viernes, 30 de julio de 2010

Compases de pasión


Tras varios días de lluvia y frío, agradecí el respiro que el tiempo ofrecía, salí a dar un paseo por El Retiro para respirar aire puro y dejar que el sol me calentase. No hay nada mejor que notar como todos tus miembros son acariciados por los rayos, como van cobrando vida propia, mientras que tu mente se cierra a todo lo que no sea sentir ese placer.
Caminar por la rosaleda, ver gente, escuchar el sonido de los tambores…Siempre los escucho de lejos, hoy he decidido acercarme para ver quienes son los que producen ese tam tam ininterrumpido.
Hay varios chicos tocando bongos, darbukas… concentrados en su música. Me siento cerca para observarlos, es un golpeteo rítmico que va haciendo que los latidos de mi corazón se unan a él.
Parecen muy felices simplemente por estar haciendo lo que hacen, un momento único en el que la vida queda suspendida en las notas que se elevan en el aire y son arrastradas para no volver.
Entre todos los que tocan, hay uno que llama mi atención, tiene la mirada perdida en el horizonte, como si su mente estuviese muy lejos de allí y sus manos llevasen el control de sus actos, inconscientes del resto del cuerpo.
Con un parpadeo regresa con los demás, puedo ver sus ojos negros que durante una fracción de segundo me miran sin verme, no tiene nada especial, pero sus ojos hacen que le mire una y otra vez, son como dos pozos que avisan del peligro de caer en ellos.
Miro sus manos que golpean una y otra vez el instrumento que sujeta entre sus muslos, lo toca con las palmas, con los dedos, a veces fuerte, provocando sonidos graves que aceleran aún más mi corazón, a veces suave, como si sólo lo acariciase.
Me pregunto cómo será notar esas manos tocando mi cuerpo, ¿Será capaz de arrancar algún sonido de él? Tengo que dejar de pensar en esas cosas.
El músico me mira de nuevo, deteniéndose esta vez varios segundos, ¿habrá notado algo? Siento como me voy poniendo roja, soy incapaz de aguantar su mirada y bajo la vista al césped, respiro profundamente, es una tontería, estoy sentada frente a él, es normal que mire.
Cuando recupero mi color natural de piel, elevo la vista despacio y ahí están de nuevo, como dos cuchillos que me atraviesan, un golpe seco en el instrumento hace que mis hombros se muevan de forma involuntaria, él sonríe a medias, por el efecto conseguido.
Que estupidez, será niñato, ni siquiera debería ponerme nerviosa, trago saliva y le devuelvo la sonrisa, como si no tuviese ninguna importancia, bueno es bastante normal que me haya asustado, un golpe así… de repente.
Comienza de nuevo a tocar, cierro los ojos un momento, puedo distinguir perfectamente su sonido del de los otros, es más vibrante, más poderoso, penetra en mi cabeza desplazándose por todo mi cuerpo, uniéndose a él, atrapándolo.
Se que no debo, pero lo hago, abro los ojos y le miro fijamente, nuestras miradas se enredan, no permitiendo que se suelten, creando una línea irrompible. El sonido que produce ahora es más suave, más agudo, voy soltando lentamente el aire que penetra en mi pecho, mientras él se muerde el labio inferior. Mi cuerpo empieza a despertarse, mis muslos se frotan uno contra otro bajo el vestido, haciendo que mí entrepierna se humedezca, gotas de sudor comienzan a recorrer mi espalda que se tensa con cada nueva nota arrancada, mi respiración se vuelve más agitada, con los golpes cada vez más rápidos, más graves.
Veo sus dientes asomar entre sus labios, casi puedo sentir su aliento sobre mi cuello, sus manos sobre mis pechos cada vez más duros e hinchados. Me tumbo sobre la hierba, manteniendo todavía su mirada que hace que el calor se extienda desde el punto medio de mi cuerpo hasta los extremos.
El golpeteo continua, ahora intercalando lo brusco con lo suave, manteniéndome en la fina línea que separa el placer del clímax.
El cuerpo de él también está tenso, puedo verlo en la rigidez de su espalda, en la presión que ejercen los muslos contra la darbuka, su pecho se eleva cada vez más rápido.
Varios golpes rápidos, secos me hacen soltar un gemido, un dios mío se escapa entre mis labios, mientras siento como una corriente sube y baja por mi cuerpo, su cara también se contrae, mientras una gota de sudor se desliza por su sien derecha.
Cierro los ojos, y continuo escuchando el sonido de los tambores, estoy tan relajada que me siento flotar. El calor de un cuerpo próximo no consigue sacarme de mi ensoñación, no necesito abrir los ojos para saber que es él, el aroma que lo envuelve, su energía, es como su sonido.
El contacto directo de su piel sobre la mía me hace gemir, giro la cabeza, temiendo y deseando encontrarme de nuevo con él.
Se que estoy perdida y no me importa cuando siento sobre mi pecho su cabeza, él ha encontrado el sonido que tanto tiempo llevaba buscando y yo el músico que consigue producirlo y no vamos a dejarlo ir.

4 comentarios:

  1. Ese músico de la darbuka me recuerda a alguien a quien también vimos cantar en una ocasión...
    ja ja ja RRRRRRRRRRRRRRRRRRrrr

    ResponderEliminar
  2. Pues será entonces él, ya sabes que yo me inspiro así, una mirada, unos brazos, una voz, un olor...

    ResponderEliminar
  3. No sé en quién os habéis inspirado, pero es relato muy sugerente. Muy bien escrito. Un saludo para las dos

    ResponderEliminar
  4. Gracias guapísimo, a ver si nos vemos pronto que ya ni me acuerdo de tu cara.

    ResponderEliminar