jueves, 29 de abril de 2010
El torneo
La niña trepó por las piedras sueltas del viejo castillo intentando atrapar al conejo. Saltaba, apareciendo y desapareciendo de su vista.
Durante un breve instante, le había parecido que el conejo le había sacado la lengua, le había indignado tanto que se había separado de sus padres y del resto de los visitantes de las antiguas ruinas.
Consiguió llegar a lo alto del muro derruido, pero al llegar arriba le dio miedo volver a bajar, iba a llamar a sus padres, cuando el conejo volvió a aparecer e hizo gestos con la mano para que le siguiese.
Arriesgándose a romperse una de sus flacas y morenas piernas descendió por el lado contrario al que había llegado, agarrándose al musgo y demás plantas que se introducían entre los sillares, consiguió poner los pies en el suelo, con tan sólo un desgarrón en sus desteñidos vaqueros.
Mama se enfadaría cuando lo viese, eran los cuartos pantalones que rompía ese mes.
El animalito, blanco con motitas negras en el morro, hacía señas impaciente. Corrió hacia él, pero en cuanto giró la esquina en la que se encontraba se quedó boquiabierta, olvidándose incluso de su nervioso amigo, en la explanada del castillo se veían tiendas de tela sobre las que ondeaban estandartes de todos los colores, esforzados escuderos corrían de un lado para otro llevando la comida a sus señores, ayudando a poner las armaduras, limpiando las lanzas y las pesadas espadas.
Los caballos aguardaban pacientes mientras les peinaban y les colocaban las monturas. Menos uno, negro como la noche que bufaba y se encabritaba, desesperando al joven mozo que tenía que cuidar de él, un caballero completamente armado salió de la tienda dando un empujón al muchacho que derribó todas las armas que había pasado largas horas puliendo.
El noble le dio tal palmada que hizo que el caballo cayese sobre sus cuartos traseros, ordenó a su siervo que recogiese todo el desastre y lo amenazó con cortarle las orejas si el maldito caballo volvía despertarle de su siesta.
La niña que contemplaba atónita la escena, en cuanto vio desaparecer al malvado en el interior de la tienda corrió a ayudar al joven que ya había comenzado a agrupar las armas dispersas. Entre los dos tardaron sólo unos minutos en volver a dejar todo como antes del incidente.
El muchacho, llamado David, agradecido, la llevó a visitar el campamento, así conoció al escudero del caballero Leal, que era el mejor tirador de arco de la corte y estuvo encantado de enseñarla como coger un arco y disparar. Varias flechas incluso dieron en la diana.
En la tienda de al lado, en cuyo estandarte podían verse dos leones rampantes se hallaba descansando el señor de Micenas, el de la hermosa cabellera, mientras un poeta tocaba la lira cantando las gestas de su noble amo.
David tomó a la niña de la mano y se coló entre un grupo de pilluelos que rodeaban a un vendedor ambulante, intentando hacerse con alguna de las mercancías de forma fraudulenta, el vendedor espantaba a los harapientos niños a base de cogotazos. Cuando vio a David le cogió del hombro y apoyó su cansado cuerpo sobre el escudero, esté se sacó de algún recoveco de su sayo un trozo de pan seco y se lo ofreció al anciano.
La justa estaba a punto de comenzar y David debía volver para ocuparse de su dueño, indicó a la niña el mejor lugar donde admirar la batalla que en breve se produciría, por conseguir la mano de la delicada y noble Dorinda.
Fue una lucha terrible, los caballeros se enfrentaron a duras pruebas, muchos de ellos tuvieron que ser retirados de la arena tras caer heridos por la lanza enemiga. Al final sólo quedaba en pie el terrible caballero negro, al que David animaba dando grandes voces, intentando que su señor no escuchase los insultos de la gente que se había congregado para ver el espectáculo. Aunque no parecía que esto le afectase demasiado, había derribado con un solo golpe de su brazo a dos caballeros, mientras que con su hacha de doble filo derribaba a un tercero de su cabalgadura. Frente a él se hallaba el valiente hidalgo Don Leal con su fiel servidor, quien tensaba atento su arco por si al de negro se le ocurría alguna sucia treta.
Los dos hombres se enzarzaron en una lucha con espadas, el choque de éstas producía chispas a su alrededor mientras los campesinos animaban a su campeón y lanzaban fuertes carcajadas cuando el contrario caía, levantando nubes de polvo. Finalmente el de negro levantando por encima de su cabeza su gigantesca arma alcanzó a su contendiente haciendo que éste quedase inconsciente.
El conejo tiró de la manga de la niña, indicando que ya era hora de irse, la niña quería quedarse para saber que había pasado con el caballero vencido y quería despedirse de su nuevo amigo, pero el conejo seguía tirando, alejándola del gentío, sólo tuvo tiempo de decir adiós con la mano al viejo vendedor que comía tranquilamente su mendrugo de pan sentado sobre una roca.
Oyó que David la llamaba pero cuando se giró, tropezó con una piedra que la hizo caer. Cuando se levantó, las tiendas, los caballos y su amigo habían desaparecido. El grupo de la visita, con sus padres al frente se encaminaba hacia ella, el guía explicaba un antiguo torneo que se había celebrado en aquella misma explanada, el ganador obtuvo en premio la mano de una noble dama del lugar, a la que se habían dedicado numerosos poemas alabando su hermosura.
“…en la prueba final sólo quedaban en pie el caballero negro venido de tierras aragonesas y el hermoso y admirado caballero Don Leal, quien después de una dura lucha, consiguió a la dama”
- Te equivocas, ganó el caballero negro, que era muy malo pero era el más fuerte de todos – la niña se había adelantado y miraba fijamente al guía, que sonrió ante la interrupción.
- Lo siento, pero en los manuscritos de la época indican claramente quien fue el vencedor, además ¿no te alegras de que ganase el bueno?
La niña iba a contestarle, pero en la esquina opuesta vio un conejo saltando entre las hierbas y decidió que no iba a perder el tiempo en discusiones, tal vez llegase a tiempo de dar otro paseo con David.
(Este cuento lo escribí pensando en mi bombón, la encantan las historias de caballeros y los torneos medievales. Espero que la guste tanto como a mí escribirlo)
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que bonito, es impresionante que puedas escribir algo así y al mismo tiempo los otros relatos, que por cierto tanbién son impresionantes, muy descriptivos.
ResponderEliminarMe parecia estar leyendo Alicia en el pais de los torneos,muy chulo
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