jueves, 29 de julio de 2010

POR UNA MIRADA UN MUNDO




Todos los días y a la misma hora se cruzaban, ella iba y él venía, era algo fortuito, pero ella lo deseaba con ardor, era un cruce de caminos, ella iba siempre a las ocho y media de la mañana hacia su trabajo y él presumiblemente también iba hacia el suyo, pero sus direcciones eran opuestas. En aquella fracción de segundo sus miradas se cruzaban al igual que sus cuerpos, él con su mirada de fuego la traspasaba, era tal la intensidad de sus ojos que ella podía percibir su incendio y le correspondía tímidamente ya que la asustaba tal ardor.
Fueron pasando las estaciones, se conocieron en verano, cuando el calor del sol se mezclaba con el calor de sus rostros enrojecidos, la piel de ambos se erizaba con cada “encuentro”, el sentimiento mutuo los hacía livianos, casi etéreos, pudiendo comunicarse a través de su lado más espiritual.
El otoño los descubrió enfundados en sus gabardinas, el paseo se hacía más excitante con el sonido de las hojas al ser pisadas, similar al crujido que hace el papel de regalo al ser tocado, creando las mismas expectativas en ambos, todo era como un regalo por descubrir, pero antes había que retirar el envoltorio brillante, lleno de sorpresas.
El invierno hizo acto de presencia y envueltos en sus abrigos a pesar del frío reinante, sus miradas caldeaban la mañana.
Los días seguían pasando, lentamente, dulcemente, con una ilusión que iba creciendo, como la planta que va despuntando y elevándose hacia el cielo cuya savia era regada y alimentada por el sol de sus miradas.
La primavera llegó, la estación del amor, el aire se llenó de suaves fragancias almizcladas, el termómetro fue subiendo, la ropa se fue aligerando y el deseo se acrecentó. Los encuentros eran cada vez menos casuales, se esperaban, ya no solo se cruzaban, el paso se ralentizaba, el corazón se aceleraba, mil promesas de amor implícitas en el aire, las miradas eran urgentes, apasionadas, casi se rozaban al pasar.
Su Él, como a ella le gustaba denominarlo, era de alta estatura, complexión delgada, pelo algo canoso, abundante, peinado hacia atrás, ojos oscuros, brillantes, porte majestuoso e indumentaria de sport, aunque ella al hacer la descripción mental, se dio cuenta de que realmente poco se había fijado en lo demás centrándose principalmente en sus ojos, ese par de estrellas rutilantes que iluminaban su firmamento.
Ella era bastante normal físicamente hablando, de complexión media, baja estatura, pelo liso castaño, pero destacaban sus enormes ojos soñadores.
Era el treinta de Marzo, su cumpleaños, ese día se esmeró más que otros en su arreglo personal, se duchó con esencias de melocotón, se alisó el pelo, se vistió con un bonito vestido corto de tonos lilas, muy primaveral, se maquilló con tonos pasteles, trazándose una línea azul debajo de sus ojos color de miel que agrandaba su mirada, se aplicó un carmín de tono rosado y antes de salir se echó su perfume favorito de esencias frutales, toda ella era como una jugosa manzana ,una tentación pronta a ser devorada.
Por primera vez en mucho tiempo se sintió bonita, las miradas de los hombres, se posaban en ella, los piropos a su paso se iban sucediendo, se sentía como una princesa. Cuando se cruzó con su desconocido pudo sentir algo electrizante, por primera vez además de mirarla la rozó pasando muy cerca de ella y vio como aspiraba su aroma mientras sus ojos emitían una callada súplica.
Aquello ya se desbordaba, ese sentimiento clamaba, exigía ser consumado, no pudiendo seguir contenido tan solo en sus miradas, la caja de Pandora debía ser abierta.
El día transcurrió festivamente, invitó a tarta a sus compañeros de trabajo, mientas soplaba las velas resignada de entrar ya en la cuarentena, pidió un deseo, conocer a su Él, no sabía ella lo cerca que estaba de cumplirse ese anhelo.
Le hicieron un precioso regalo un libro recopilatorio de toda la obra de Gustavo Adolfo Bécquer, su poeta favorito, a priori le vino a la mente una rima muy famosa :
“por una mirada, un mundo,
por una sonrisa, un cielo,
y por un beso…
¡ yo no se que te diera por un beso!”

Su querido desconocido, no podía dejar de pensar en él ni por un instante, era su ilusión diaria, su destino, sabía que era el amor de su vida, lo presentía, toda la vida esperando y al final había llegado, necesitaba estar con él, era una necesidad con nombre propio, aunque ni siquiera sabía el suyo aunque no importaba.
Pasó rápida la jornada laboral e hizo el camino inverso para irse a su casa, al doblar la última esquina sentado en una terraza estaba él, tomándose un refrescante mojito, el asiento de al lado estaba ocupado por un enorme ramo de rosas. Sus miradas se encontraron y sonrieron, por primera vez escuchó su voz, era varonil, poderosa,
- Toma es para ti, aunque ninguna rosa puede igualarse al rubor de tus mejillas-dijo él tendiéndole el ramo.
Ella sonrió y tomó las flores, estaban frescas, casi recién cortadas y exhalaban una suave fragancia a Jardín del Edén. Era un ramo precioso de rosas blancas, rojas, amarillas y naranjas, dos docenas en total y entremedias un musgo verde y blanco. El papel que las contenía era rojo, satinado y un lazo grande azul lo sujetaba.
Lo que más la emocionó fue la pegatina dorada pegada al papel celofán “te quiero” rezaba y aquella declaración tan esperada la emocionó más que el ramo, era una declaración muy deseada que se materializaba en una pegatina con visos hacia la felicidad.
Ella no supo que decir, pero una lágrima de emoción surcó su mejilla, él se levantó y sin decir nada la besó, no era necesario un interludio, hasta las palabras hubiesen resultado limitadas para expresar un sentimiento tan puro.
El beso fue profundo, apasionado no dejando por ello de ser dulce.
Saborearon por fin la savia de la vida.

Él se llamaba Pablo y ella Iris, una historia de amor real que nos demuestra que nunca hay que perder la esperanza ni la fe de encontrar a nuestro amor verdadero.

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