En un lugar urbano, hipertransitado y bien comunicado, se encontraba un edificio de lo más normal. No destacaba demasiado de los otros, era un ejemplo de torre funcional, muy común entre los usuarios de la vida acelerada, comida rápida y frialdad, de los habitantes de la gran ciudad.
En éste marco situamos a León, un joven alto, apuesto de frente ancha y despejada, mirada límpida y sincera, que como faro de Alejandría atraía con su luz esmeralda, pero no solo en la noche, también en el día, puesto que la luz de sus ojos emanaba directamente de su alma, la bondad no se oscurece y esto mismo le ocurría a él, que vivía sin saber la atracción que inherente a si mismo despertaba en los que le rodeaban, que gracias a su influencia, siempre llegaban a buen puerto.
Un precioso tatuaje en su brazo derecho de un león rampante, llamaba la atención, era el león victorioso en posición de ataque que siempre velaba por su seguridad,
fue un regalo de cumpleaños de alguien muy especial, en un viaje a Persia.
Éste era León, querido por muchos, pero también envidiado,algunos no pudiendo resistirse a su encanto, acababan cegados por la envidia.
“Unos amigos suyos” trazaron un plan para atacarle y apagar así la luz de sus ojos, se hicieron pasar por viajeros recién llegados de México, le regalaron un objeto de procedencia dudosa, que se vendía precisamente en una santería mexicana, un cactus en apariencia de barro cocido, muy bonito con vetas verdes, pero que tenía vida propia y su rostro era equívoco, giratorio, solo perceptible tras un largo tiempo de observación.
Era un objeto con una larga historia que hasta el mismo comerciante desconocía, su origen se remontaba hasta el mismo origen de la vida vegetal y posteriormente humana, guardando un temible secreto, relacionado con la creación misma. Ajenos a todo ello, lo adquirieron por un módico precio, sin saber el alcance de lo que estaban haciendo.
Se lo regalaron a León “como recuerdo de sus vacaciones en México”, éste haciendo gala de su natural inocencia, besó los rostros de las serpientes, que mordían la mano amiga que les tendía.
León tomó el regalo con ilusión y se lo llevó a su casa.
Lo colocó en el salón en una librería de madera principal, muy próximo a la entrada y cerca de la televisión.
Una vez hecho esto, se tumbó en el sofá y lo contempló extasiado, el objeto poseía un magnetismo especial , una vez que tu mirada se posaba en él, ya no podías apartarla.
En ésta tesitura estaba León cuando notó que el cactus giraba, su equívoco rostro se transformaba en algo inequívoco, se perfilaba claramente ante su estupefacto rostro, que pensaba que solo era un efecto visual provocado por la luz del atardecer, pero no podía dejar de mirarlo. Se dejó llevar por el efecto hipnótico que el cactus despedía para atrapar su energía vital de la que se alimentaba y gracias a ella pervivía a través de los milenios.
León ajeno a ello, seguía mirándolo y cada vez se sentía mas cansado, más débil.
De pronto el sonido timbrado del teléfono, lo arrancó de entre las púas del cactus. Era ella, su linda compañera que lo importunaba una vez más con su voz cristalina, que como una cascada lo sacudía y lo sacaba de su inmovilidad, sembrando en él mil y una dudas.
Se olvidó de lo ocurrido, otro efecto del cactus que producía amnesia temporal y se centró en su linda muchachita que iluminaba su vida, con su mágica aura de bondad.
Sonriente le contó que tenía un cactus que se movía y tenía cara, ella se reía y lo tomaba a broma.
León decía que por lo menos “alguien” lo esperaba en la casa. Sembró la intriga en ella que le pidió que por favor se lo enseñara, él en un principio se resistió, sentimientos ambiguos hacia ella sembraban sus dudas, pero comprendió que su muchachita era intrépida y de buenas intenciones, por lo que le abrió un huequecito en su corazón. Quedaron esa misma noche en su casa.
A las nueve en punto, apareció sonriente y lo abrazó dándole dos besos muy suaves en su rostro bronceado, él la rodeó con sus poderosos brazos y la dirigió al interior de la casa. Los dos reían felices con los ojos brillantes, mientras el cactus los observaba desafiante.
Ella preguntó por el cactus y él la llevó al sofá y le indicó su ubicación. Ella lo miró y su mirada quedó atrapada en su rostro de barro, que se iba tiñendo poco a poco, tomando un color cada vez más púrpura.
No podía apartar su mirada de él, pero sonreía feliz, había descubierto el origen de su existencia, miles, millones de pequeñas almas antepasadas, se lo mostraban y ella iba sucumbiendo a su hechizo, queriendo formar parte de su conjunto, mientras cada vez estaba más pálida.
León horrorizado intentó separar su mirada del cactus, pero ella era incapaz de hacerlo.
Entonces León recordó un sueño que se repetía desde que le trajeron el cactus y actuó.
En un valiente gesto, se interpuso entre la mirada de ella y el cactus, poniendo su tatuado León entre ambos, se formó una luz cegadora tornasolada de fuerte intensidad, cuyo haz se dirigió directamente ante el rostro del cactus, aniquilándolo haciendo que estallase en mil añicos, liberando así millones de minúsculos puntos de luz rutilante azulada, que subieron al cielo y dieron origen a las estrellas.
La muchacha volvió en sí, no pudiendo apartar la vista ahora, de los ojos de León que la contemplaba enmudecido.
Las almas ó las estrellas le habían transmitido un mensaje:
“cuando los sentimientos afloran, pero no hay nada que decir hay que dejar que el silencio hable y el león ruja” y dicho esto, cerró los ojos y esperó…
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