lunes, 25 de octubre de 2010

EL DESTINO



Laura se encontraba en el mercado, era un zoco de enormes dimensiones, había puestos por doquier y la mercancía expuesta parecía casi ilimitada.
Los olores a especias resultaban casi mareantes, a la par de sugerentes, el clavo, cardamomo y nuez moscada, eran los predominantes, también los más penetrantes.
Notó una mano en su nalga, siguió su camino sin dar ninguna importancia a éste hecho, ya que en Turquía debía ser algo natural, a juzgar por el número de veces que ya le había ocurrido.
Aspiró fuertemente, el olor de la libertad, sola, a miles de kilómetros de su casa, en un país desconocido, con un idioma que no hablaba, poblado de hombres de mirada ardiente y todo era tan exótico…
Se acercó a un tenderete, donde la plata brillaba, bajo el reflejo del neón de un café cercano. Era espectacular ver tanta plata junta, brazaletes tallados, pulseras labradas con filigrana, anillos de piedras azules, pendientes engarzados con el ojo turco, broches multicolores, cadenas de todos los grosores…
Comenzó a probarse pendientes, finalmente eligió unos de plata con turquesas, largos, que parecían pequeñas lámparas orientales. Al alzar la vista al espejo de bronce que estaba colgado, para ver como le quedaban los pendientes, se quedó sorprendida al ver reflejados también, unos enormes ojos almendrados de un negro azabache, que la miraban fijamente y tan intensamente, que parecían desnudarla. Laura sintió violada su intimidad, las veinte veces que había sido tocada “fortuitamente” en el zoco, no eran nada si se comparaban con el escrutinio de esos ojos que parecían abismos .Con manos nerviosas se quitó los pendientes y sacó dinero de su cartera sin preguntar ni tan siquiera el precio, se sentía tan vulnerable, que solo quería irse lo más rápidamente posible. Depositó un billete de cincuenta euros, más que suficiente, pensó, en la mano del turco, sin volver a levantar la mirada. El roce del billete con la mano del dependiente, le produjo un latido, en un lugar prohibido de su anatomía.
Salió literalmente corriendo de allí, con los pendientes en la mano, así sin más, sin ningún envoltorio. Entonces un policía que la vio corriendo, le preguntó si tenía algún problema, al verla con los pendientes en la mano, pensó que los había robado y la hizo volver al puesto, para preguntar al dependiente. Laura trató de explicarle por enésima vez que había pagado los pendientes, Hassan, que así se llamaba el platero, corroboró lo que ella dijo y además le dio treinta euros de vuelta, con una sonrisa socarrona.
Ella enrojeció y dándole las gracias e ignorando al policía, que se deshacía en mil perdones, se dirigió al café más próximo, necesitaba tomarse una tila. Se sentó al lado de un gran ventanal que ofrecía una magnífica vista del zoco. Pidió una tila doble, se la sirvieron en un bello vaso decorado con caracteres árabes dorados, tomó la cucharilla y se sirvió dos cucharadas de azúcar, cuando empezó a sentirse más reconfortada, casi se atraganta al notar una mano que se posaba en su hombro. Giró la cabeza y vio a Hassan, detrás de ella, con su sonrisa de luna llena.
La tomó del brazo e introdujo en su muñeca, una preciosa pulsera, con un gran ojo turco en el centro, para combatir el mal de ojo, dijo en un perfecto castellano. Laura se sorprendió, al oírle hablar su idioma, él le dijo que su madre era española y su padre turco.
Se sentó a su lado y pasaron la tarde hablando de mil cosas, ella se sentía feliz, colmada. Cuando se quisieron dar cuenta, el café cerraba sus puertas y él la invitó a seguir la tertulia en su casa. Laura aceptó, por fin sabría si Gala exageraba en su famoso libro “La pasión turca”, ó por el contrario era verdad todo lo que se decía sobre la legendaria fogosidad de los hombres turcos. Cruzaron el zoco, ahora desierto, adentrándose en un laberinto de callejuelas llenas de basura, Hassan la llevaba cogida de la mano, una mano rugosa, un tanto áspera, pero caliente y fuerte. Laura se preguntó como sería sentir esa mano en otros lugares de su cuerpo, involuntariamente se estremeció. Que aventura, la media luna brilla en el cielo y riela sobre el Bósforo, iendo de la mano de un turco de ojos infinitos, probaré las famosas “delicias turcas”, soy libre y esta noche voy a gozar como nunca, en un palacio oriental, pensó radiante de felicidad.
Llegaron a un barrio surcado de ratas y desperdicios, el agua estancada del suelo, hacía que una nube de insectos flotasen sobre ella, los gatos buscaban comida entre montañas de excrementos, el olor era casi insoportable. Lejos de desanimarse, Laura se agarró más fuerte de la mano de su turco. Se pararon ante la puerta de un edificio ruinoso, entraron subiendo por una angosta escalera que parecía un minarete, surcada de suciedad. En la escalera no había luz y a punto estuvo de caerse varias veces, pero HaAssan la agarraba con fuerza. Ella iba delante y notaba un bulto tranquilizador detrás, el tamaño parecía enorme, soñaba con el momento de desenvolver su verdadero regalo.
Atravesaron una puerta y entraron en una pequeña sala con una alfombra raída como único mobiliario. Le dijo que esperase allí, mientras le aguardaba, oyó el llanto de un bebé y luego una discusión de una mujer y él en turco.
Al cabo de un momento salió una mujer de una habitación, toda despeinada, con tres niños pequeños, la miró con odio y con los ojos llenos de lágrimas. Hassan salió y casi la empujó hacia la misma habitación de donde había salido la mujer con los niños. En ésta, solo había una gran cama con sábanas arrugadas, todavía calientes y un lavabo.
Como única decoración, fotos de Hassan con los niños y la mujer que había visto antes. No podía dar crédito, estaba casado y tenía hijos y era capaz de mandar fuera a su familia para yacer con ella, en la misma cama donde dormían ellos. Como si fuese la cosa más normal del mundo se acercó para besarla y ella se apartó. Le dijo que nunca se acostaría con un hombre casado y él le dijo que no había ningún problema, que él se podía casar hasta con cuatro mujeres, según su religión.
Laura le contestó furiosa que le daba igual, pero que se marchaba, recordando las lágrimas de impotencia de su esposa.
Hassan se puso delante de la puerta impidiéndole el paso, toda la magia inicial, había desaparecido como por ensalmo.
La empujó y tiró a la cama, mientras trataba de quitarle la ropa, entonces, aprovechando el tamaño del brazalete que le regaló y su grosor, le golpeó con fuerza en la cara, ojo contra ojo, realmente me está ayudando a alejar las malas influencias de mí, pensó mientras casi se mataba bajando la escalera sin luz. En su carrera metió el pie en un charco de agua sucia, pero no se detuvo, Hassan corría tras ella lanzándole todo tipo de obscenidades.
Cuando se dio cuenta de que se había perdido entre las angostas callejuelas lloró, el príncipe oriental se había convertido en un demonio de las mil y una noches. Entonces decidió meterse en un espacio oscuro, una especie de escondrijo ó hueco que se abría en una pared cercana. Allí aguardó con el corazón palpitante de miedo. Oyó los pasos de Hassan que se perdían en la noche y la llamada a la oración de las cinco de la madrugada, la distrajo momentáneamente. Cuando se creyó segura salió, se cruzó con un grupo de fieles que la miraron extrañados, camino de la mezquita.
Laura caminó sin rumbo hasta que encontró un taxi que la llevó a su hotel.
Lo peor había pasado, o eso creía ella.
Cuando fue a pagar al taxista se dio cuenta de que no llevaba el monedero, Hassan se lo había cogido posiblemente, cuando fue al baño en el café.
El taxista quería cobrar aunque fuese en carne, por lo que bloqueó los seguros del taxi y se puso encima de ella, cuando ya estaba a punto de clavarle su cimitarra, apareció un policía que la salvó, era el mismo del zoco y la instó a que no se metiese en más líos.
Cuando finalmente llegó a su habitación sintiéndose segura al fin,
otro turco la esperaba dentro, el camarero del hotel.

No se puede escapar al destino y esa noche estaba claro cual sería …

2 comentarios:

  1. ¿Hablamos de Turquía o de Sodoma y Gomorra? A lo mejor sólo estaba allí para cambiar las toallas :)

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