martes, 27 de abril de 2010

Razón sin medida


Cuando me equivoco, se reconocerlo y si es necesario pido perdón.
Pero cuando se que tengo razón no hay quien me frene. Incluso para demostrarlo soy cruel con mis palabras.
En el grupo de amigos teníamos a una persona que mangoneaba al resto. Por suerte para mí, vi sus intenciones y conmigo no lo consiguió.
Avisé que había una jarcia infiltrada y todos se dieron por aludidos. Sólo se lo llamé a esa persona, pero como siempre iba de víctima prefirieron creer lo que ella les decía.
Acabé siendo la mala.
Tampoco es que me importará mucho, pero la indiferencia por mucho que lo neguemos duele. Me sentía impotente y no encontraba la manera de que abrieran los ojos.
Mi ira cada vez crecía más, haciendo que de mi boca salieran palabras hirientes.
No me arrepiento de lo que dije, cuando tengo razón no tengo medida.
Perdí la batalla y preferí alejarme . Era consciente que el tiempo pondría todo en su sitio.
Reconozco que me divertí de lo lindo, viendo los líos en los que se metían por culpa de dicho personaje. Era como si el espantajo encendiera el ventilador detrás de una montaña de mierda y los salpicara a todos.
Cierto día llego a mis oídos que una de esas situaciones provoco la reacción de todos.
Esperé el momento en que todos estuvieran en el bar y entonces fui yo. Con una sonrisa triunfante le dije al camarero:
- dame una botella de champagne, voy a celebrar que se haya demostrado que yo tenía razón.
Lo dije tan alto que todos los presentes me oyeron. Allí mismo abrí la botella, ni corta ni perezosa hice un brindis a mi salud, mirándoles y pegue un trago directamente de la botella.
Sus ojos se clavaron en mi entre enojados y avergonzados.
Enfado porque nunca me escondí y encima me mofé en sus propias narices. La vergüenza porque no podían decirme nada.
Yo había ganado la guerra.
Empezaron todos ha hablarme de nuevo, les seguí el juego, pero a todos y cada uno de ellos les dije que no olvidaba nada. Que no pretendieran que fuese otra vez su confesora.
Me despache con ganas, diciendo lo que pensaba y lo que me parecía todo lo que habían hablado de mí, mientras ellos lo negaban todo, agachando las orejas.
Para todo tenía argumentos y podía demostrárselo. Mi orgullo cada vez crecía más.
Debo decir que ahora cuando me reúno con ellos y les digo algo que se a ciencia cierta y que no me equivoco se lo demuestro pidiéndome un benjamín.
Últimamente estoy algo borrachina.

2 comentarios:

  1. Muy sabio por tu parte,
    se pueden perder algunas batallas pero lo importante es ganar la guerra.

    ResponderEliminar
  2. A mi me da igual que me lleve la contraria y que tenga razón ella, siempre que me invite a una copichuela de champagne (que cultas somos, lo ponemos en francés)

    ResponderEliminar