Estaba emocionada con aquel viaje, llevaba soñando con ir a Egipto desde que tenía ocho años, cuando vi por primera vez una foto de las pirámides de El Cairo, enormes y poderosas dominando todo a su alrededor.
En el aeropuerto de Barajas daba vueltas de un lado a otro esperando la llamada a través de la megafonía para poder embarcar, cansada de hacer fotos a todo lo que se movía decidí descansar un poco, no había terminado de cerrar los ojos cuando escuché el número de mi vuelo.
En el avión fui atendida por lo que a mi me parecián los hombres más enigmáticos y seductores del mundo, para ser sincera los hombres de uniforme me provocan pensamientos deshonestos; uno de ellos con una sonrisa que dejaba ver una dentadura perfecta y unos labios jugosos y blanditos me ofreció ir a la cabina de los pilotos, allí conocí al capitán que permitió amablemente que me sentase en sus rodillas mientras me explicaba como funcionaba el aparato.
Completamente extasiada por lo bien que comenzaban aquellas vacaciones volví a mi asiento donde me esperaba el azafato con una tarjeta en la mano sobre la que estaba anotando su número de teléfono, los otros pasajeros comenzaron a cuchichear, así que el resto del trayecto permanecí sentada muy tranquilita en mi sitio.
Recogí la maleta en la terminal y seguí al guía de mostraba una pancarta con el nombre del hotel donde me alojaría los siguientes días.
En el hotel nos esperaban con una bandeja llena de karkade, que hizo despertar mi sentido del gusto, nunca había probado nada igual, ácido pero al mismo tiempo su sabor hacía que continuases bebiendo más y más, como si contuviese algún ingrediente adictivo, incluso afrodisíaco, me pareció que el camarero me miraba con una sonrisilla maliciosa.
El guía recomendó que nos fuesemos pronto a dormir porque vendrían a buscarnos muy temprano para comenzar con las visitas, alterada como estaba me resultó muy dificil dejar de beber ese néctar de los dioses y apartarme del faraón que con sus oscuros ojos me incitaba a continuar.
Nada más entrar en la habitación sonó el teléfono, era de recepción para transmitir varios mensajes que habían dejado para mí, amigos, familia; pero uno era del Omar Sharif del avión, deseando volver a verme pronto, me dormí soñando que me rodeaban sedas, velos y unos brazos fuertes y morenos que entrelazaban mi cintura, haciendo que desease indecentes caricias con las que alcanzaría placeres dignos de la diosa Hathor.
Los sueños continuaron toda la noche, haciendo que me despertase empapada, pero llena de energía y con la mejor de las disposiciones para la ajetreada mañana que me esperaba bajé a recepción donde estaba ya el grupo esperando para salir hacia mis ansiadas pirámides.
Abrumada por los múltiples sentimientos que experimenté al estar por fin delante de ellas lloré desconsolada, un camellero compadeciéndose , me ofreció dar un paseo en su animal, intenté explicarle que no lloraba por pena sino de felicidad pero envuelto en su turbante a través del que sólo se podían distinguir unos ojos negros como el averno no parecía entenderme.
No quería ofenderle así que acepté su invitación, en menos de un segundo me encontré a varios metros del suelo, sobre un animal que enérgico comenzó a correr, el camellero se había acomodado a mi espalda y me sujetaba firmemente por las caderas.
Disfrutando del paisaje, no fui consciente de que ya no se veía al grupo, nos habíamos alejado hacía las tumbas de antiguos artesanos que rodeaban las pirámides, mi enigmático acompañante preguntó si quería ver el interior de alguna de ellas, yo sabía que habitualmente estaban cerradas al público así que recibí la oferta con gran regocijo.
Entré en una de ellas, la oscuridad era total; cuando me giré para preguntar si tenía algo con lo que alumbrar, sentí unas manos grandes y fuertes en mis senos, prontó noté como era despojada de la camiseta y unos labios comenzaron a lamer con deleite mis pequeños pezones rosados que inmediatamente respondieron al estímulo.
Una mano se encajó entre mis muslos, codiciando el oscuro secreto que enterraban, unos competentes dedos encontraron enseguida lo que estaban buscando y comenzaron a estimular el clítoris haciendo que éste triplicase su tamaño en unos instantes; seguía sin ver nada, sólo escuchando la respiración del piadoso desconocido.
Sus solidas manos aprisionaron mi trasero, elevándome en el aire, con mis piernas rodeando su fibroso cuerpo y la espalda pegada a una pared de una tumba construida hacía siglos sentí como una gruesa vara llamaba a mi puerta, la dejé entrar acogiéndola como al más noble de los invitados, tras unos cuantos envites me depositó en el suelo girándome hasta darle la espalda, mientras me penetraba profundamente me acariciaba los senos y la vulva a punto ya de detonar. Cuando sintió que me tensaba extrajo su lanza del interior de mi cuerpo, para en su lugar pasar a colocar su boca, continuando con su lengua el trabajo sin finalizar.
En las tinieblas de la tumba alcance goces hasta entonces sólo soñados, de rodillas intuyendo donde tenía su armamento aquel antiguo descendiente de faraones, le chupe hasta extraer la última gota de su ser.
Cansados de visitar tumbas, sin una sola palabra, me subió de nuevo al camello y partimos en busca del resto de los turistas, que lamentaron mucho que no hubiese podido entrar con ellos a visitar el interior de la pirámide de Keops.
De nuevo en el hotel, bajo la ducha, mientras se deslizaba el agua caliente sobre mi piel,que aún guardaba el aroma del inquietante encuentro, reviví mentalmente cada momento de aquella tarde, cuando salí del baño sobre la cama había un sobre, en su interior una nota me prometía excitantes gozos si acudía esa misma tarde a Khan el Khalili.
Antes de cinco minutos ya estaba en la puerta del hotel parando un taxi, durante el camino iba mirando sin ver la vida cotidiana de aquella sugerente ciudad, los burros se mezclaban por la carretera con motocicletas destartaladas que cargaban a cuatro pasajeros, los autobuses llenos hasta reventar ni siquiera se detenían en las paradas, los viajeros se tiraban de un salto cuando llegaban a su destino, cargando fardos y paquetes, mientras los coches los esquivaban.
Khan el Khalili era como siempre me lo había imaginado, un gigantesco bazar del que te llegaban sugestivos olores de inciensos y perfumes, una multitud de colores y sonidos hacían que tus sentidos se sobrecargasen.
La nota no indicaba donde tendría lugar el encuentro así que deambule por aquel laberinto, escuchando a un arpista ciego que tocaba una antigua balada egipcia, observando como una muchacha danzaba una sensual danza del vientre; desde una tienda cercana llegó hasta mis oidos la voz de Amr Diab y me acerqué para ver si podría comprar su nuevo disco, estaba regateando cuando un niño en chilaba me cogió de la mano y comenzó a tirar de mí, a pesar de los gritos y algún intento de coscorrón por parte del dependiente, el niño no se arredró y siguió tirando de mi mano.
Curiosa por su insistencia dejé que me llevase a una tienda escondida entre dos callejones, dentro me aguardaba mi faraón, recogiendo los billetes que le tendía, el niño salió corriendo dejándonos a solas. Pasó por mi lado para cerrar la puerta, permitiendo que aspirase su aroma a musk; tomó mi mano y me llevó lentamente hasta unos cojines, observandome con aquellos ojos negros y esos labios mullidos, como podía no haberme dado cuenta en la tumba de que mi oculto admirador era mi Omar Sharif particular.
Mientras preparaba un té, aromatizándolo con canela, miraba todo mi cuerpo con lujuria, sentía mucho calor y esos ojos abrasadores me estaban excitando más que las caricias, comencé a soltarme los botones de la blusa y acariciarme los pechos suavemente, mi mano se deslizó entre mis muslos tratando de incitar a aquel dios Min, no se hizo rogar demasiado, sin quitarme las bragas comenzó a penetrarme sin introducirla por completo, el roce de la seda en mi interior hizo que gimiese de placer; recostada de lado sobre los cojines con sus ojos fijos en mis manos que continuaban dandome placer, arrodillado frente a mí me penetró una y otra vez.
Los olores de las esencias, las texturas de las telas, todo parecía acompañar mi inevitable ascensión al edén que alcancé entre efusivos jadeos varias veces aquella tarde.
Enlazada a mi obelisco cada noche de aquel viaje, conocí los mil y un placeres que no había esperado encontrar en Egipto.
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