jueves, 12 de agosto de 2010

El abuelo


El cielo comenzaba a atiborrarse de nubes blanquecinas, formando un rebaño de ovejas que se iba juntando lentamente hasta formar una sola.
- se está aborregando el asunto
- ¿Eh?
Para que habría preguntado, ahora tendría que aguantar la cháchara del abuelete durante un buen rato. Cada tarde de camino a casa, lo veía en el parque echando de comer a los pájaros, nunca había hablado con él, más allá de las buenas tardes, pero ya era como un viejo conocido, con su boina negra y la anticuada chaquetilla de lana con sus coderas de pana.
Podía haber seguido andando, pero le dio pena verle siempre tan solo y se sentó a su lado en el banco. Los pájaros volaron ante su presencia, pero enseguida volvieron, atraídos por las migas de pan que iba despedazando poco a poco el anciano.
- digo que el cielo se está llenando de nubes, pero de momento no parece que vaya a llover.
- Oh, si, si…no, no parece que vaya a llover
Esperó en silencio, seguramente le comenzaría contar cosas de su pueblo o de cómo eran los tiempos antes y de cómo han cambiado las cosas, pero no parecía que tuviese muchas ganas de hablar.
Se estaba quedando medio dormida, con los rayos del sol que se colaban entre las ramas de los árboles, cuando la bolsa de pan se agitó ante sus narices.
- ¿Quiere darle de comer a los pájaros, es que yo me tengo que ir?
- Bueno…pues, no sé. La verdad es que tengo cosas que hacer
- Claro, claro, vaya a hacer sus cosas.
La voz del anciano le sonó tan triste, que en un impulso tomó la bolsa que la ofrecía y se comprometió a echar hasta la última miguita. Antes de irse con su andar acompasado, le dio las instrucciones sobre el tamaño adecuado de los trozos de pan y la aconsejó que no lo echase todo de una vez que se tomase su tiempo para poder alimentar bien a todas las aves que se la acercasen.
Cuando se quedó sola, se sintió un poco ridícula, como si la hubiesen tomado el pelo, pero bueno porque no iba a poder tomarse una tarde para ella sola, para no hacer nada más que alimentar pajaritos.
Comenzó a hacer los trocitos como le había enseñado el anciano, enseguida estuvo rodeada de gorriones y palomas, se sentía un poco como una princesa de cuento de hadas que se pone a cantar y los animalitos corren a escucharla.
Una princesa sin príncipe y sin ni siquiera mendigo, una vez más con su querer controlarlo todo y sus obsesiones lo había echado todo a perder, no podía culparle, había tenido muchísima paciencia aguantando todas las locuras que se le habían pasado por la cabeza, pero todo se había convertido en un bucle infinito de peleas que nunca acababan, una lucha por el dominio nunca establecido.
Una paloma comenzó a picotearle el dedo gordo del pie.
- eh, tú, eso no es comida – levantó el pie bruscamente asustando a la atacante y a todos sus compañeros.
- ¿Ahora te dedicas a alimentar a las palomas? Pensaba que las odiabas.
Mierda, no podía haber pasado por el parque cualquier otro día, tenía que ser justo aquel, en el que parecía una vieja amargada, derrotada, solo faltaba que asomase la cabeza de un gato por su bolso.
- Le estoy haciendo un favor a un amigo
- ¿A quien? ¿Al pájaro loco?
- Supongo que ibas hacia el piso para recoger tus cosas. Toma las llaves, no hace falta que te entretengas hablando conmigo, no hay mucho más que podamos decir.
- ¿Me das un trozo de pan?
Le miré pensando que sería alguna broma tonta de las suyas, pero permanecía serio. Le di el trozo más grande, una tontería pero quería estar con él el mayor tiempo posible, y le expliqué el tamaño que debían tener las migas, si eran muy grandes los pájaros podrían ahogarse, al menos eso había dicho el anciano.
- ¿Sabes que fue lo primero que me gustó de ti? – su voz la recordó a los primeros días, cuando sólo reían y no habían comenzado las peleas.
- No creo que sirva de nada recordar esas cosas ahora
- Siempre ofreces tu ayuda, sin pensártelo dos veces. Sin esperar nada a cambio y aunque sea un desconocido.
- Bueno y ¿por qué no iba a hacerlo? Si puedo ayudar y no me cuesta nada, no entiendo porque no iba a ofrecerla
Ya íbamos a empezar otra vez, veíamos el mundo de una forma tan distinta que era imposible que nos pusiéramos nunca de acuerdo en nada, ni siquiera en lo bueno.
- A eso me refiero, a que no lo entiendes, no puedes comprender que alguien no lo haga.
- Bueno entiendo que no todo el mundo sea igual que yo, ni actúe como yo lo hago…
- Pero no te parece bien
- Como ya te he dicho, no creo que sirva de nada hablar sobre como soy o dejo de ser.
Continuaron en silencio, cortando los trocitos, cada vez más diminutos para alargar el tiempo juntos, no necesitaban hablar de nada porque a pesar de las diferencias siempre sabían lo que estaba pensando el otro. Sólo quedaba un cuscurro pequeño de pan, se sonrieron con tristeza, ya no tenían motivos para permanecer allí sentados.
A lo lejos vio la inconfundible boina, se aproximaba lentamente a ellos, Martina le sonrió y le mostró la bolsa vacía, el anciano asintió con la cabeza muy satisfecho.
- Gracias por cuidar de mis amiguitos, la verdad es que me preguntaba si podría seguir viniendo a alimentarles, es que mi hijo quiere que nos vayamos de vacaciones, pero si no encuentro a alguien que los cuide no iré.
Gabriel se adelantó a tomar la palabra, dejando a Martina con la boca abierta.
- Estaremos encantados de cuidarlos hasta que vuelva
Vaya eso si que era toda una sorpresa, Gabriel nunca hacía planes hasta cinco minutos antes, por si le apetecía hacer cualquier otra cosa y ahora se comprometía a cuidar de unos pájaros callejeros todas las tardes…vivir para ver
Se despidieron del anciano, que se alejó muy contento por el camino contrario, mientras le guiñaba un ojo a Martina con una pícara sonrisa, que le hizo parecer mucho más joven.
No, no podía ser, casualidades de la vida. Gabriel la había enseñado que las casualidades existen sin más, sin tener que buscar en ellas señales que encaminen tu futuro.
- ¿Se lo has dicho para tranquilizarle, no?
- Se lo he dicho porque me apetece hacerlo, porque quiero venir todas las tardes contigo a dar de comer a los pájaros y escuchar tu voz o tus silencios, lo que tú prefieras.
- ¿Por qué has cruzado por el parque Gabriel? Nunca lo atraviesas
- Había un follón en la calle montado, con ambulancias y todo y no se podía pasar. Por lo visto a un anciano le ha dado un golpe de calor, nada grave por lo visto.
Jajajajaja, desde luego no existían las casualidades, esto era causa efecto, pero ¿por qué? ¿Qué interés podía tener un desconocido en que estuviésemos juntos?
- Déjalo estar por una vez, hay cosas que se escapan a nuestro control y es mejor así ¿no te parece?
- Lo dejaré estar
Martina apoyó la cabeza sobre el hombro de Gabriel, ¿qué más daba el por qué? Tenían una segunda oportunidad .

1 comentario:

  1. Una fábula muy bonita,brindo por las segundas oportunidades solo a los que se las merecen.

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