi enamorado me acerqué al río para que el agua se llevase la suciedad acumulada, incluso me puse mi otro vestido, un poco menos roto.
Corría tan rápido como lo permitían mis piernas, ansiosa por no encontrarle, cerca del pajar vi el caballo que retozón vino a saludar, le di una zanahoria que agradeció con un suave relincho.
El cuerpo continuaba en la misma posición en la que lo había dejado, en algún momento había despertado porque la escudilla estaba vacía.
Menos tímida que el día anterior me desnude y retiré la capa que lo cubría, procedí a limpiar su sudor con mi lengua, sus pezones se endurecieron, dándome una idea, tomé con sus manos mis pechos que enseguida respondieron al contacto, algo duro golpeó mis nalgas, su verga había alcanzado un tamaño espectacular, me froté contra ella arriba y abajo, estaba a punto de alojarla en mi interior cuando al mirar su rostro, unos ojos azules me dejaron paralizada.
Rápidamente me bajé de la montura y me arrodillé pidiendo clemencia, traté de tapar mi desnudez con el vestido, pero él lo retiró con suavidad, sus manos acariciaron mis hombros, no parecía enfadado por mi osadía pero no me atrevía a mirar su cara, se arrodilló frente a mí, recostando mi cabeza sobre su pecho.
Depositando un suave beso en mis labios, continuó su camino por la curva de mi cuello, hizo que me tumbase, temí que una vez despierto fuese como todos y esperé con angustia la embestida que no llegó a producirse. Chupaba con avidez mis pezones, produciéndome cosquillas, los lamía y acariciaba como si pudiesen romperse, una de sus manos se abrió paso entre mis muslos, pero no daba con el lugar que yo había descubierto y venciendo mi temor la empujé para que lo hallase, después de un rato dejé que experimentase por si mismo, abrazada a su torso sentía como sus dedos exploraban provocando oleadas de excitación. Con mi mano intenté alcanzar su verga, más dura en esos momentos que los diamantes de la señora condesa, abrí mis piernas deseando sentirla, elevé mis caderas sintiendo como poderoso me penetraba, comenzó a moverse rápido y temí que acabase en pocos segundos, así que tímida le pedí que fuese más despacio, sus ojos azules brillaron, nunca una mujer se había atrevido a tanto, pero decidió hacerme caso y comenzó a moverse más lento y profundo, debajo de él yo me movía siguiendo su ritmo.
Con su voz ronca pidió que le mostrase las nalgas, decidí que bien merecía la pena probar, sentí como una de sus enormes manos amasaba la carne prieta de mi trasero, mientras que la otra buscaba entre mis rizos lo que hacía que latiese de pasión, cuando notó lo excitada que estaba me penetró, sus testículos golpeaban una y otra vez, mis gritos lo enardecieron e inició furiosas acometidas que hicieron que las rodillas me temblasen, cuando pensé que ya iba a terminar, sacó su gran verga y me dio la vuelta, deseaba ver mi rostro, abrí de nuevo los muslos y permití que se lanzase vigoroso, los dos jadeábamos como animales, sin ningún tipo de control, clavé mis uñas en aquellos músculos de acero, con un hondo gemido dejó correr su líquido de semental dentro de mí.
Nunca volvería a verlo, una vez repuesto se iría dejándome atrás, entre lágrimas imaginé como preparaba el caballo para su partida, no tenía ningún derecho a pedirle nada, así que permanecí callada, como yo había supuesto se levantó y comenzó a vestirse, ya sobre el caballo se acercó, me tendió una mano que yo besé apasionadamente, pero él la apartó mirándome extrañado:
- acaso ¿no venís conmigo?
No tuve ninguna duda, dejaba atrás mi familia, mi hogar, todo lo que en algún momento había amado; dejaba atrás también una vida de miseria y humillaciones. Ayudada por su musculoso brazo monté sobre el caballo, abrazada a él, sentí un éxtasis tan intenso que hizo que me riese a carcajadas, mi caballero acompañó mis risas.
A galope tendido dejamos atrás aquellas tierras en las que por un infortunio había hallado al señor de mis sueños.
No veas que abusona aprovercharte asi de un caballero enfermo
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