viernes, 21 de mayo de 2010

El niño perdido


Aprovechando un día de sol y calor decidí ir a dar un paseo por el parque.
Parece que todo el mundo ha tenido la misma idea, los bancos están llenos de personas mayores y los toboganes a rebosar de niños que encuentran mil formas diferentes de lanzarse con peligro de quedar tetrapléjicos, mientras que sus madres preocupadas les amenazan con volver a casa si no dejan de hacer el burro, los padres les animan a intentarlo lanzando una patada a lo Bruce Lee.
A lo lejos se oye el sonido de unos tambores. Me tumbo bajo la sombra de un árbol y me dejo llevar por el ritmo duro y preciso, a veces roto por unos cuantos golpes que rompen la monotonía.
Las nubes se mueven de un lado a otro despacio, arrastradas por corrientes de aire que deshacen sus formas hasta convertirlas en dragones o ciervos a la carrera.
Intento evadirme de los gritos que llegan desde la pista de baloncesto y cierro los ojos pensando en como será cuando por fin nos reencontremos, llevamos ya varios meses hablando por teléfono y mandando mensajes cada vez más subidos de tono, aguantando las ganas de hacer una escapadita para vernos. Pero ese fue el acuerdo, un tiempo para reflexionar cada uno sobre lo que quería, al principio me pareció bien pero con el tiempo cada vez se va haciendo más difícil.
Empiezo a sentirme incomoda, como si estuviese siendo observada, cuando abro los ojos veo a un niño de unos seis años, mirándome fijamente, observo a mi alrededor buscando a sus padres, le pregunto por ellos y me dice que se ha perdido.
- no me jodas, con la cantidad de gente que hay por el parque y me tiene que tocar a mí – pienso
Al menos no está histérico, llorando desconsolado. Recojo mi bolso y me levanto, con el niño de la mano comienzo a preguntar a las personas cercanas por si alguien ha visto a los padres del niño, pero nadie sabe nada.
Cuando saco el móvil para llamar a la policía, me da un papel con un número de teléfono y me dice que es el de su padre. Jodido niño, ya me lo podía haber dado antes.
Da varios tonos antes de que descuelguen, se oye muy mal y no estoy segura de si me ha entendido bien, debe pensar que soy una criada porque me pide, más bien me ordena que lleve al niño a una dirección.
Antes de mandarle a tomar por culo, la comunicación se corta. Intento llamar de nuevo pero el móvil está apagado o fuera de cobertura.
No está muy lejos, así que decido llevar al enano a su casa, si no hay nadie se lo dejo a alguna vecina y me vuelvo al parque a seguir tirada sobre la hierba.
Esto ya está fuera de lo normal, cuando llegamos, hay una nota en la puerta, indicando donde puedo encontrar las llaves y pidiéndome que le dé la merienda.
Ya me está pareciendo todo muy extraño, llamo a éste para contarle lo que me pasa y aunque no me tranquiliza su respuesta, me dice que no deje sólo a un niño tan pequeño.
Busco por la nevera casi vacía y le pongo un vaso de leche con unas galletas revenidas que encuentro en uno de los armarios, la tele no funciona así que me va a tocar jugar con él, mientras que no diga nada me voy a hacer la tonta.
El niño se sienta en la esquina del sofá, no ha dejado de mirarme en todo momento, hay algo en su mirada que no me gusta, me hace sentir incomoda, si no fuese tan pequeño pensaría que sus intenciones no son buenas.
Pasamos así un buen rato, sin hablar, sin hacer nada, cuando se levanta me sobresalto, ya me había olvidado casi de que estaba allí, se dirige hacia una esquina del salón y comienza a tocar el piano.
Es una música muy triste, tétrica más bien, me da un poco de miedo, las notas se van alargando y comienzo a sentir sueño, me levanto para no dormirme, esto no me gusta nada, este niño es muy raro y sus padres no aparecen.
Me paseo por el salón, mirando los muebles, todo está muy limpio, es como si no viviese nadie allí. En una esquina me parece distinguir una mancha, parece una gota de sangre seca, cuando me voy a acercar para ver mejor, el niño me coge de la mano y me dice que si quiero ver su habitación.
Tiene la mano helada, es posible que esté enfermo.
Me suelto con delicadeza, en mi cabeza se ha encendido el piloto rojo, el que me avisa cuando algo va mal, a veces falla, pero en este caso creo que voy a hacerle caso.
No soy tan desalmada así que llamo a una amiga que vive cerca y que a veces cuida niños y la pido que venga, la pagaré yo las horas pero necesito salir de la casa cuanto antes.
En diez minutos llama al timbre, el niño parece enfadado cuando la ve aparecer pero me da igual, no tengo ningún compromiso y ya he hecho suficiente.
Me voy con un poco de remordimiento pero ya no podía respirar. Es demasiado tarde para regresar al parque y vuelvo a casa, llamo a mi amiga para ver que tal va todo pero no coge el teléfono. Lo sigo intentando de vez en cuando, han pasado varias horas y no da señales de vida.
Debo de ser idiota, es viernes por la noche, habrá salido de copas y no oye el teléfono, pero sé que hay algo que no marcha bien. Recorro la calles que me separan de la casa del niño con el corazón en un puño, los últimos metros los hago corriendo.
Cuando llego a la casa la puerta está entreabierta, no se oye nada, golpeo con los nudillos pero nadie viene, cuando estoy apunto de entrar, suena el teléfono.
Me echaba de menos y quería saber en que había quedado lo del niño perdido, hay muy poca cobertura y bajo a la calle para escucharle mejor. No aguantaba más y está en el piso donde me espera con los brazos abiertos.
Echo un último vistazo a la escalera, me habré puesto nerviosa a lo tonto, me olvido del niño, de su extraño padre y de mi amiga y vuelvo corriendo a casa.
Esa noche descubro lo buenas que son las separaciones de vez en cuando, pasamos toda la noche despiertos redescubriendo nuestros cuerpos.
Cuando me levanto por la mañana, ya tiene preparado el desayuno y ha bajado a comprar el periódico, antes de dar el primer sorbo, mis ojos se fijan en la noticia que viene en portada:
“ Mujer de veinticinco años es encontrada muerta en circunstancias sospechosas. Su cuerpo tiene múltiples mordeduras como si hubiese sido atacada por una jauría de perros”
El café se derrama por la mesa, en la foto que acompaña al artículo reconozco perfectamente a mi amiga.

3 comentarios:

  1. Yo también tengo un piloto rojo, lo noto en la boca del estómago cuando algo va a ir mal. Creo que los que leamos éste relato no acompañaremos nunca a un niño perdido a su casa. Escalofriante.

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  2. Como te molan los temas de vampiros

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  3. Pensaba más bien en canibalismo,de ahí lo de la jauría de perros, indicando que algún trozillo faltaba, ha sido por no ponerme demasiado desagradable, la próxima vez concretaré. Pero bueno todo es cuestión de perspectiva,también podrían ser vampiros.

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