jueves, 15 de abril de 2010

Pacto sobre la tumba


La tarde era calurosa, apresuré el paso para llegar lo antes posible al acogedor fresco del aire acondicionado.
Nada más entrar en casa, busqué el mando para bajar unos cuantos grados la temperatura.
Después de darme una ducha y ponerme cómoda, me lancé al sofá con una novela romántica en una mano y una bolsa de gominolas en la otra.
Me avergonzaba un poco mi afición por aquél género literario, pero no podía evitar emocionarme con aquellos amores imposibles. A veces, si la protagonista pasaba excesivas penurias, lloraba como una Magdalena.
Concentrada en el torso sudoroso y robusto del enamorado de turno, me sobresaltó el ruido de unas revistas que han caído al suelo.
El corazón me late con fuerza. Agarro el libro contra mi pecho, como si el héroe fuese a atravesar las páginas y me vaya a proteger.
Me inclino para ver el motivo del ruido, como había supuesto son sólo unas revistas que se han deslizado de la mesa.
Las estoy recogiendo, cuando otro golpe suena en la habitación. Despacio, llorando y aterrorizada, me encamino al cuarto. En el espejo veo mi rostro pálido y desencajado.
Unos libros se han caído por la puerta entreabierta del armario. Esta casa tiene muchas corrientes de aire.
Respiro profundamente varias veces. Los latidos de mi corazón recuperan su ritmo normal. Dejo los libros tirados en el suelo y regreso al salón. Me acurruco para seguir leyendo.
Soy incapaz de concentrarme en los amores de la bella doncella con el caballero Robert.
Pongo algo de música, estilo celta va bien para purificar el ambiente.
Cierro los ojos dejándome arrastrar por los dulces sonidos. Un cortocircuito hace saltar los fusibles.
La angustia oprime mi garganta, soy incapaz de moverme. Escucho como de los altavoces sale mi propia voz, canto y río con amigos que ya no están.
Ha pasado tanto tiempo desde la última vez. Creí que todo había terminado, pero ha vuelto a suceder…
Apoyo los pies desnudos en el suelo con gran esfuerzo. Miro el reloj del dvd, los números 21:01 iluminan la pantalla a pesar de que no hay luz. Parpadeo un par de veces, las 22:01.
No tengo dudas, sé lo que debo hacer.
Me visto y arreglo lo mejor que puedo en mi estado de nervios. En el trabajo me han hablado de un pub cercano en el que se va directamente a ligar. No hay mucho tiempo, así que me acerco en taxi, el tiempo corre en mi contra.
Cómo un cazador olfateando a su presa, entro al local. Es pronto, aún no hay muchos clientes. Los que vagan por ahí no son de mi agrado, parecen buenas personas.
No es momento de andarse con remilgos, elijo al que más desagrado me produce, el típico ligón que no se come una rosca. Cree que es su día de suerte.
Me acerco sonriente, inclinándome un poco para que tenga una mejor visión de mis senos firmes. Acarició su pecho. Tiene que tener claro lo que quiero y venir por su propio pie, no debo obligarlo.
No se hace rogar demasiado.
Las 23:01, todavía tengo tiempo. Le arrastro hasta mi habitación, ansiosa arranco su ropa, soy cariñosa con él, es lo menos que le debo, acepto de buen grado todas sus sugerencias hasta que agotado se deja caer a mi lado.
Esta tendido en mi cama, con una mano bajo su nuca, fuma silencioso un cigarrillo.
Miro el reloj, las 23:55. Falta poco.
Está un poco nervioso, no puede irse, ahora no. Comienzo a darle un masaje, de reojo veo parpadear las 00:01.
El olor llega como una bocanada de ardiente aire. Descomposición, putrefacción, basura, me tapo la boca y la nariz con la mano para que el hedor no penetre en mi interior.
Me tapo de la cabeza a los pies con la sabana. Escucho las pisadas de las botas llenas de tierra y suciedad en el piso. Mi acompañante está molesto por mi inesperada retirada. No le da tiempo a decir nada, no tiene la más mínima oportunidad, un grito ahogado por unas manos de hierro es lo último que emite.
Intentó agarrarse a mí, arrastrando la tela que me cubre. Vi sus ojos pidiendo ayuda, mientras era devorado. Antes de apartar la vista, mis ojos captan la imagen de Él, arrodillado ante su cena, ha comenzado a arrancar trozos de carne.
Cierro los ojos, incapaz de aguantar la visión. Escucho crujir los huesos al ser desgarrados. Mastica con avidez. Seis meses han pasado y debe estar hambriento, durante un instante temo que no sea suficiente y venga a por mí, pero es el trato, si yo lo tengo contento no hay nada de lo que preocuparse.
Oigo el golpeteo de la sangre, cómo es succionada. Mi estómago protesta, una arcada asciende hasta mi garganta, atravieso corriendo la habitación intentando llegar al baño.
Espero, rogando que acabe pronto la noche. La puerta se abre, varios frascos se estrellan contra el suelo por el impacto del golpe.
El hedor ha desaparecido, siempre sucede después de comer. Observo sus pantalones, con varios rotos, su camisa descosida. Me tiende sobre las baldosas del baño y comienza a tocar mi cuerpo. Toca saciar su hambre de lujuria.
Cierro los ojos. Me veo tomando el sol a orillas del río, Roberto propone ir al cementerio esa noche. Porqué no, nunca ha ocurrido nada, no será diferente esta vez.
Unas manos frías soban mis pechos.
Los seis nos dirigimos al cementerio cuando se pone el sol, Sara con su encantadora y eterna sonrisa, que diferente a la mueca de horror con la que había muerto, Julia altiva y orgullosa, fue la primera victima que Él me exigió, no había cumplido con el pacto y pago por ello.
Oscar había encontrado un libro antiguo y nos había convencido para invocar con él a los muertos. Fue el más afortunado, cayó esa misma noche, sin enterarse de lo que habíamos desencadenado.
Apoyamos las mochilas en un nicho, hicimos los preparativos, velas, incienso, música, Roberto había traído unas hostias robadas en la iglesia.
Lo colocamos sobre la tumba reciente de un chaval de nuestra edad. Dibujamos los símbolos que venían en el libro. David tuvo dudas, le parecía poco respetuoso, inmoral.
Su moralidad le llevo a la muerte, no debió intentar darme clases de ética, cuando se quiso dar cuenta de que lo que le iba a pasar me suplicó y prometió ayudarme, pero ya era demasiado tarde. Se fue a la tumba con su moral intacta.
Algo frío se introducía en mi interior, faltaba ya poco, pronto estaría libre. Aguantar un poco más. Roberto me había prometido revertir el conjuro, él fue el único que se había puesto a salvo aquella noche. Lo que emergió de la tumba no tuvo tiempo de reconocerlo.
Había pasado los últimos quince años intentando devolver al mundo de los muertos lo que habíamos arrebatado con nuestra inconsciencia.
Sentí su aliento sobre mi cara. Una voz cavernosa, me ordenó abrir los ojos. Ya casi había acabado, un poco más y se iría. Estaba como la primera vez que lo vi.
Salió de su tumba, arrojó a Oscar sobre las lápidas, partiendo su cuello. Nos dijo que nos dejaría vivir si le dábamos lo que pidiese. ¿Qué podría querer un maldito zombi? Todos aceptamos sin dudar.
Sus ojos verdes, con un brillo diabólico en las pupilas se clavaban en los míos, mientras terminaba de satisfacerse.
Sólo un poco más, esa noche llamaría a Roberto y le metería prisa.
Acabó por fin, liberándome de su peso, no quise pensar en lo que hacía en los espacios de tiempo en los que no sabía nada de él, prefería pensar que regresaba a su tumba, hasta que el hambre le despertaba de nuevo.
Antes de irse me dijo que me había traído un regalo esta vez. Cuando deje de oír sus pasos salí a la habitación. Sobre la cama había una caja, di un golpe a la tapa, que ligera cayó sobre la sabana. En el interior estaba la cabeza de mi última esperanza, esta vez Roberto no había sido lo suficientemente rápido.
Respiro hondo, sólo me tengo a mi misma. No derramo ni una lágrima por lo que ya no puede ser.
Voy a por los desinfectantes y limpiadores, al menos debo agradecer que tenga buen apetito y no deje ni los huesos. Hasta la próxima mi caballero de ultratumba.

1 comentario:

  1. Que terror,
    el ambiente esta muy bien creado,
    pero no me queda del todo claro pq paso,
    como resucitasteis al zombi,queda solo sugerido,pero el ambiente es magistral

    ResponderEliminar