jueves, 26 de agosto de 2010

El inconformista impenitente


Tiempo. Esa es la clave.
La mitad de la humanidad se pasa la vida pensando en el tiempo que les queda. La otra mitad se la pasa pensando en el tiempo que se les ha ido.
Tiempo, el enemigo invisible e implacable.
Vivimos siempre esperando algo. Contamos los minutos, los segundos restantes para que algo ocurra. Mera ilusión.
O bien nos dedicamos a repasar nuestra historia, contando ,también, los días y las horas que conforman la estela que nuestros pasos dejan en el largo viaje hacia ninguna parte que es la existencia. Patética levedad humana que transforma a los hombres en ratones asustados, a la espera de ser engullidos por la constrictora fuerza de la naturaleza.
Cada gota de sangre es una unidad temporal. Cada segundo una gota de fluido vital, acuoso; células muertas que se escapan entre los resquicios de la rutina; entre las fisuras de lo cotidiano, como la arena entre los dedos de un niño.
Tac, tac, cadencia que, cada día, marca el ritmo según el cual millones de seres humanos nacen y mueren, aman u odian, rien o lloran. Metrónomo univesal. Juez y parte. Principio y fin.
Sí, esa es la clave para comprender el principio básico de todo; si los seres humanos comprendieran y aceptaran su propia temporalidad, y digo aceptar en su sentido más literal, otro gallo les cantaría, pues vaciarían sus mentes de miedos y dudas existenciales, para llenarlas de nuevo con las experiencias, los sueños y las esperanzas que alimentan el alma de las mujeres y los hombres.
Nada parece cambiar y sin embargo todo está en un continuo cambio.
Todo permanece pero nada sigue igual, aunque nos moleste, aunque nos confunda.
Nosotros mismos cambiamos, nos transformamos, mutamos, renacemos una y otra vez en el caldo primigenio de nuestra propia inconsistencia, de nuestras propias contradicciones, para hundirnos, al cabo, en un océano impetuoso y terrible al que venimos llamando vida .
Luchamos contra la realidad; intentamos mantener la cabeza fuera de ese elemento viscoso y húmedo, evitando, con más pena que gloria, la mano asesina de un destino que se empeña en arrastrarnos hasta el fondo. Y con cada bocanada de aire que arrancamos en la lucha, con cada paso que vamos añadiendo a nuestro camino, con cada minuto que empleamos en reafirmar nuestra propia consciencia, el cambio se va produciendo y ya no somos los mismos de antes.
Nada es como antes.
La felicidad huye de los lugares comunes. Es paradójico que, siendo la meta más deseada para cualquier homínido contemporáneo, usemos para llegar a ella los caminos con más encrucijadas, las sendas más sinuosas, las carreteras con más baches y los atajos más largos. Y sin embargo esa incongruente manera de actuar es la seña más clara de mi propia condición.
Me deslizo furtivo entre los dedos del tiempo, pero nunca me dejo atrapar. Jamás hago promesas con fecha de vencimiento, ni avalan mi mañana las palabras que dije ayer. Apuro cada sorbo de presente gracias a los latidos prestados de un corazón defectuoso, y, aunque guardo la factura de compra, no lo pienso devolver.
Soy el replicante pertinaz, el adalid de la incertidumbre
Soy el naufrago de la rutina, soy el inconformista impenitente.

4 comentarios:

  1. intenso y emocionante ,tan real como la vida ,lo he disfrutado despacio paladeandolo despacio como un buen vino ,me ha encantado de verdad ,querido amigo de noble corazón

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  2. Gracias, querida amiga de ancha sonrisa. Es un placer. Seguro que tú lo entiedes bien,que eres otra inconformista del copón. Un besote.

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  3. Desde luego,siempre nadando contra corriente.
    Espero que te guste la foto.
    Besos hermanito mayor

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  4. Por cierto, es una foto psicodélica de un reloj de arena.
    Besos

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