jueves, 13 de mayo de 2010

La peineta


La casa se hallaba en silencio, con la excepción del rasgueo de las cuerdas de un arpa que provenían de alguna de las habitaciones del piso superior. El esforzado compositor no parecía hallar la nota adecuada y la canción sonaba discorde, pero a pesar de eso dejaba traslucir una terrible tristeza.
La muchacha de pelo oscuro imaginó a su hermano sentado en la ventana de su cuarto, con la mirada perdida en el exterior, mientras de modo inconsciente pasaba una y otra vez las manos temblorosas por el instrumento que su padre le había regalado al cumplir los dieciséis años.
Así era la tradición su padre la recibió del abuelo Cosme y éste de su padre, así hasta remontarse a un antepasado trovador que tocaba el arpa en alguna corte europea en el medioevo.
La biblioteca de la enorme y ancestral casa estaba repleta de objetos tan antiguos como aquella arpa, cuando eran pequeños los dos hermanos ideaban formas de entrar en la habitación prohibida.
Qué ingenuos al pensar que sus padres estaban protegiendo los objetos de sus descuidadas manos infantiles. Cuanta envidia sintió cuando su severo padre decidió compartir con su hermano el secreto de la sala dejándola a ella al margen, ya no contaría con la solidaridad de su compañero de juegos.
Él había pasado a ser una persona madura y responsable al que otros adultos hacían participe de sus confidencias, mientras que ella seguía siendo la misma niña ruidosa e incontrolable.
Con un suspiro de melancolía colocó la peineta en el cofre, cerró este con mucho cuidado, se aseguró de dar las vueltas necesarias a la llave, hasta oír el mecanismo que indicaba que la caja estaba sellada. Se guardó la llave en el bolsillo del pantalón y tras asegurarse de conectar el sofisticado sistema de seguridad de la sala, subió a ver si su hermano necesitaba algo.
Como había supuesto su hermano estaba sentado en la ventana, allí pasaba día y noche, sin apenas dormir ni comer, sólo tocando la maldita arpa, como si ésta estuviese hechizada y lo mantuviese encadenado en aquel lugar.
La joven se acercó lentamente para no asustarlo, acarició el cabello tan oscuro como el de ella, los rizos caían en cascada sobre el adorado rostro y pensó distraída que debería recortárselo un poco.
- ¿Tienes hambre? Voy a subirte algo, comes muy poco últimamente y no quiero que caigas enfermo.
El vehemente músico elevó la vista hacia la figura que le hablaba, no sabía a quien pertenecía la dulce voz, ni entendía el significado de las palabras pero en lo más profundo de su razón comprendía que la hermosa dama de blanco sólo velaba por su bien.
Con el corazón roto, al saberse desconocida por aquel al que más amaba, la muchacha salió del cuarto seguida por la desgarradora melodía.
Si no hubiese sido por su insaciable curiosidad, sus padres aún seguirían vivos y su hermano estaría tirándole de las coletas, haciéndola rabiar.
Mientras le preparaba la cena a su hermano, recordó lo sucedido hacía sólo unas semanas, aunque para ella era como si hubiesen pasado largos y penosos años.
Sus padres habían salido a una de sus capturas, así es como siempre se referían cuando salían de la casa y volvían con otro cachivache aún más viejo y deteriorado que los anteriores, dejando a su hermano al cuidado de la casa, nadie ajeno a la familia podía entrar.
Su madre se había despedido de ella con un beso e insinuando que si no obedecía las normas sería castigada dilatadamente en el tiempo, su padre apenas la miró al salir y como hacía en los últimos meses no la dirigió la palabra. Si hubiesen confiado en ella y la hubiesen explicado sus temores, tal vez ahora estarían todos juntos.
Una larga e inarmónica nota desgarró el aire. Cada día que pasaba su hermano estaba peor y aunque sabía lo que tenía que hacer, era demasiado egoísta para sacrificarse.
En cuanto sus padres salieron por la puerta, comenzó con la cantinela de siempre de intentar convencer a su hermano que la dejase echar un vistazo a la sala prohibida y como siempre su hermano se negaba tajantemente. Como había previsto, cansado de sus ruegos se había ido a encerrar en su cuarto, dejando el camino libre para lo que la chica llevaba tiempo preparando, había tenido que esperar meses ya que sus padres últimamente no salían juntos de casa, siempre se quedaba uno de los dos para vigilar lo que hacía.
Tres meses antes había tenido un golpe suerte, un día que bajaba por las escaleras, observó como su hermano introducía la clave para entrar en la biblioteca, como llevaba los cascos puestos no la había oído llegar, mientras memorizaba los números subió cuidadosamente al piso superior para no ser descubierta.
Un escalofrío recorrió su espalda cuando marcó los dígitos, miró hacia la escalera por si su hermano había oído la puerta al abrirse, pero no vio a nadie, sólo quería echar un vistazo rápido y averiguar que era lo que ocultaban con tanto celo.
La biblioteca estaba a oscuras, el único rayo de luz provenía de la puerta entreabierta por la que la joven asomaba la cabeza, empujó un poco más y dio un paso dentro de la misteriosa sala, se distinguían objetos apilados ocupando todo el espacio. En una esquina advirtió algo que brillaba y se acercó para observarlo más de cerca, con cuidado de no tropezar, no debía tocar nada o si no su padre lo notaría.
El brillo provenía de un cofre a medio cerrar, con un dedo elevó la tapa para ver que era lo que producía el resplandor, en el interior podía verse una peineta que irradiaba una pálida luz azul, después de pensarlo durante unos segundos, tomó el objeto entre sus manos, en cuanto la tocó, la luz se volvió de un azul más intenso, la giró varias veces entre sus dedos tratando de encontrar el mecanismo que hacía que brillase de ese modo pero sólo era una peineta antigua.
Sin ser consciente de lo que hacía, como siguiendo el canto de las sirenas, elevó despacio la peineta hasta colocarla sobre su cabeza, lo siguiente que recordaba era la voz de su padre gritando que se la quitase, corriendo hacia ella con las manos extendidas y su madre paralizada en la puerta con una mirada de terror en sus hermosos ojos verdes.
Sintió como la potente luz azul golpeaba a su padre reduciéndolo a cenizas y después se dirigía hacia su madre, que se había girado intentando huir, sacudiéndola por la espalda y convirtiéndola también en polvo.
La luz continuó su camino por las escaleras y a continuación se escuchó un grito espeluznante, la muchacha sin comprender aún lo que había sucedido, se arrancó la peineta de la cabeza y subió corriendo a la habitación de su hermano, estremecida por lo que esperaba encontrar cuando abriese la puerta.
Estaba tirado en el suelo, inconsciente. Los médicos que le trataron no encontraron nada físico que explicase el desmayo y mucho menos pudieron explicar su autista comportamiento posterior.
En los días que siguieron, la muchacha entró muchas veces en la biblioteca tratando de hallar la solución para lo que había desencadenado, encontró un diario donde su padre había ido anotando los objetos capturados, para que su hermano recuperase el juicio la peineta debía ser destruida, pero la persona que lo hiciese también quedaría calcinada junto con la pieza.
Cada día entraba en la biblioteca y tomaba la peineta entre sus manos como el primer día que la vio, cada día veía a su hermano consumirse más y más y como cada día volvía a colocar el extraño objeto en su cofre encerrándolo bajo llave.
Una nota discordante sonó, suspendida unos segundos en el aire para después evaporarse.

2 comentarios:

  1. Que bonito y a la vez que terrible relato,pero me he quedado con ganas de saber más,podías ampliarlo.

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  2. ¿Qué te crees que esto es una telenovela? jajajaja Ya veremos, pero considero que el relato termina donde debe, que cada uno piense lo que haría en el caso de encontrarse en esa situación y ahí tendrá la respuesta a sus ansias de conocimiento.

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