lunes, 31 de mayo de 2010

Victima o verdugo


Miraba a través del ventanal los pájaros que inquietos se movían de una rama a otra. En ocasiones imaginaba que era uno más de ellos y volaba a mundos desconocidos, sin fronteras que pudiesen frenar sus ansias de libertad y conocimiento, eso era lo que más echaba de menos, el tener tiempo libre para disfrutar de la lectura o de un rato de tranquilidad. Pero cada vez tenía más trabajo y aunque contrataba cada cierto tiempo nuevos ayudantes, nunca eran suficientes, eso sin contar las múltiples bajas que sufrían sus filas cada día, la mayoría de las veces caían en duros combates en los que se enfrentaban a los enemigos, que nunca se rendían por muy en contra que se les pusiera la batalla.
El tampoco se rendía nunca, no le estaba permitido, toda cara debe tener su cruz. El blanco no parecería tan blanco si no existiese el negro.
En algunos momentos había deserciones. Los arrepentidos, que esperaban ser perdonados por sus actos, no le sorprendía, con tantos años de experiencia en cuanto miraba a los reclutas nuevos y leía lo que encerraban sus pequeños y miserables corazones sabía el tiempo con el que podría contar con ellos antes de la traición.
A estos siempre les reservaba las misiones más desagradables, las más repugnantes y ruines, así cuando alcanzaban el perdón que tanto ansiaban, su propia conciencia no les dejaría tranquilos.
La misma conciencia que les hacía volver al redil antes o después, más embrutecidos y mezquinos que nunca.
Desde ese momento, desde ese regreso al dulce hogar, ya no había marcha atrás, se convertían en los guerreros más desalmados, creando tal horror entre el enemigo que incluso a él le escandalizaban un poco, solo un poco. Se escandalizaba de placer, hacía que saliese del aburrimiento que desde hacía mucho tiempo no lo abandonaba, como un viejo amigo con el que siempre podías contar.
Cuando comenzó sólo hacía el trabajo como algo impuesto, lo hacía rápido y despiadadamente, pero pronto ideó estrategias para hacerlo más llevadero, convencía al más inocente, a ese del que nadie sospechaba, para que lo hiciese por él. Y como disfrutaba cuando detenían al culpable, observaba desde su posición inalcanzable las caras horrorizadas de los familiares, de los amigos que no se explicaban como había podido hacer algo así.
Como se reía cuando finalmente algún conocido decía que era de esperar, que él siempre había sospechado algo, porque no se podía ser tan paciente, ni tan amable.
Ah, la naturaleza humana tan ruin y envidiosa, como amaba esas pequeñas almas imperfectas tan decadentes.
Pero también esos juegos dejaron de entretenerlo.
Quería retirarse, pero no era la suya una labor que pudiese dejar en manos de cualquiera, además él no podía escabullirse como si allí no hubiese pasado nada, a veces pensaba qué haría si se decidiese a escapar, llevaba tanto tiempo ideando, maquinando que ya no sabía hacer otra cosa.
Los jefes de sección se fueron aproximando para reportar el estado de las diferentes batallas que se libraban por todo el mundo, nunca se terminaba por vencer, pero tampoco por ser vencido.
Contaba con grandes estrategas en sus líneas, pero no era suficiente, los otros también las tenían, en cuanto a armas, ambos bandos estaban muy igualados, la única ventaja con la que él contaba era con la corrupción humana, todo tenía un precio, todo y todos, lo único que a veces salvaba al elegido es que la relación calidad- precio no eran equiparables, a esos los dejaba tranquilos, que ingresasen en el ejército de los otros, cuando llegase el momento ya les daría su merecido.
El último en llegar era uno de los arrepentidos, el más cruel, sus narraciones siempre estaban llenas de violencia y sangre, hasta el resto de los oficiales, incluso los más antiguos se apartaban a su paso, en su vida anterior a la incorporación había sido un reprimido, reprimido ante sí mismo, siempre justificaba sus acciones achacándolas a las circunstancias, a las influencias de los que le rodeaban, se creía una víctima cuando era él el agresor, él que en su interior rezumaba odio contra todo y todos.
Cuando llegó no sabía que hacía allí, miraba a los otros con desprecio, sintiéndose superior, como si aquel no fuese su lugar, pero ahora que se había conocido y aceptado, era glorioso verle combatir, devastando todo lo que encontraba a su paso, aldeas, ciudades, pueblos, acababa con ancianos, mujeres, niños, no le importaba nada, ni edades, ni sexos, ni razas, todo cuanto se cruzaba en su camino acababa destrozado, todo saltaba por los aires bajo sus pies, nada podía resistir el filo de su espada.
Los sitios por lo que pasaba tardaban siglos en recuperar el ritmo de vida normal, incluso después, siempre surgía la semilla de lo que él había sembrado, algún acontecimiento bárbaro y sin sentido hacía recordar que ese era un lugar maldito.
Después de despachar a todos sus ayudantes, se retiró para planificar los siguientes choques, tenía algo en mente que podría ser divertido, algo con lo que estar entretenido durante un tiempo, si se hiciese creer a los neutrales, a los que todavía no pertenecían a ningún bando que a quien realmente pertenecían era a él, que era con él con quien realmente estaban conectados, que era él la victima y no el verdugo.
La duda es la mejor de las armas
Esa noche millones de personas en todo el mundo soñaron que caían, no había nada a lo que agarrarse, de una patada los habían expulsado y caían y caían sin llegar nunca al fondo del pozo, no había lugar para el perdón, nunca volverían a casa, se sentían solos y abandonados.
En la caída el miedo fue dando paso a la rabia y la rabia hizo que dejasen de caer y se elevasen, podían volar, volaban sobre los edificios, sobre las montañas, pero cuando intentaron elevarse más, algo se lo impedía, por más que lo intentaban no conseguían alcanzar lo que ellos consideraban su hogar, entonces lloraron, suplicaron, rezaron pero no sirvió de nada, sólo les quedaba usar la fuerza allí donde lo demás era inútil.
Por la mañana al levantarse, no recordaban muy bien lo que habían soñado, pero la semilla ya había sido plantada.

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