sábado, 24 de julio de 2010
Control descontrolado
- ¿me permite decir algo antes de tomar una decisión?
Paula mantenía la mirada baja, mientras esperaba la respuesta de su “amo”, no quería que él viese el brillo de sus ojos, sólo quería que escuchase sus palabras.
- adelante, te escucho
- confío en usted y aceptaré las consecuencias de lo que decida
La voz sonaba tranquila, sumisa, como debía ser, no parecía una amenaza pero Job miró con desconfianza a la mujer desnuda que tenía arrodillada entre sus muslos, restos de semen aún resbalaban por su barbilla, ella lo dejaba correr como la había ordenado, en ningún momento había intentado limpiarse, pero algo en la tensión de su espalda le recordó a una tigresa al acecho de su presa.
Encendió un cigarrillo, mientras recordaba como habían llegado a ese punto, al principio le pareció extraño que aceptase, pero después pensó que tal vez la había juzgado mal y desde luego estaba disfrutando del juego.
Esa tarde habían quedado en una terraza del centro, al verla llegar se le ocurrió como sería tener a una mujer con una personalidad tan fuerte completamente dominada, aunque sólo fuese durante un rato.
Uno de sus amigos no le quitaba los ojos de encima, la miraba descaradamente las tetas y la muy puta le sonreía, le sacó de quicio, no quería nada con él, pero la encantaba gustar y solía coquetear hasta que se aburría del tonto que caía en sus redes.
- si queréis os dejo solos y así estáis más cómodos – intento no sonar enfadado
- yo estoy cómoda así – los ojos verdes relampaguearon un segundo tras las gafas de sol
- pues yo no. Me voy, no me apetece seguir aquí – se levanto del asiento, dejando caer unos billetes sobre la mesa para pagar las consumiciones
- espera Job, no te vayas. Quiero estar contigo
Al preguntarla si estaba segura de eso, Paula había movido la cabeza afirmativamente y ahí decidió lanzarse a la piscina. Si quería estar con él tendría que hacer en todo momento y sin protestar todo lo que él la pidiese. Le miro primero extrañada, pero después con una sonrisa juguetona aceptó.
Sus amigos no parecían comprender a donde quería llegar y le miraron expectantes, esperando cual sería la primera petición.
- quiero que me des tus bragas ahora
- que infantil, ¿de verdad esperas qué haga esa tontería?
Él se levantó para irse, pero ella lo retuvo, cogió el bolso para ir al servicio y darle lo que le pedía, pero la ordenó que lo dejase, quería las que llevaba puestas, no las que seguramente llevaría en el bolso. Con un bufido Paula entró en el bar, antes de un minuto tenía las bragas metidas en su jarra de cerveza. Iba a tener que enseñarle un poco de modales a aquella zorra.
- Déjame verlo
Con el codo, Paula tiró su paquete de tabaco al suelo, cuando él se había agachado a recogerlo, ella abrió las piernas para que pudiese admirar la suave y lisa piel de su sexo, ni rastro de vello, tan moreno como el resto de su bronceado cuerpo. Tuvo que hacer un gran esfuerzo por no meterse allí mismo debajo de su falda y comenzar a lamerlo.
El resto de los que estaban sentados a la mesa tenían los ojos desorbitados y las pollas comenzaban a empujar contra las cremalleras, Job se despidió de ellos y ordenó a Paula que le siguiese.
- a partir de ahora, me tratarás de usted. Antes de hablar me pedirás permiso y no harás nada que yo no te diga.
Paula aceptó en silencio, le siguió hasta su apartamento varios pasos por detrás de él, esperaba que en cualquier momento se marchase pero allí seguía cuando abrió la puerta y la hizo entrar.
- Ponte de rodillas, perrita
Ni una mirada, ni una queja cuando la levantó el vestido y dejó a la vista aquel maravilloso culo, perfecto para ser penetrado, apoyó la cabeza de su miembro entre las dos nalgas, Paula se giró rápidamente.
- no pensarás hacerlo así, me harás daño
La dio tal azote, que sus dedos quedaron marcados en el resplandeciente trasero, Paula le miró con odio pero no dijo nada, miró al frente y notó como sus músculos se tensaban. Peor para ella, cuanto más tensa estuviese más le dolería.
De una potente embestida, le metió la polla entera, ni un solo grito, sólo las uñas clavadas en la alfombra, los empujones eran cada vez más intensos y profundos, pero no consiguió que emitiese ni un suspiro, debía dolerla, pero no decía nada, un hilillo de sangre resbalaba por sus nalgas pero seguía como ausente. Se corrió dentro de ella, vaciándose hasta quedar completamente satisfecho. De momento.
- Quédate como estás putita, mientras voy a lavarme
Cuando salió del baño, allí seguía, con su blanca leche resbalando y formando un pequeño charco entre sus rodillas. Verla así, tan indefensa hizo que se sintiese mal, pero cuando sus miradas se encontraron y vio el fuego de sus ojos, volvió a enfadarse con ella.
- Ven aquí de rodillas y chúpamela
Al instante, la tenía entre sus muslos, lamiendo el capullo, recorriendo con su lengua cada vena, haciendo que cada vez se hinchasen más, acariciando con suavidad sus huevos, que de nuevo comenzaban a llenarse. La observó atentamente mientras sorbía y chasqueaba la lengua sobre el frenillo, mientras se tragaba entera su erección, sin quejarse cuando él la cogió por la nuca e hizo que casi se ahogase con ella. La tiró del pelo, marcándole el ritmo que él quería, cuando de nuevo quiso correrse no permitió que se apartase, los hermosos ojos verdes le miraban llenos de lágrimas por el esfuerzo de no asfixiarse.
- ¿por qué no la pides que me la chupe a mí también? – la voz de su amigo le sobresaltó, no le había oído llegar, ni sabía cuanto tiempo llevaba allí.
Y ahí se encontraba ahora, sin saber que hacer.
Decidió tentar a la suerte, lo más seguro es que se levantase y se fuese, pero después de lo que había pasado seguro que no volvería a hablarle, así que ya no tenía nada que perder.
- Chúpasela. Con ganas que yo vea como disfrutas putita.
Los siguientes minutos fueron una jodida locura, si le hubiesen preguntado que coño había pasado no sabría que decir, casi en el mismo instante en que terminaba de dar la orden, su amigo recibía una patada en el pecho que le lanzó fuera de la habitación, un puñetazo le dejó sin respiración, el tiempo suficiente para atrancar la puerta y no permitir que invitados indeseados entrasen de nuevo.
Paula se sentó sobre mi pecho inmovilizando mis brazos, me preparé para lo peor, recibí una hostia en toda la cara que me devolvió un poco de cordura. Mierda me había pasado y ahora estaba encerrado con una mujer furiosa y que podía partirme en dos, ¿cómo me había olvidado que llevaba años practicando karate?
Si la tarde había sido extraña, lo que sucedió a continuación fue de encuentros en la tercera fase. Paula tomó mi polla, flácida por el susto y comenzó a masturbarla, cuando la tuvo como quería se penetró con ella, sus caderas se movían buscando darse el máximo placer, gemía cada vez que entraba hasta lo más profundo, y cuando comenzó a ir más rápido jadeaba como una perra en celo.
Cuando cayó agotada, la abracé con fuerza y ella me correspondió.
No hubo preguntas, ni reproches, Paula se quedó a vivir conmigo, por supuesto siguió coqueteando con todos los hombres que rondaban a su alrededor, excepto con mi amigo que jamás volvió a acercarse a ella. Pero algunos días, se dirige a mí de usted y entonces la hago pagar por todas las impertinencias diarias que me hace aguantar. Se que estoy jodido, pero mi putita confía en mí y yo debo aceptar las consecuencias de mi decisión.
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Que burrada se me han puesto hasta rojas las orejas...
ResponderEliminarja ja ja
Pues en el que estoy pensando ni te cuento ;)
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