jueves, 2 de septiembre de 2010
La pesca
La brisa arrastraba el olor a mar, aspiré profundamente para llenar mis pulmones de calma y con cada expiración dejar salir toda la rabia acumulada, para que se alejase con las gaviotas que sobrevolaban mi cabeza.
Paseé la vista por la cubierta del barco, en algunas zonas el óxido había hecho que la pintura se descascarillase, froté mi mano por la proa y trocitos blancos se pegaron a mis dedos, soplé para también se los llevase el viento, lo oculto siempre termina por salir a la superficie, corroyendo todo lo que encuentra a su paso, no importa las capas con que se tape, siempre está ahí, aguardando su momento.
Los pescadores estaban ya echando la segunda andana de redes, siguiendo las órdenes que el patrón gritaba mientras se bebía su quinta cerveza de la mañana. Gotas de sudor recorrían sus pechos, producidas más por el calor que por el esfuerzo, mis ojos se cruzaron durante un breve segundo con los de uno de los marineros, sentí como el deseo de lamer su pecho se iba acumulando, tensando mi espalda, haciendo que un cosquilleo se despertase en mi vientre. Me di la vuelta, dejando que el aire me desordenase el pelo, intentando mantener la mente despejada, se había levantado marejada y el barco se bamboleaba, obligándome a sujetarme a la barandilla para no caerme al agua.
Comenzamos de nuevo a movernos en busca de un nuevo lugar donde echar más redes, oí unos pasos que se acercaban a la proa, sentía el calor que desprendía su cuerpo, el olor a salitre que emanaba de él, apreté con más fuerza la barandilla, hasta que mis nudillos se pusieron blancos. Lo último que necesitaba era liarme con un marinero desconocido, suficientes problemas tenía ya.
- ¿Vas bien?¿no te mareas?
Ni siquiera me giré para contestarle, podía sentir sus enormes ojos castaños fijos en mi espalda, unos dedos ásperos acariciaron mi brazo, haciendo que la tensión se desplazase por debajo de mi cintura.
- Estás fría, ¿quieres que te traiga una chaqueta? –
La profunda voz penetró por mis oídos como una descarga de adrenalina, sacudí los hombros para intentar quitármela de encima, el marinero debió entender que le daba la razón, pero en vez de ir a por la chaqueta, me rodeó con unos fuertes brazos tostados por el sol.
Recosté mi espalda sobre un amplio pecho que me acogía por completo, adaptándome a sus curvas, nuestras respiraciones se fueron acomodando hasta formar una sola. Noté sus manos deslizándose bajo mi camiseta, pero seguí sin moverme, sin hacer caso a la luz dentro de mi cabeza que ya estaba tomando tonalidades rojas. Aprisionando mis pechos con fuerza, mientras que lamía la vena que en mi cuello había empezado a latir, escuché su respiración sobre mi oído.
El descenso en la velocidad del barco, nos hizo saber que ya habíamos llegado al lugar de la siguiente andana, como si de un sueño se hubiese tratado me encontré sola en la proa, con el sol cegándome los ojos, aún podía notar el calor de su cuerpo contra el mío y la excitación lejos de ir apaciguándose, continuaba aumentando.
Durante el tiempo que duro el trabajo me abstuve de mirar, intentando distraerme con los dibujos que formaban las nubes, pero en cuanto el barco inició la marcha, las nubes se volvieron de nuevo simplemente lo que eran. Tragué saliva, deseando tenerle de nuevo cerca, me llevé una desilusión cuando lo vi aparecer con el patrón, pero mantuve la sonrisa en todo momento, esperando que no se notase.
Después de una breve charla el patrón dijo que iba a tumbarse al camarote, donde ya se encontraban el resto de los marineros, con que se quedase uno para dirigir el barco a puerto era suficiente.
Mientras el se dirigía a la cabina continué mirando la marejada que cada vez era más fuerte, en cinco minutos estaba de nuevo a mi lado.
- ¿No tienes que pilotar el barco?
- He metido las coordenadas y he puesto el automático, de momento no es necesario que esté allí, por esta zona no hay rocas contra las que podamos encallar.
Iba a preguntarle algo más, pero él me atrajo hacia su boca, mordiendo mi labio inferior, succionándolo, su barba de varios días me rascaba la piel, pero no deseaba que parase, mientras sus manos apretaban mi cintura contra la suya.
Me separé un poco para observarle mejor, su piel estaba bronceada, y la comisura de los ojos mostraban arrugas que le hacían aparentar más años de los que realmente tenía, fui desabrochando los botones de su camisa sin apartar la mirada de sus ojos que me miraban tranquilos, cuando incliné mi cabeza sobre su pecho y lamí uno de sus pezones escuché un gemido que se perdió con el viento.
Seguí lamiendo, descendiendo por el vello de su pecho, que mostraba el camino a seguir, su piel sabía a salitre, a arena caliente, a asientos de piel al sol. Sus ojos seguían tranquilos cuando solté el botón de su pantalón, y comencé a lamer cada vena notando como se hinchaban bajo mi lengua, como su miembro se endurecía con cada nueva pasada, sorbí el capullo, hasta que se puso de un rojo carmesí, el viento soplaba en mis oídos animándome a continuar, abrí la boca para tragarme entero lo que el día de pesca me había concedido, sus gemidos se hicieron más intensos, cuando agarré con fuerza su trasero de marcados músculos para que se introdujese aún más en mi garganta, sus fuertes manos tiraban suavemente de mi pelo hacia delante y hacia atrás, acomodándose a los movimientos de mi cabeza. Antes de que llegase, sentí en su tensión la primera descarga que se deslizó por mi garganta, espeso y dulce, seguí tragando hasta que quedó una única gota que recogí con mis dedos para chuparla mientras miraba sus ojos.
A lo lejos ya podía verse el puerto y pensé que aquello se acababa allí, pero cogió mi mano y me arrastró a la cabina de mandos, sus dedos se desplazaban suavemente por mi cuello, acariciaron la clavícula, siguiendo su contorno, a pesar de la aspereza de sus manos, sus caricias eran como leves toques de aire frío en una mañana de calor. Cuando sus dedos alcanzaron mi vientre, yo ya me encontraba completamente empapada, deseando que me penetrase, pero él se entretuvo jugando entre los pliegues de mis labios, con movimientos rápidos que hacían que mi respiración se agitase, pasando a movimientos lentos que me hacían desearle dentro de mí, arrastrándome del paraíso a la tierra. Cuando se cansó de jugar con sus dedos, me sentó y hundió su cabeza entre mis piernas, sorbiendo la piel, paseando su lengua como yo antes había hecho con él, penetrándome con ella, haciendo que yo me hinchase como él se había hinchado antes, ya no era capaz de escuchar el viento, sólo mis jadeos entrecortados cada vez más fuertes y profundos.
El puerto estaba cada vez más cerca y necesitaba tenerle dentro aunque fuese unos instantes, le aparté y me tumbé sobre él, sintiendo su carne dura y caliente abriéndose paso en mi interior, la fuerte marejada impulsaba mis movimientos, haciendo que la penetración fuese cada vez más dura y rápida, cogida del timón que tenía frente a mí hice que aún fuese más profunda, hasta casi notar que me partía en dos, la oleada de calor nos llegó estremeciendo nuestra columna , extendiéndose por todo el cuerpo, en el momento justo en que entrábamos en el puerto. Nos vestimos rápidamente, sentí como parte de su semen se deslizaba por el interior de mis muslos, pero cuando fui a limpiarlo, el se agachó de nuevo y lo lamió dejando mi piel limpia.
Antes de atracar, me dio un último beso en el que pude saborear su sabor unido al sabor de mi piel sobre su lengua, una combinación irrepetible.
El patrón salió de su camarote y me advirtió que era normal que cuando bajase del barco sintiese que las piernas me temblasen un poco, como si aún siguiese en el barco, subiendo la escalerilla de hierro que ascendía al muelle, sonreí, desde luego me temblaban las piernas.
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