martes, 6 de abril de 2010

En la noche se deslizan


Me despierto sobresaltada en mitad de la noche, no he tenido ninguna pesadilla, ningún ruido ha provocado la interrupción de mi descanso, sin embargo la angustia se apodera de cada célula de mi cuerpo.
Boca abajo sobre mi mullido colchón permanezco quieta, escuchando cualquier cosa fuera de lugar… El sonido de los electrodomésticos, el tic tac del reloj sobre la mesilla, sin embargo mi corazón sigue latiendo desaforado intuyendo algún peligro.
Lentamente encojo las piernas y me envuelvo con el edredón, mi mente con vida propia procede a recordar cada escena de las películas de terror que a lo largo de los años he ido viendo, visualizo a la niña del exorcista bajando las escaleras, cierro con fuerza los ojos como si eso pudiese evitar la imagen.
Respiro profundamente, no voy a dejarme llevar por el pánico, a escasos centímetros tengo el interruptor de la lámpara, pero sólo pensar en sacar la mano fuera de mi refugio, una descarga de temblores recorren mi cuerpo agitando la cama.
Al borde de las lágrimas, me parece que algo repta por el suelo, arrastrándose silencioso con dirección a la cama, me siento sobre el colchón, cubriéndome de la cabeza a los pies, me repliego tanto como lo permite mi cuerpo agarrotado, apenas puedo respirar, lo que fuese que me ha parecido escuchar ya no está ahí.
Mi vejiga comienza a protestar, tengo que ir con urgencia al baño, me estoy comportando como una cría, de un salto que casi parte mis tobillos al aterrizar, me planto en la puerta de la habitación. Con las prisas, el edredón cae al suelo. Corro descalza, encendiendo todas las luces a mi paso, llego sin aliento, de un portazo entro en el interior, evitando mirar mi reflejo en el espejo, las baldosas relucen frías e inertes bajo mis pies.
Las cortinas no permiten ver lo que hay oculto en la bañera, extiendo una mano para correrlas. Con el corazón desbocado, estiro todo lo que soy capaz el brazo, de un fuerte tirón, arrastro la barra que las sostiene, el golpe seco contra el mármol de la bañera hace que un grito escape de mi boca, me siento ridícula pero no puedo evitar sentirme aterrada, me separo del ruido sobrecogedor que aún retumba en mis oídos.
En mi intento de fuga, me golpeo contra el filo del armario, gotas de sangre caen vibrantes sobre la blanca cerámica del lavabo, me escuece mucho, pero sigo renuente a contemplar mi imagen. Me llevo los dedos a la cabeza que se llenan de sangre caliente.
Aprieto una toalla contra la herida de la que continúa manando un reguero de líquido viscoso.
El dolor físico me hace ver lo tonta que estoy siendo, el maullido de Kiko me hace regresar por completo a la realidad, sus arañazos sobre la madera intentando entrar me hacen consciente del frío, las uñas se me están poniendo azules, cuento hasta tres y miro directamente al espejo…
Nada extraño, mi piel un poco pálida y la vista un poco extraviada debido al susto.
Kiko cada vez maúlla más fuerte, abro la puerta para dejarlo entrar, enseguida comienza a frotarse contra mis piernas, ronroneando.
Como puedo, me curo la herida y vuelvo con el gato en brazos, no apago ninguna de las luces de la casa, en la cocina tomo un poco de jamón de york para dar de comer al tragón, sentada en el sillón puedo ver perfectamente el edredón tirado en el suelo de mi habitación, con las manos agarrotadas voy partiendo pequeños trocitos mientras observo como un bulto se mueve bajo el cobertor.
Subo los pies, muy despacio, apretando a Kiko contra mi pecho, escucho latir su pequeño corazoncito contra el mío que durante unos segundos ha dejado de palpitar.
Las lágrimas apenas me dejan ver, siento como el frío muerde mis miembros, el sonido del reloj me recuerda cada segundo que paso sentada, permanezco horas en la misma posición con la mirada fija en la entrada de mi habitación, donde ahora todo permanece inmóvil.
El sol comienza a inundar de luz y calor la casa, Kiko salta desperezándose, con movimientos ágiles se encamina hacia mi cama, no trato de detenerle, no ocurre nada, se enrosca cerca de la almohada y con un bostezo continúa durmiendo.
Me levanto sintiendo como los huesos crujen, quejándose de la noche que por mis paranoias les he hecho pasar. El despertador comienza a sonar, miro hacia la habitación, tengo que entrar para pararlo, voy al baño, aparto la barra caída y las cortinas dejando que el agua caliente termine de eliminar el recuerdo de mis fantasías.
En algún momento Kiko ha debido merodear por aquí, ha lamido la sangre dejando el rastro de su lengua. Avergonzada de mi tonto comportamiento entro en la habitación pisoteando con energía el edredón, apago de un manotazo el despertador antes de que me vuelva loca. Miro hacia fuera, el cielo indica un día caluroso, pero siento tanto frío que me visto con ropas de abrigo.
De un golpecito en el lomo echo a Kiko de la cama que bufa por ver interrumpida su siesta matutina. Estiro bien las sabanas hasta no dejar ni una arruga, miro hacia el suelo, retraso un poco más lo inevitable, pongo música, a su ritmo voy dando patadas al edredón hasta conseguir que éste se eleve, sin parar de moverme tiro de él bruscamente.
Ese maldito gato. Tendré que darle un buen baño y cortarle las uñas, todo está lleno de lo que parecen babas, pequeñas astillas de madera de la pata de la cama revolotean por el aire hasta posarse suavemente sobre el suelo.
Cierro la puerta de la casa, no puedo mover el cuello con normalidad, una vez en la calle al girar la cabeza hacia mi ventana me parece distinguir una sombra tras las cortinas. El calor del sol hace que me sienta tranquila, de hecho estoy tan feliz que esta noche invitaré a unas cuantas amigas a una fiesta de pijamas.

2 comentarios:

  1. Asegurate de que no tienes invitados sorpresas poc gratos

    ResponderEliminar
  2. Me mola mucho el ambiente,
    al final seguro que te molestara hasta la luz o el olor del ajo...

    ResponderEliminar