viernes, 9 de abril de 2010
El besugo asesino
Juguemos a un juego donde mentira y verdad se entrelazan, donde la realidad es sueño y el sueño una mentira. Todos tenemos que jugar porque no hay opción posible, no busques la lógica porque no la encontrarás y si crees haberla encontrado será ¿verdad o mentira?, de cualquier forma, ¿cuál es la diferencia?
Este es el juego de la vida, donde lo único cierto es la muerte, tal vez esa es la única verdad o tal vez no. Empezamos…
El calor hacía que pensar doliese, el intenso ruido que llegaba del exterior hablaba de una ciudad en movimiento, personas corriendo de un lado para otro, niños llorando y gritando, pero lo peor eran los constantes pitidos de los coches que acallaban los rebuznos del jumento que siempre se oían después de la llamada a la oración o ¿eso lo había soñado?
Hacía mucho tiempo que no escuchaba ese burro. Desde que abandoné El Cairo para regresar a mi ciudad. Quizás nunca lo había oído y nunca había estado en la capital egipcia. Pero, sí, si había estado, existen fotos que lo demuestran, la verdad reducida a fotos. Pero también tengo recuerdos.
Recuerdos de un amanecer en el desierto y paseo a caballo por las pirámides; pero si no fuese por las fotos ¿cómo podría estar segura de haber estado allí?, también se recuerdan los sueños y las mentiras, y éstas influyen igual en tu vida, a veces vives una mentira creyendo que es verdad y al cabo del tiempo te das cuenta que tu vida es diferente de cómo tú pensabas y que incluso tú eres distinto de lo que creías.
El despertador seguía sonando, debía levantarme e ir a internarme en la ciudad, pasando a ser un miembro productivo de la sociedad, aún recuerdo las gloriosas palabras de mi padre: “tanto tienes tanto vales, así que trabaja para tener algo en esta vida”.
Aquella mañana no había demasiado trabajo, así que continué no pensando para evitar el dolor de cabeza; observaba los rostros de mis compañeros, algunos sonrientes, otros enfadados, todos mentirosos conciente o inconscientemente, unos mentían por educación, otros por ignorancia y otros por gusto.
Demasiado calor, demasiada gente, demasiadas mentiras; tal vez debería volver a casa y meterme en la cama y olvidarme de la reunión que tenía con mis amigas o quizás no había salido de la cama y lo había soñado todo.
Cuando llegué, estaban esperando; querían ir a un sitio que habían inaugurado hacía poco. El lugar no estaba mal, un poco extraño, me recordaba a un prostíbulo con sus paredes forradas de terciopelo rojo.
Desde pequeña me desagrada profundamente ese color, sin saber muy bien por qué, no es porque sea el color de la sangre, la sangre me gusta es dulce y caliente como… como nada, la sangre es sangre y el viento no gime, sólo es una mentira más.
El prostíbulo no estaba muy lleno, tal vez se animase más tarde, cuando miré hacia la derecha vi a una mujer con unos rulos enormes en la cabeza o ¿sólo es mi imaginación? como cuando creí ver a una persona andando por la calle sin cabeza. Estaba decidiendo si era real o un espejismo, cuando entró un hombre con una sierra mecánica en funcionamiento. Los rulos de la mujer salieron despedidos en todas direcciones, igual que nosotras; salimos a la calle perseguidas por aquel maniaco que estaba decidido a hacer un puzzle con nuestros cuerpos. Llegamos casi sin aliento a la boca del metro y cuando miramos atrás vimos como el maniaco había sido embestido por un coche, del que salía un hombre gritando que si su mujer quería ser puta no era su problema.
En ese momento aparecieron personas vendiendo periódicos y voceando “el besugo asesino”, “el besugo asesino”, al principio no entendía nada, pero cuando miré en el interior del vehículo lo comprendí. En el asiento del
conductor había un enorme besugo de color rosa con escamas muy brillantes, mirándome fijamente dijo:
- No tiene importancia lo que he hecho, la policía nunca va a enterarse porque todos los que nos rodean están ciegos.
Tenía razón, cuando miré a mi alrededor me di cuenta de que todos eran invidentes, pasaban por encima del hombre de la sierra, como si no hubiese pasado nada, vendiendo sus cupones de la Once.
En cuanto a mí, ¿quién me iba a creer? Recordé una frase que leí en la puerta de los servicios de una discoteca: “Buscas la verdad, pues no la encontraras”
Ha pasado el tiempo, sé que sólo fue un sueño, que aquel día no me levanté para ir al trabajo porque estaba de vacaciones en El Cairo oyendo la llamada a la oración y el rebuzno de un burro y además no tengo trabajo. Pero ¿cómo estar segura? Es fácil, no tengo fotos y mis amigas no recuerdan nada semejante; debe ser aquí donde se encuentra la verdad, en lo que los demás recuerdan.
Tal vez sí, tal vez no, no me lo preguntes a mí, yo sigo sin comer besugo
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