domingo, 11 de abril de 2010
Ahogado por la razón
En la litera del camarote, tirado para descansar de los duros día pasados.
Ha empezado la temporada de bonito a caña. Es una de las más abundantes que he conocido.
Nos llaman para subir a cubierta, se ha divisado otro banco de bonitos.
Subo. Bajando todos los santos de los que me acuerdo, me enciendo un cigarrillo para que se me pase el mal humor.
Sin pasar apenas diez minutos el listo del barco, empieza a fingir mareos y una crisis de epilepsia. Ninguno le creemos, pero nos resulta más fácil mandarle a descansar. Total para lo que hace.
El patrón ha intentado despedirle, pero el muy hijo de puta le chantajea con denunciarle por despedir a una persona enferma. Tampoco le puede reducir el pago de la partija, porque todos firmamos antes de echarnos a la mar, que a partes iguales.
Mientras seguimos con la pesca, parloteamos lo que le haríamos cada uno. Unos que si le echan en la comida evacuol para que se vaya por la patilla. Otros que mejor usarlo de cebo para pescar.
- Entonces no pescábamos ni uno. Que a los peces no les gusta la basura – comento con el cigarrillo entre mis agrietados labios
Escucho fuertes carcajadas, incluidas las del patrón.
Hemos terminado por ahora. Dejamos todos los aparejos recogidos hasta que aparezca otra bancada.
Encabezo la bajada a las literas. En una de ellas está espatarrado el epiléptico. En pelotas. Roncando, haciendo temblar el barco más que si hubiera marejada. En el suelo tirados sus calzoncillos, con palomitas y nicotinizado.
- “me cago en su puta madre” – pienso
Es tal el enfado, que me hierve la sangre, cojo los calzoncillos cagados del suelo y se los meto en la boca gritando:
- Come, para que duermas mejor hijoputa. Vas a ir por la borda
Todos me están mirando, pero ninguno interviene; al contrario algunos animan y se descojonan mientras acuestan sus agotados cuerpos en los colchones
Una voz me hace soltar a mi presa, que tosiendo y con lágrimas en los ojos apenas podía respirar, es la del patrón ordenando que le siga.
Se acabo. Estoy despedido.
Todo lo que pasa por mi cabeza son mi madre y mi hermana.
Qué diré, como explico el motivo del despido.
Estoy tan absorto en mis pensamientos que ni cuenta me he dado de que ya hemos llegado al camarote del jefe.
Me dice que me siente, pero no está enfadado, tan solo me pregunta que quiero tomar.
- Te lo has ganado, muchacho.
Su cara muestra una sonrisa. Se ha divertido de lo lindo el jodío con lo que acababa de ocurrir. Guiñándome un ojo me aconseja que intente controlarme para la próxima vez.
- Hay cosas que no puedo permitir entre mi tripulación, ¿lo entiendes verdad? Anda chaval, que no se repita, vuelve al camarote con los otros.
Las carcajadas me persiguen cuando cierro la puerta para ir a descansar con el resto de los compañeros.
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Que te cuente algún día Ayesha la historia de unos amigos en el tren...
ResponderEliminarQue bueno, a más de uno le metía yo los calzoncillos en la boca.
Parece escrito por Ray Bradburi
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