sábado, 9 de octubre de 2010
Hoja de otoño
Caminaba consciente de cada hoja que el otoño iba arrancando a su paso, miraba como emprendían el vuelo para caer frustradas unos metros más allá. El impulso era externo, caprichoso y volátil, por lo que las sencillas hojas estaban siempre destinadas a acabar pisoteadas, convertidas en detritus, mientras el viento se iba a arrastrar a otras, indiferente a lo que dejaba atrás.
Continuó sin salirse del camino, siempre siguiendo el mismo recorrido, le daba miedo perderse y morir sola en el bosque o aún peor, tener que explicar porque había sido tan tonta de no seguir la pista forestal.
Observó el reflejo del sol sobre el pico de la montaña, un poco más abajo vio a varios alpinistas, ella nunca se atrevería a escalar, continuamente le repetían lo torpe que era, aunque no recordaba haberse hecho nunca ni una simple torcedura.
Saludó a los ciclistas con los que se cruzaba todas las mañanas, no sabía sus nombres y si los viese sin los cascos seguramente no los reconocería, pero ya eran viejos conocidos.
- buenos días
- buenos días
Y continuarían su camino como todos los días.
Pero esa mañana algo se salió de lo habitual…
De pie en la ducha, inclinó el rostro hacia atrás dejando que el agua resbalase, llevándose con ella todas las dudas.
Con el codo golpeó el bote de gel que cayó derramando el contenido por no tener cerrada la tapa como ella pedía siempre que se hiciese. No se molestó en recogerlo, ¿para qué? el agua ya se había encargado de llevarse todo, dejando sólo un poco de espuma.
Oyó el ruido de la puerta de la calle, se secó con la toalla y rápidamente se vistió.
- hola ¿qué tal?
Nada, sólo el ruido de la televisión, se asomó al salón sonriendo, su marido ocupaba el sofá de tres plazas, ensimismado con el anunció de una nueva telenovela.
- me traes una cerveza, por favor
- si claro, voy a comprar, te bebiste la última anoche ¿recuerdas?
- vale
Sólo cogió una chaqueta y el bolso, de camino al supermercado subió al autobús que llevaba a la estación de tren, allí compró un billete para un lugar cualquiera.
Sentada cómodamente en su asiento, pensó en el ciclista, había sido una caída sin importancia, las hojas acumuladas por el viento habían amortiguado el golpe, al levantarse se las había sacudido sin más.
Sonrió, feliz por primera vez en mucho tiempo, asustada de lo que le esperaba al final del recorrido, pero ya no sería nunca más hoja de otoño.
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eso de comprar un billete hacia cualquier parte me suena de algo ...
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