miércoles, 24 de marzo de 2010

Tarde en el circo


Escapando un poco de la rutina en la que últimamente había caído con mi novio, decidió invitarme a pasar una tarde en el circo. De pequeña no me gustaba porque me daban miedo los payasos y me asustaba que los tigres pudiesen escapar y comerme; pero él parecía tan entusiasmado, y la opción de pasar otra tarde jugando a la oca tampoco me atraía, así que acepté.

Decidimos llevar cada uno su coche, ya que a la salida aprovecharía para dejarlo en el taller de su amigo y de paso tomarse unas copas con él.

Había una gran cola a la entrada, por todas partes se veían padres desesperados con sobreexcitados niños alrededor, pidiendo espadas luminosas, palomitas y manzanas de caramelo.

Esperamos nuestro turno para entrar, cada vez más convencida de que debería haberme quedado en casa, disfrutando de un perfumado baño relajante. Me había comprado un juguete nuevo y estaba deseando probarlo, pero como no sabía decir que no, me había visto arrastrada a aquel mare mágnum de niños gritones.

El presentador era uno de los payasos, enseguida animó al público que gritaba y aplaudía cada nueva actuación, domadores, elefantes, equilibristas, caballos, magos... se iban entremezclando, ofreciendo un espectáculo lleno de colorido.

Los payasos sacaron a la pista a varios espectadores haciendo las delicias de los que aliviados no habíamos sido elegidos, los avergonzados artistas noveles rompieron varios platos; mientras que el personal de pista recogía los pedazos, comenzaron a apagarse las luces, dejando un solitario foco que iluminaba una figura que entraba en ese momento a través del telón.

Era un hombre desnudo de cintura para arriba con un torso que dejaba ver muchas horas de trabajo, sus abdominales perfectamente dibujados hicieron que suspirase por rozar los pechos de aquél Adonis, los músculos que bajaban hasta la ingle enmarcaban un tesoro escondido por unos tejanos que se ceñían perfectamente a unos poderosos muslos.

Con varias zancadas, el ángel caído comenzó a sobrevolar nuestras cabezas, dos telas blancas enrolladas en sus bíceps le hacían parecer un dios embistiendo una tormenta; subía y bajaba a gran velocidad, haciendo equilibrios mientras desplegaba sus alas.

No recuerdo mucho más del espectáculo, en mi retina se quedó grabada la imagen de un portento de la naturaleza que se escondía en un mundo inaccesible.

Todavía trastornada por la visión, dejé que mi novio me llevase de la mano a la salida, una vez fuera me dí cuenta de que me había dejado el bolso, él se tenía que ir a dejar el coche, le aseguré que no me importaba entrar yo sola, que lo recogería y me iría derechita a casa, donde tenía la intención de estrenar bien estrenado mi reciente adquisición.

Entré de nuevo en la carpa, ya completamente vacía de espectadores; cerca de mi asiento había dos hombres hablando tranquilamente, cuando me acerqué vi que uno de ellos era mi Hércules.

Balbuceando les dije que había olvidado algo; a escasos metros tenía una belleza aún más deslumbrante, sus ojos parecían dos aguamarinas que atravesaban la carne al mirarte, unos suaves rizos enmarcaban su poderosa mandíbula, gracias a Dios se había puesto una chaqueta ocultando su pecho.

Disimulando una seguridad que no sentía, traté de alcanzar el bolso que había quedado colgando entre los dos asientos, por las prisas de salir lo antes posible de allí, tiré con demasiada fuerza, haciendo saltar todo lo que éste contenía, varias cosas cayeron debajo de las gradas, el trapecista se levantó para ayudarme a recoger, rozando mi brazo al hacerlo, aquél simple contacto hizo que mi corazón comenzase a latir enloquecido, vino conmigo debajo de la tarima para continuar recogiendo, no decía nada, sólo sonreía, cuando terminamos de guardar todo en el bolso le dí las gracias y me dirigía a la salida cuando oí una voz fuerte a mi espalda:

- te dejas esto

Me acerqué para mirar lo que era porque pensaba que ya lo tenía todo, estar a escasos centímetros de él me produjo nuevas palpitaciones, por decir algo, le dije que me había encantado su número, que tenía que ser fantástico poder volar de aquella manera, para mi sorpresa me dijo que si quería probar, viendo mi cara de horror me prometió poner la red y atarme con un arnés de seguridad.

Me senté sobre un columpio y el comenzó a tirar de una cuerda para elevarme, cuando estaba a cierta altura comencé a balancearme, primero lentamente para ir elevando poco a poco la velocidad, sabía que desde abajo el podía ver perfectamente mi diminuto tanga, y eso hacía que me encendiese más.

Pasé unos minutos hacía adelante, hacía detras, adelante, detrás, cerré los ojos para disfrutar más esa sensación de libertad, cuando volví a abrirlos, él había subido hasta el trapecio y me sentaba sobre sus muslos con las piernas abiertas, tomándome de las muñecas me dijo que me dejase caer, me relajé por completo, sintiendo como me penetraba amoldando su ritmo al balanceo del trapecio, había dejado su chaqueta abajo y entre mis semicerrados ojos podía observar su vigoroso busto por el que descendían gruesas gotas de sudor, continuamos así un largo rato, hasta que tiró de mí y me colocó sentada sobre él, siendo yo ahora la que imponía el ritmo con nuevas oscilaciones adelante y atrás.

Necesitaba un terreno firme para poder saborear completamente aquél semental así que le pedí que bajásemos, casi sin dejar que mis pies pisasen la arena me elevó en el aire y me llevó hasta una autocaravana aparcada cerca.

Una vez dentro, le pedí que me dejase contemplarle, lentamente fue girando, como había imaginado un poderoso culo colmaba los vaqueros, me acerqué para desabrochar los pantalones y admirar aquella obra de arte, mordí aquellos duros músculos mientras que con la mano le acariciaba los testículos, en todo momento él se dejo hacer sin emitir ni una sola queja, cuando decidí pasar a la parte delantera estaba ya completamente empalmado, su estaca igualaba el resto de su anatomía, era tan gruesa que tuve que chuparla lentamente, introduciéndola poco a poco, fui lamiendo, chupando, besando, succionando, hasta que noté que iba a correrse, entonces me retiré para ver caer aquél manantial de leche sobre mis pechos que esperaban ansiosos.Un arroyo caliente se deslizó entre ellos, una vez extraida hasta la última gota, se agachó para besarme ferozmente, sus dientes rasgaron la piel de mi boca, mientras sus manos buscaban mis labios que esperaban desesperados esa caricia; me restregué anhelante contra sus dedos que serviciales respondían a mi llamada, permaneció allí unos instantes para después agacharse y comenzar a chupar la cara interna de mis muslos, mi vientre, mis senos, de vez en cuando se paraba cerca de la vagina, pero sólo para quedarse unos segundos y seguir lamiendo otras zonas de mi cuerpo, me estaba volviendo loca, haciendo que lo desease cada vez más, cuando por fin me tumbo y ocultó su rostro en mi entrepierna sentí como rezumaba, una lengua ardiente exploraba codiciosa mi exuberante intimidad, me dejé ir gimiendo de satisfacción.

Pasó después a besarme de nuevo pausadamente en la boca, acariciando con su lengua mis labios, sorbiéndolos entre los suyos, mientras que nuestras manos sobaban los cuerpos desnudos y sudorosos, apreté aquél pecho que deseé, nada más verlo salir a la pista, sintiendo su dureza; su pene ya estaba preparado de nuevo para una nueva contienda. Elevé mis piernas para que él me clavase de nuevo su miembro sólido como el granito, con los pies en sus hombros, sintiendo sus testículos golpear mis nalgas, y su mirada fija en mis labios entreabiertos alcanzamos juntos la cima del placer.

Mientras me ayudaba a ponerme el vestido, tendió hacia mí, entradas para todas las funciones que darían esa semana.
De camino hacia el coche pensé que definitivamente el nuevo aparato tendría que esperar.

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