jueves, 8 de abril de 2010

Un guiso especial


El cielo cada vez se oscurecía más, en cuanto sonó el timbre del final de las clases recogí mis cosas y me encaminé hacia el aparcamiento donde estaría esperando el mismo autobús de cuando se fundó el colegio, allá por los años veinte. A la mitad del pasillo recordé que tenía que recoger el material necesario para terminar el trabajo de ciencias, así que volví sobre mis pasos; llegué justo a tiempo para ver el humo negro, que salía del tubo de escape de la antigualla, torcer a la derecha. Tenía por delante tres kilómetros y el cielo estaba cada vez más negro, así que no me entretuve lamentando mi mala suerte.
Caminando lo más rápido posible, para intentar librarme del aguacero, deje atrás arces de más de quince metros de altura, los laterales de la carretera estaban cubiertos de plantas, cualquier sitio donde mirases el color verde lo inundaba todo.
Crucé la puerta de la casa de piedra justo cuando comenzó a llover a raudales, tenía los pies machacados por la caminata y el frío se había metido en mis huesos; nunca lograría acostumbrarme a ese clima.
Tiré la mochila de cualquier manera, yendo a caer encima de la mesa de la cocina con gran estrépito; mi madre levantó la vista de lo que estaba haciendo y me miró con desaprobación, pero no dijo nada, ni siquiera me preguntó el motivo de mi retraso; no quería enfrentarse al mal humor que me acompañaba desde que nos habíamos mudado a este pueblecito del norte.
Con las prisas no pude despedirme de ninguna de mis amigas, ni decirles donde podrían escribirme, aunque yo tampoco tenía ni idea de donde íbamos a estar hasta que no llegamos a nuestro destino, no tendría que haberme extrañado, desde que alcanzo a recordar, cada cierto tiempo, nunca más de dos años, cambiamos de domicilio, cada vez a un lugar más remoto y alejado de la civilización.
Observé como mi madre preparaba la cena, cortaba la carne en trozos no muy grandes y los pasaba por harina.
Nunca me contestaba cuando sacaba el tema de los cambios, no es que intentase darme excusas, es que no me contestaba. Tampoco es que fuese muy habladora habitualmente; rasgo que yo había heredado, tanto viaje me había vuelto un poco taciturna, para que iba a relacionarme con los demás si en cualquier momento tendría que hacer de nuevo las maletas.
Seguí observando los movimientos de mi madre. Calentó la manteca en una cazuela y echó dentro la carne para que se fuese dorando; eso no se le podía negar, era una cocinera fantástica, siempre se las arreglaba para conseguir la carne más tierna y sabrosa.
- Hoy en el instituto se comentaba la desaparición de un excursionista en el pueblo de al lado, por lo visto había ido a pasar unos días al bosque, pero ya tendría que haber regresado. Los guardabosques han encontrado la tienda de campaña y todas sus cosas, pero de él ni rastro. Algunos de mis compañeros creen que se lo ha comido un oso, pero si fuese así, yo creo que hubiesen encontrado huellas o algo, además no se lo va a comer entero; aunque no entiendo mucho de osos claro, así que todo es posible. Otra teoría es que la desaparición ha sido voluntaria, por lo visto su mujer no es muy agradable y discutían mucho.
Mi madre seguía preparando el estofado sin decir nada, no le gustaban mucho los chismes; añadió a la cazuela las zanahorias peladas y cortadas en trozos, las cebolletas también finamente cortadas, el tomate y los ajos picados y lo dejo cocer todo junto a fuego suave, después de removerlo unos minutos.
Acostumbrada a sus silencios, no me extrañó su ausencia de comentarios o hipótesis sobre el destino del excursionista perdido.
- ¿Recuerdas nuestro vecino de Selaya? También desapareció y nunca más se supo de él: ¿era un hombre muy simpático, no te parece? Me gustaría saber que le pasó.
Por respuesta, vertió media copa de anís seco y caldo de carne en la cazuela, el ramillete de hierbas aromáticas y la sal. Tapó la cazuela y lo dejó hirviendo, mientras fregaba y recogía los utensilios que había ensuciado.
- Yo creo que le ha pasado algo malo, si quisiera desaparecer se hubiese llevado al menos el anorak, porque ni eso ha desaparecido, dicen que estaba entre las cosas que se encontraron y nadie ha visto un autostopista por las carreteras de los alrededores, e internarse en el bosque sin conocerlo es una locura y ese es el caso, sólo llevaba viviendo aquí unos meses.
En vista de que no parecía muy interesada en lo que le había podido pasar a nuestro desventurado vecino, saqué los libros para hacer los deberes que me habían puesto. La única ventaja de mudarnos a pueblos cada vez más perdidos, es que el nivel de estudios no es muy elevado, con lo que no me cuesta demasiado ponerme al día.
Me cuesta concentrarme en la historia de Felipe II, vuelvo a pensar una y otra vez en el excursionista, en el vecino de Selaya y en otras desapariciones por los lugares donde he vivido con mi madre estos últimos años de las que he oído hablar; incluida la de mi propio padre, que de la noche a la mañana no dejó ni rastro, como si nunca hubiese existido. Con su desaparición comenzaron los viajes, como era muy pequeña lo veía de forma natural, creía que todas las familias hacían lo mismo, hasta que oí a una niña del colegio decir que su familia llevaba viviendo en la misma casa cincuenta y tres años.
Entonces pensé que tal vez estábamos huyendo de mi padre, que realmente no había desaparecido sino que había hecho algo malo y mi madre quería alejarnos de él.
Cuando miro por la ventana ya ha anochecido y mi madre está poniendo la mesa para cenar.
El olor del estofado llega hasta mi, haciendo que mis jugos gástricos se pongan en funcionamiento; no era consciente del hambre que tenía hasta ese momento.
En las pocas ocasiones que voy yo a comprar carne nunca me la dan tan tierna, aunque mi madre siempre me dice que no es culpa mía, que ella la compra en otra carnicería.
En todos los sitios en los que hemos vivido, la carnicería siempre es otra, aunque nunca me dice cual es a la que tengo que ir, aunque sólo haya una carnicería en los alrededores, siempre es otra.
Coloca el plato de carne delante de mí, lo ha espolvoreado con perejil y ha pasado la salsa con el pasapurés, como a mi me gusta.
Saboreo el primer bocado consciente de que ese sabor proviene de un animal muy bien alimentado. Levanto la vista hacia mi madre sonriendo y ella me corresponde.
Creo que en la próxima visita a la carnicería la acompañaré.

2 comentarios:

  1. Que apetitoso, será cuestión de probar, gracias por la sugerencia

    ResponderEliminar
  2. Si pq para 100 gramos de chorizo para que te vas a quedar con el cerdo entero,te lo guisas.

    ResponderEliminar