viernes, 23 de julio de 2010

Baco


La gran puerta de roble oscurecida por el tiempo se deslizó suavemente al ser empujada, esperaba un chirrido, un lamento de la madera pero sólo escuché el sonido del aire al atravesar el umbral.
El interior oscuro tampoco tenía nada de inquietante, un poco de polvo lo cubría todo pero nada que pudiese explicar el nerviosismo de los antiguos inquilinos. Las personas aprensivas no deberían ver nunca películas de terror, después en cuanto ven un antiguo caserón oscuro y un poco destartalado les da por pensar en Norman Bates, en cualquier caso mejor para mí, estaban tan deseosos de vender que me lo habían dejado por un precio irrisorio, si casi me dieron dinero para que me lo quedase.
Me paseé lentamente por todas las estancias, necesitaban unos cuantos arreglos pero la estructura estaba en un perfecto estado, las cañerías también parecían funcionar bien, pero para asegurarme llamaría el lunes a un fontanero. Descubrí que debajo de un espantoso suelo se escondía el mármol original, desde luego había hecho el negocio del siglo, sólo los muebles valían el doble de lo que yo había pagado.
El jardín ya era otra historia, se encontraba en un estado semisalvaje, la maleza y las malas hierbas lo cubrían todo, en varios puntos se adivinaban fuentes y esculturas de ninfas desnudas, los árboles frutales aunque estaban en un completo abandono eran recuperables, el aroma de la combinación de diferentes especies de flores, era un placer para el sentido del olfato. Locos sin duda debían estar, para vender esta maravilla, desde luego llevaría mucho trabajo, pero merecería la pena.
Me encontré imaginando como serían las antiguas bacanales, con ménades enloquecidas por el vino y la lujuria bailando en honor a su dios Baco, idolatrando a esa divinidad divertida y amante de las fiestas.
Me serví una copa de una botella de vino que encontré en la bodega, un Château Petrus del 45, no entiendo mucho de vinos pero me pareció que estaba bueno. Mientras seguía saboreándolo me apoye en la balaustrada y me dejé llevar soñadora por la calma del momento.
A lo lejos podía oír el sonido de lo que parecían flautas, el vino se me estaba empezando a subir a la cabeza, seguramente era la música de algún pub cercano que todavía permanecía abierto.
Hacía un poco de calor y estaba sola ¿por qué no? Dejé que los tirantes del vestido se deslizasen por mis hombros, me sentí libre sintiendo la brisa que amante acariciaba mi cuerpo. No todo él, aún llevaba un trozo de tela, con un poco de vergüenza me despoje de las braguitas de encaje.
Con la copa de vino en la mano, fui andando suavemente sobre la hierba, que llegaba casi hasta mis rodillas, hasta el centro del círculo que formaban las esculturas de las bellas ninfas, allí estaba despejado como si hubiese sido segado recientemente.
La hierba fresca me hacía cosquillas en la planta de los pies, comencé a girar siguiendo el sonido de la música, solté mi cabello, que cayó como una cascada cubriendo toda mi espalda.
Cuanto más giraba, más excitada me sentía, un vino muy potente debía ser aquél, bebí otro trago y varias gotas se deslizaron por mi barbilla, cayendo entre los pechos, siguiendo su curso por el vientre. Con los ojos cerrados y la cabeza inclinada hacia atrás pude sentir la humedad del aire que absorbía como una lengua las gotas derramadas.
Seguí bailando cada vez más frenéticamente, riendo a carcajadas, sintiendo como unos labios invisibles besaban mi piel, llevada por el frenesí deseé más, recordé el himno que mi madre me enseñó siendo yo una niña y después de tantos años lo grité a los cuatro vientos:
Escucha, bienventurado, hijo de Zeus, Baco Epilenio, de dos madres, simiente muy recordada, de muchos nombres, deidad liberadora, sagrado brote de los inmortales, de oculto nacimiento, Baco a quien le gritan evohé, bien nutrido, abundante en frutos, que incrementas el muy gozoso fruto, Leneo que haces temblar la tierra, de gran fuerza, de variada forma, que te manifiestas como un remedio aliviador de fatigas para los mortales, sagrada flor, alegría despreocupada para los mortales, que acaricias, de bella cabellera, liberador, que deliras con el tirso, Bromio, a quien le gritan evohé, benévolo para todos aquellos a quienes deseas mostrarte de entre los mortales e inmortales: ahora te invoco para que vengas dulce, portador de frutos, para tus iniciados.
Y llegó… pude sentir sus manos rechazadas hace tiempo por el miedo y la incomprensión, mi dios que nunca me abandonó a pesar de mis desprecios, de mi negación de su existencia.
Sentí de nuevo sus suaves rizos sobre mis pechos, mientras su sexo duro y vigoroso me penetraba desbordándome, rompiendo las barreras que mis prejuicios habían creado, una y otra vez. Escuchaba mis propios gritos pidiéndole que no parase, que continuase, que me violase, que desencadenase toda su fuerza dentro de mí…
¡Ah, mi dulce dios! Me penetró con violencia, durante toda la noche, cuanto más rudo era más le amaba yo, más lo deseaba, más me perdía a mí misma. Cuando el sol comenzó a asomar por el horizonte y las flautas cesaron desapareció, dejándome derrotada y abatida sobre la hierba.
Con las piernas aún temblorosas, fui hasta el cobertizo y cogí con fuerza el martillo más grande que encontré, destrocé todas las esculturas, vacié todas las botellas de vino que pude encontrar, vacié mi corazón y llamé al fontanero, dejando caer en el olvido la noche pasada.

2 comentarios:

  1. Que oda a la buena mitología, que derroche de imaginación,seria todo un detalle acudir todas juntas a esa villa de perdición báquica, lujuria y placer, pero eso sí que no acabase solo en una noche, hay que disfructar del néctar que riega las venas y aviva corazones

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  2. Botella o botellas de vino, fuera ropa y Baco no sé pero alguno caerá. Molaría, ahí en plan ménades descontroladas.

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