miércoles, 28 de julio de 2010

DESCENSO AL INFRAMUNDO




Era un día de verano muy caluroso, ya desde primera hora de la mañana se notaba el bochornazo, me levanté totalmente cubierta de sudor, tomé una buena ducha y corriendo me vestí tras un frugal desayuno, cereales con fruta y yogur desnatado.
Bajé las escaleras como siempre de tres en tres, descendí varias paradas antes de mi destino y a pesar de la hora atravesé las calles que me separaban de mi centro de trabajo con deleite, disfrutando de varios siglos de historia que me contemplaban, una ciudad Neoclásica con ricos artesonados, balcones de forjas florales, metopas con cabezas de héroes mitológicos, esculturas alegóricas haciendo referencia a la victoria, la paciencia y al pensamiento, todo un muestrario del esplendor de tiempos pasados.
Cuando ya estaba llegando, sentí un aliento cálido en mi cuello lo achaqué al calor excesivo del día. Entré con alegría y saludé a mis compañeros, fuimos a tomar un café al office antes de empezar la jornada, como siempre, las bromas se sucedían entre nosotros.
Trabajo en un edificio muy antiguo que ha sido reformado, dejando una estructura moderna y amplia, la parte de arriba es el lugar donde habitualmente estamos, tenemos una zona abajo más grande todavía pero se usa como archivo, sala informática y se encuentran también los aseos. Huelga decir que normalmente poca gente baja, por lo que cuando vas al baño sueles estar sola en penumbra, hay poca iluminación por los pasillos, además la luz se activa a través de una célula fotoeléctrica sensible al movimiento, por lo que cuando llegas a la puerta de estos, te encuentras en una “boca de lobo” y no puedes evitar sentir una sensación irracional de inquietud. Yo por si acaso siempre intento ir al baño de arriba pero como es público, no suele estar muy limpio.
La mañana transcurrió tranquila, a eso de las doce sentí la necesidad de “cambiar el agua al canario” y fui a los baños de arriba, cuando accedí a su interior observé que no había papel y además la cisterna estaba estropeada, entonces decidí bajar a los otros. Descendí por la alta escalera, cuarenta peldaños separaban la parte de arriba de la de abajo, mientras veía un pasillo que se abría ante mí sumido en la semioscuridad, era como si entrase en el inframundo, no podía ver su final, era estrecho y serpenteaba hacia el interior.
No había nadie cerca, las puertas de las salas permanecían entreabiertas, desiertas, dando un toque fantasmal al entorno. Tenía que recorrer el camino hasta el baño, intentaba ir con paso firme pero me temblaban las piernas. Cuando ya estaba cerca de mi objetivo, una puerta situada a mi derecha se cerró de golpe, di un bote, el susto hizo que me subiese la tensión, no podía ser que se hubiese cerrado por corriente de aire, el calor era sofocante y no había ninguna ventilación, ni aire acondicionado; ¿Cómo entonces podía haber ocurrido?
Corrí los escasos metros que me separaban de los aseos, llegué a la esquina que los albergaba, era la puerta de la izquierda, no había interruptor, comencé a moverme rápido para activar la célula fotoeléctrica y así por fin se pudiese hacer la luz, pero seguía la aterradora penumbra. Intenté calmarme y pensar con claridad, solo era un aseo en un trabajo cualquiera, un día como otro, no había pasado nada anormal, solo una puerta que se podía haber cerrado por cualquier motivo natural.
Mi tensión disminuía, por fin se encendió la luz, el canario quedó satisfecho y sonriendo por mi imaginación desbordante, pasé por el lado de la puerta de la ducha, la puerta de esta se cerró dando un gran portazo, aquí sí que me asusté de verdad ya que era científicamente imposible que pudiese ocurrir.
Intenté salir corriendo pero la puerta del aseo también se cerró y además se apagó la luz. Empecé a chillar siendo consciente de nadie iba a escucharme, estaba sola frente a lo desconocido.
Volví a notar el calor de un aliento en mi cuello, seguido de un susurro y de una respiración jadeante, se me erizó todo el vello del cuerpo, empecé a aporrear la puerta, el jadeo dio paso a un latido, después a una risa y noté una mano sobre mi espalda, era áspera, lobuna y el aliento se volvió fétido.
Lágrimas de pavor surcaban mis mejillas.
Mi cuerpo comenzó a temblar de forma involuntaria, mientras el latido iba ganando volumen hasta hacerse insoportable, pensaba que me iban a explotar los oídos.
La áspera mano se cerró sobre mi cuello, apretando, me faltaba la respiración y lo peor era que iba a morir sin entender lo que me estaba pasando, quien era el ser que me robaba la vida.
Era la realidad y parecía ficción.
¿Dónde estaban mis compañeros? ¿Acaso no habían notado mi falta? ¿Tan insignificante era mi presencia?
Toda mi vida empezó a pasar delante de mis ojos como una película, sentí una gran sensación de paz y amor, ya nada me oprimía, era feliz.
De pronto todo cambió, sentí una fuerte sacudida y el dolor volvió de nuevo.

La puerta del baño se abrió tras el último machetazo.
Oí como repetían mi nombre, ya no era una sola mano sino varias las que me sacudían, la luz volvió.
Abrí los ojos, delante de mí estaban los bomberos, el Samur y varios compañeros con cara de preocupación.
El dolor del cuello había desaparecido.
Paloma me abrazó, me dijo que como tardaba tanto en subir, bajaron a buscarme, entonces me oyó gritar y se dio cuenta de que la puerta del baño estaba cerrada.
Había habido un cortocircuito en la planta de abajo que había ocasionado la falta de luz y alterado los circuitos internos que controlaban las puertas y accesos, por todo ello me había quedado atrapada. Los bomberos habían tardado mucho en llegar y seguramente me había quedado dormida durante la espera, pero ya todo había pasado.
-¿Y las marcas de mi cuello? ¿Y el presunto animal que estaba dentro conmigo?-Pregunté presa de un ataque de nervios.
-¿Qué marcas Ana?, no tienes nada en el cuello-dijo Paloma.
-¿Qué animal? Aquí dentro no hay nada.
-Tiene un ataque de ansiedad habrá que ponerle un tranquilizante- dijeron los bomberos.
Un enfermero del Samur me puso una inyección de Valium.
-¡No estoy loca!-gritaba mientras me transportaban en camilla por el pasillo infernal.
Me fui quedando dormida con el efecto del calmante y juro que antes de cerrar los ojos pude ver unos ojos rojos que me observaban y escuché de nuevo un latido que iba creciendo, la puerta del pasillo se cerró, pero mis ojos también se cerraron.
Hoy al abrirlos mientras escribo esta historia, en medio de estas cuatro paredes blancas, vuelvo a jurar que aquello pasó de verdad.

1 comentario:

  1. loca, loca perdida jajajaja Me ha molado mucho la idea de este relato ;)

    ResponderEliminar