sábado, 10 de abril de 2010

Excalibur


El Excalibur apenas contaba con unos cuantos clientes, todavía era pronto, pero la música retumbaba por cada esquina del oscuro lugar.
Melenudos con pantalones de pitillo tan ajustados que apenas podían respirar bailaban meneando las caderas enloquecidos, uno de ellos con un pañuelo de brillos anudado en la cabeza lanzaba invocaciones, en un idioma desconocido, con los brazos en alto. Se arrodillaba, se movía restregándose con obscenos movimientos contra una barra, vaciándose con cada nueva canción.
Chicas con minifaldas de cuero y labios rojos se paseaban entre ellos, eligiendo su presa, cuando daban con la deseada, se lanzaban al cuello sin dejar ninguna vía de escape posible.
Una canción de ACDC comenzó a sonar incitando al delirio colectivo, como un canto de sirena provocó una oleada de nuevos consumidores de música endiablada. En breves segundos la pista y sus alrededores quedó cubierta de cabezas que se giraban de un lado a otro, decenas de brazos se agitaban suplicando la llegada de las tinieblas, o eso me parecía a mí, nada acostumbrada a esa atmósfera.
Me había quedado sola, mis amigos se habían unido al aquelarre, hechizados por la brutal melodía. Un chaval tambaleante se acercó, con la mandíbula tan desencajada por la coca que apenas podía hablar. Apenas entendía lo que decía y desde luego nada tenía sentido. Aproveché un descuido de su mirada perdida en el interior de su cerebro para levantarme e ir hacia la barra.
Conseguí abrirme paso entre espaldas, como armarios empotrados, cubiertas de cueros, cadenas y parches con calaveras. Pedí un tercio y al volverme me encontré de frente al cocainómano que seguía intentando explicarme algo; estaba tan descompuesto que temí que me fuese a hacer daño, aunque parecía algo temeroso.
Se acercó más para decirme algo al oído, retrodecí impidiendo que llegase a tocarme. Mi espalda chocó contra una columna, que se desplazó bajo mi contacto. Algo duro se interpuso entre el chaval, ya al borde las lágrimas, y yo, una chaqueta de cuero negro me impedía ver lo que pasaba. Un escalofrío recorrió mi espalda cuando el gigante se volvió, una cicatriz recorría el lado derecho de su cara, pero era sobre todo su oscura mirada azul lo que hacía que me estremeciese. Una advertencia de peligro parecía envolverlo todo a su alrededor
Unas manos fuertes intentaron tocar mi rostro, me encogí aún más, no podía moverme rodeada de la muchedumbre, inconsciente de mi angustia. Mis ojos llenos de terror hicieron que los dedos se retirasen. Echó los hombros hacia atrás y me dio la espalda.
Un suspiró de alivio resonó en mi pecho, busqué a mis amigos con la vista, seguían bailando desenfrenados.
La pesadilla de hombre salía en ese momento por la puerta, un movimiento detrás de él me hizo fijarme mejor, cuatro tíos con malas pintas le seguían a distancia con lo que intuí no eran buenas intenciones. Sin pensar, corrí hacía la otra salida intentando alcanzarle. En la calle escuché pasos que provenían de la derecha, con el corazón palpitando doble la esquina.
Estaba rodeado por cuchillos, pero no parecía asustado, con un hilo de voz dije que llamaría a la policía si no lo dejaban en paz. Un bofetón me hizo chocar contra la pared, rebotando y cayendo al suelo, vi varias botas dirigirse hacia mi cuerpo, sólo tuve tiempo de cubrirme la cara antes de recibir varias patadas. Después, todo quedo en silencio, como por arte de magia habían desaparecido.
Dolorida me encaminé al coche, no había terminado de abrir la puerta cuando unas manos me empujaron de nuevo al suelo, varias voces me preguntaban ¿dónde estaba?.
Me levanté desorientada, traté de decir que no sabía a que se referían pero un puñetazo en la boca me lo impidió, con un certero rodillazo en la boca del estomago caí de nuevo. La sangre manaba de mi boca estrellándose contra la sucia acera.
Alaridos de espanto a mi alrededor, me indicaron que algo había cambiado, intente levantarme de nuevo para ver que estaba sucediendo pero el dolor me lo impedía. Un charco de un viscoso líquido rojo se mezcló con mi sangre en el suelo, el olor a algo siniestro golpeó mi nariz como un mazazo. Los cuatro atacantes estaban desplomados en el suelo, sus ojos sin vida miraban el negro cielo, ausente de estrellas.
Varias arcadas hicieron que me doblase de nuevo por la mitad, mi estómago se vació completamente.
El agresor me miraba inmóvil, con sus ojos azules tan desiertos de vida como los cadáveres que nos rodeaban.
No me atacó y decidí no esperar más, entré en el coche y conduje como una loca por las calles, desiertas a esas horas de la madrugada, de Madrid.
Subo los escalones de tres en tres hasta llegar a mi piso, donde podré respirar a salvo, abro la puerta y una oleada de pánico me sacude. Apoyado en la ventana del salón hay una enorme figura que impide entrar la luz de la calle.
Un instante después tengo una de sus manos aprisionando el grito que pugna por salir de mi garganta, sus movimientos son tan rápidos que mi cerebro no procesa lo que ha pasado hasta que no noto que un pecho de acero me sujeta contra la pared.
Puedo oler la sangre que aún mancha sus manos, con su zarpa aferrando mi cuello, se agacha para darme un beso tan ardiente que hace palpitar algo entre mis muslos.
Agarro su cabello tan negro como la entrada del infierno, introduzco mi lengua entre sus labios. Sabe a sangre. Acaricio su cicatriz que realza la belleza salvaje de sus rasgos.
Una sonrisa me deja entrever unos colmillos afilados, intento soltarme. Esa cosa no es humana.
Inútil, es como intentar nadar contracorriente, débil, dejo de luchar, preparada para enfrentarme a la muerte.
Me toma entre sus brazos y abandonamos volando la casa, atravesamos el cielo a gran velocidad, varias veces me deja caer y cada vez me recoge haciendo que yo me aferre más desesperada a su cuello.
Aterrizamos en una casa oculta en un espeso bosque. El espanto ha dado paso a la euforia. Tira su chaqueta de cuero en una vieja mecedora de madera que se balancea y cruje bajo el peso.
Quedo atrapada en su mirada, un aroma de lujuria apenas contenida se esparce por el aire. Arranca mi ropa con dos precisos tirones. Sus labios aprisionan uno de mis pezones, que enhiesto deja que lo lama con fruición. Sus colmillos atraviesan la fina piel, dejando correr un hilillo de sangre que ávido se apresura a sorber.
Un potente bulto se apoya sin pudor sobre una de mis piernas, deseo poder tocarlo. Como si leyese mi mente, se levanta permitiendo que yo libere al prisionero.
Su tamaño acorde al resto de su poderosa anatomía me hace gemir. La tomo bruscamente entre mis manos, esperando algún grito de protesta, pero sus ojos sólo brillan de placer. Saboreo ese regalo inesperado que me ha sido otorgado, mientras él hace lo propio conmigo.
Nuestros jadeos se hacen más fuertes, impidiendo escuchar nada más. Introduce su sublime erección lenta y sinuosamente. Mi cuerpo arde, el fuego corre por mis venas, los movimientos de su pelvis se hacen más duros y certeros. El orgasmo me sobreviene mientras que él con un último empujón derrama su semen. Sus afilados dientes se clavan en mi garganta, siento los últimos espasmos del éxtasis, al tiempo que mi vida se esfuma con cada nueva succión.
No puedo ver, apenas siento la cama bajo mi espalda. Algo dulce y caliente se desliza por mi garganta, su sangre me arranca de las puertas de la muerte.
Bebo primero débilmente, luego con fuerza, hasta saciarme.
Su rostro está a unos centímetros del mío. No hay en el mundo nada más hermoso, cómo pude sentir miedo de él. Lo deseo aún más que antes, tengo una sed inagotable. Su cuello está a mi alcance, mis acerados colmillos penetran en su piel de seda, mientras él desgarra mi vena. Nuestra sangre fluye de un cuerpo a otro, produciendo un infinito arrebato de voluptuosidad, mis piernas se abren permitiendo que su miembro me barrene hasta formar un solo cuerpo.
Escucho su voz por primera vez, una voz profunda que me promete una eternidad a su lado.

1 comentario:

  1. Parece la peli antes del anochecer de Tarantino,
    pobres heavies en lo que han quedado

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