miércoles, 31 de marzo de 2010

Cambiantes


Descansaba de mi ajetreado día de visitas en los jardines Borghese, repasando mentalmente las piezas que más me habían gustado; sin ninguna duda en conjunto me quedaba con el museo etrusco situado en Villa Giulia, me estremecía al pensar que hacia tantos siglos había existido una cultura tan avanzada como para crear piezas de tanta perfección, las esculturas mostraban detalles tan delicados que te daban ganas de agacharte para atar los cordones de sus bellos calzados, los labios entreabiertos del dios Apolo invitaban seductores a ser besados, los motivos florales hacían que inspirases esperando oler fragancias exquisitas del pasado.
Empezaba a atardecer y se estaba levantando un poco de aire, aspiré una vez más el olor de la hierba recién cortada y me incorporé, recogiendo las cosas esparcidas a mi alrededor. Tenía que darme prisa si quería llegar a tiempo de despedirme de mis nuevos amigos, era un grupo de españoles que había conocido unos días antes, al día siguiente partían hacia Nápoles y ésta sería la última vez que los vería. En Madrid intentaríamos quedar al principio, pero pasado un tiempo olvidaríamos que una vez nuestros caminos se habían cruzado.
Llegué a la Fontana de Trevi media hora tarde, abarrotada como siempre, no veía a mis amigos por ningún sitio, decidí esperar un rato por si ellos también se habían retrasado, por hacer tiempo saqué mi bloc de dibujo y comencé a dibujar una de las figuras alegóricas de la fuente.
De unos cuantos trazos dibujé su contorno firme y bien definido, el rostro transmitía una gran paz, al volver a mirar me di cuenta de que la cara no era la de la escultura, estaba retratando a un chico que sentado de espaldas a la fontana me miraba fijamente.
Era muy atractivo, con el pelo castaño ondulado rozando su cuello, unos labios ni finos, ni gruesos me recordaron los del dios Apolo, pero lo más impactante eran sus ojos, el color de ellos en concreto, un color entre azul y verde que yo nunca había visto antes, unos ojos que otorgaban sensación de tranquilidad, nada malo podría ocurrir en su presencia.
Desde su derecha aparecieron dos chicos más a los que no podía ver la cara, se saludaron dando unas palmadas en el hombro; uno era muy alto, con el pelo también castaño pero más corto, andaba pausadamente, giró la cabeza hacia donde estaba mirando su amigo, mostrandome una perfección absoluta, sus rasgos eran delicados como los de una mujer pero eso no evitaba que transmitiese una gran masculinidad. El color de sus ojos era igual a los del que permanecía sentado, debían ser familia porque no era una tonalidad habitual.
Su misma perfección, le hacía un poco irreal, paseó la vista por las personas que nos encontrabamos frente a él como si fuese un dios otorgando sus favores, yo fui la agraciada con su aprobación, una tenue sonrisa, que hizo que su rostro se volviese aún más hermoso, provoco que tuviese palpitaciones.
Avergonzada por estar mirando tan descaradamente a unos desconocidos bajé la vista a mi bloc para seguir dibujando; me temblaban tanto las manos que no conseguía hacer ni una línea recta, unos dedos suaves y finos sujetaron el lapiz, sabía quién era sin necesidad de mirar, con miedo, por tener tan cerca uno de aquellos rostros angelicales, posé primero la vista en su camiseta negra que se ajustaba a un pecho acogedor, en su brazo izquierdo lucía un tatuaje tribal que me atrevía a rozar con los dedos.
Su mano elevó suavemente mi mentón obligándome a mirar de frente, era el tercero de los chicos, con el mismo color de ojos que los otros dos y el mismo pelo castaño, aunque éste lo llevaba más corto. Fue como si me hipnotizasen, me sentía tranquila y relajada, paseando por la orilla del mar, escuchando el ruido de las olas que venían a morir a mis pies. Incluso podía oler la sal, la arena caliente, la brisa que agitaba mis cabellos...
El ruido de las carcajadas de unos turistas lanzando monedas a la fuente hizo que despertase, parpadeé varias veces como deslumbrada por alguna luz. El color de sus ojos había cambiado, era más oscuro, como si se hubiese desatado una tormenta en aquél océano de calma. Sus dos amigos se habían acercado poniendo una mano sobre su hombro, la rigidez fue desapareciendo, volviendo sus ojos a su color natural.
Consciente de que era un error, me levanté y seguí a los tres ángeles; al pasar cerca de los turistas, el del tatuaje los miró; me pareció que se estremecían de miedo; serían imaginaciones mías porque enseguida comenzaron con su barullo y continuaron lanzando monedas al aire.
Me senté en el asiento trasero de un coche aparcado cerca de la fontana, entre el más alto, que con una armoniosa voz me dijo que se llamaba Luca y su amigo Carlo. El del tatuaje que no se presentó, se deslizó en el asiento del conductor y metiendo primera, arrancó suavemente.
Todo me parecía un sueño, pero por si no lo era pregunté dónde nos dirigíamos.
- Volterra - fue la escueta respuesta que recibí.
Una música relajante sonaba y cerré los ojos echando la cabeza hacia atrás, pronto unas suaves manos acariciaban mi pelo, mi rostro, unos dedos cálidos dibujaban la forma de mis cejas, mientras otros se posaban sobre mis labios entreabiertos. Abrí un poco los ojos y por el retrovisor pude ver al conductor mirando sonriente, algo me estremeció, pero unos labios se cerraron sobre el lóbulo de mi oreja lamiendo delicadamente, haciendo que la sensación nunca hubiese existido.
Otros labios se posaron sobre los míos, hambrientos de placeres más íntimos. Su aliento olía a canela, saboree su lengua, mientras mis manos se enredaban entre sus oscuros y suaves rizos.
Unos hábiles dedos soltaron los botones de mi blusa, dejando mis pezones erectos al descubierto; con las cabezas muy juntas cada uno comenzó a lamer lo que por derecho les correspondía. Sin querer evitarlo abrí los ojos para ver lo que hacía el conductor, continuaba mirando, su sonrisa se ensanchó cuando me descubrió observándolo, me excitaba mucho que me contemplase mientras los otros dos me daban placer.
Aunque a mi se me pasó en un suspiro el trayecto, el coche pasó por el letrero que indicaba que ya estabamos llegando a nuestro destino; antes de llegar a la población, tomó un desvío por el que continuó varios kilometros hasta parar frente a una antigua casa de piedra.
Antes de bajar del coche, Luca volvió a atarme la blusa, tendiendo luego la mano para ayudarme a salir. En el interior de la casa hacia frío y crucé los brazos sobre mi pecho, tratando de entrar en calor, Carlo me rodeó con los suyos, haciendo que me sintiese confortada. Entramos en un gran salón, en el medio, había una especie de altar, que hizo que mi cuerpo diese un paso atrás, pero enseguida los tres me rodearon con sus brazos, calmando mi inquietud.
Mientras Carlo le pedía a Pietro, que me seguía pareciendo muy inquietante, que encendiese el fuego en una enorme chimenea que había al fondo , él fue a preparar unas bebidas.
Luca cogió mi mano y me sentó sobre la piedra del altar, acariciándome dulcemente al notar que habían vuelto mis temores. Pronto el calor fue extendiéndose por toda la habitación, Carlo se acercó con unas bebidas calientes que olían a especias exóticas, que no lograba identificar. Brindaron en un idioma extraño a mis oidos; tragué saliva sin saber que pensaban hacer conmigo, tenía mucho miedo pero en ningún momento se me ocurrió tratar de escapar.
Entre los tres comenzaron a desnudarme, tumbándome sobre la fría piedra, como en un baile ensayado muchas veces se fueron quitando la ropa, mostrando unos cuerpos tan perfectos como sus rostros.
Dos de ellos me tomarón por los brazos extendidos, besándolos, aproximándose con cada beso a mis pechos que se agitaban de temor y excitación.
Sus suaves voces me repetían que me relajase, que no tuviese miedo, no harían nada que me perjudicase, ni me harían daño.
Pietro inició un ascenso desde mis pies, sin dejar un centímetro de mis piernas sin explorar, hasta llegar al centro de mi cuerpo, que aguardaba impaciente, libre ya de cualquier temor.
Como un cuchillo caliente hundiéndose en la blanda mantequilla introdujo su miembro en mi jugoso interior, iniciando unos lentos movimientos, que me hicieron consciente del vigor y tamaño de lo que había penetrado en las profundidades de mi cuerpo. Sus ojos se volvieron más verdes con los minutos, dos esmeraldas engastadas en una máscara bellamente labrada; incapaz de apartar los ojos de aquél resplandor lo único que deseaba era tenerlo más cerca, que ahondase más.
El hechizo no debía romperse, nada tenía que desequilibrar el momento, nuestros jadeos se acoplaban hasta convertirse en uno solo. El roce de los rizos de Carlo bajando por mi vientre, hizo que mi mente volviese al salón, mientras Pietro seguía impulsándose dentro de mí, Carlo buscó con su mano mi clítoris ya crecido.
Luca me besaba por el cuello, el rostro, recorriendo con su lengua mis labios ardientes; tenía los ojos bien abiertos, para no perderme ni un sólo instante de aquella belleza que se ofrecía en mi honor, atraje su cabeza hacia mí, gimiendo ya abiertamente, dejándome arrastrar por el ardor que corría por todos los poros de mi piel.
Suavemente me cambiaron de postura, sin ninguna brusquedad, acariciandome mientras lo hacian, Pietro quedó frente a mí, mientras que Carlo se colocaba debajo y Luca detrás, como oyendo una melodía destinada sólo para sus oidos fui penetrada por todos al mismo tiempo.
Sus cuerpos entrelazados en el mío, se movían profunda y vigorosamente, yo lamía el miembro de Pietro mirando sus ojos, que brillaban aún más, incapaz de apartar la vista de ellos, seguía satisfaciendolo mientras que con una de mis manos agarraba su duro y redondo culo para acercarlo aún más a mí.
Carlo y Luca continuaban horadando en mi interior, acariciaban mis pechos, mis nalgas, un suspiro me hizo mirar el hermoso rostro que se hallaba debajo, unos ojos de esmeralda devolvieron mi mirada, me giré para observar a Luca que cerca ya de su extasis empujaba tan fuerte que abría mi carne sin ningún control, un rayo verde escapó de sus ojos deslumbrándome.
Todos nos adaptamos a su ritmo, comenzando un baile de movimientos enérgicos y desbocados.
A un segundo del paraiso, entre los tres me tumbaron de nuevo sobre el altar, regando mi cuerpo con su ambrosía, el líquido caliente se deslizaba cubriéndolo por completo, abrí la boca para recibir aquél néctar delicioso que desbordó mis labios en breves segundos. Una vez cubierto el lienzo sus lenguas iniciaron un nuevo baile para dejarlo limpio, mi espalda se arqueó como si hubiese recibido una descarga eléctrica, dejándome caer a continuación sobre el altar, donde unas hambrientas bocas continuaban con su trabajo.
Pasaron las horas enseñándome nuevos ritmos, mientras me deleitaba una y otra vez en aquellos ojos cambiantes; el sol iba saliendo por el horizonte, Carlo se acercó para cerrar las contraventanas, dejándo la sala en una completa oscuridad, sólo rota por las brasas que aún crepitaban en la chimenea.
Luca tomó mi mano y me tendió en una enorme y suave alfombra cerca del fuego que Pietro se apresuró a avivar; con nuestros cuatro cuerpos desnudos, abrazados unos a otros, mirando bailar las llamas, mis ojos se posaron en un escudo bruñido que descansaba sobre uno de los laterales de la chimenea. Unos ojos verdes como esmeraldas devolvieron mi mirada reflejada en el metal.

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