miércoles, 21 de abril de 2010

Enamorados



El interior de la casa era frío, olía a humedad, un único rayo de luz se abría paso a través de la persiana rota, permitiendo ver el polvo suspendido en el aire.
Tiraron las mochilas al suelo, contentos de haber encontrado aquél refugio. La temperatura había descendido de repente, estropeando lo que iba a ser una alegre acampada.
En vez de volver a casa, habían buscado algún lugar donde pasar la noche. Caminaron durante un par de horas y cuando estaban a punto de darse por vencidos vieron la casa de piedra.
Parecía abandonada, parte de ella se había derrumbado, pero aún conservaba la mitad derecha del tejado. Era perfecta para resguardarse del gélido viento que había empezado a soplar.
Parecían dos parejas muy agradables, de no haber sido por ella, tal vez los hubiese dejado en paz.
No era muy alta, su largo pelo castaño estaba recogido en una coleta que caía por uno de los laterales de la cazadora que la protegía del frío. Sus oscuros ojos pasearon la mirada por las gruesas paredes de la casa, incluso parecieron posarse sobre él durante unos segundos.
Era imposible, pero le pareció distinguir una leve sonrisa.
Los otros tres eran humanos comunes, ruidosos, sin nada que llamase la atención, sin embargo ella era tan frágil y fuerte a la vez.
Se atrevió a acercarse, llegando a rozar un mechón de su cabello, enseguida como si la hubiese atravesado una corriente eléctrica su espalda se enderezó. Miró a su alrededor, sin ver, pero sintiendo su presencia, intuyendo algo en las sombras.
Los otros la preguntaron si pasaba algo, pero ella no dijo nada, parecía tranquila, curiosa pero no asustada.
Pasaron la tarde hablando y tocando una guitarra de cuerdas desafinadas, ella parecía ausente, como si no le importase la realidad que la rodeaba, esperando que el ser se acercase de nuevo.
Antes de meterse en los sacos para dormir, ella soltó su cabello y comenzó a cepillarlo suavemente, una y otra vez.
Alargó de nuevo la invisible mano para acariciar tanta belleza.
Un escalofrío recorrió la espalda de ella, al sentir el tacto, sin dedos que lo produjesen, con los ojos muy abiertos se recostó.
Venciendo su habitual reserva la besó en los labios, sus bellos ojos se abrieron aún más. Se levantó yendo a la habitación contigua.
Allí en voz perfectamente clara, preguntó ¿Quién era?
La puerta se abrió de par en par, los otros tres se habían despertado, impidiendo que se comunicase con ella.
Algo siniestro se avecinaba, lo leyó en sus caras, intentó avisarla, pero sólo se escuchó el sonido del viento.
En la mano de uno de los hombres apareció algo brillante, ella dio un paso atrás, un fuerte y helador viento que arremetió contra los intrusos la permitió escapar.
Algo la arrastró hacia la zona más alta de la casa, la llevó hasta un escondrijo que sólo él conocía. Sabiéndola a salvo, dejó que una furia fría y ardiente se desencadenase en su interior. Atravesó las paredes buscando sus presas que se habían separado.
La mujer buscaba entre los árboles cercanos a la casa, la golpeó con las ramas, aterrorizándola. Comenzó a correr, tropezando, cayendo, volviendo a levantarse aún más asustada, hasta que cayó al precipicio con los ojos desorbitados por el horror. Ya estaba muerta antes de que su cuerpo se estrellase contra las afiladas rocas.
Arrastrado por el viento, regresó a la casa. Uno de los hombres comenzaba a subir las escaleras en el momento en el que llegaba. Su pie quedó atrapado al romperse la madera podrida, lo empujó lo suficiente para hacer que cayese hacia atrás. Agitando los brazos, quedó tirado con el cuello roto. Vivo, sin poder moverse, sólo sus ojos enloquecidos giraban de un lado a otro esperando el golpe de gracia. Deseándolo tal vez.
El golpe no llegó, lo dejó agonizar, espatarrado en las escaleras.
El ruido había alertado al compañero, el único que quedaba , no se paró ni un instante a mirar al caído. Sus ojos fríos miraron hacía arriba, decidido a terminar lo que se había iniciado.
Llegó hasta ella, que pálida pero aún hermosa salió de su escondite para enfrentarse cara a cara con la muerte.
El cuchillo volvió a relucir en la mano, las ráfagas de viento esta vez no consiguieron alejarlo, salvaje se abalanzó haciéndola un profundo corte en el brazo. Un chorro de sangre salpicó el rostro del agresor, convirtiéndolo en el monstruo que era, pareció excitarse con ello.
Continuo cortando, los gritos desgarraban la noche. Sin piedad continuo apuñalando, agachándose incluso para beber la sangre. Se atrevió a besar los labios ya casi inertes, la infamia final.
El ser reunió las fuerzas que le quedaban y descargando sobre él dos siglos de soledad, le hizo atravesar volando la sala. El pesado cuerpo chocó contra la pared, lo último que vio fue el cuchillo elevándose en el aire y clavarse en su corazón. Murió sin comprender lo que había sucedido.
Regresó junto a la dulce niña a la que le quedaban breves instantes de vida, a su alrededor todo era rojo, con cada gota de sangre caída ella perdía más vida.
Murió sin miedo, rodeada por la presencia de su enamorado fortuito.
El espíritu de ella se elevó radiante, aún más bella de lo que había sido en vida. Lo miró sonriendo, por fin podía verle, extendió sus blancos brazos, para abrazarle y permanecer juntos por toda la eternidad.
- Desde entonces rondan los amantes unidos por la casa de piedra- el chaval de la gorra roja, apagó la linterna.
Los amigos que le rodeaban se burlaron de él, no les daba ningún miedo la historia, era de amor no de terror.
Sobre sus cabezas dos entes les miraban, aplaudiendo divertidos la versión romántica de lo que había sucedido. Incluso pensaron en permitir que el chico de la gorra viviese, lo dejarían para el final, entonces decidirían.
El cielo empezaba a cubrirse de nubes negras, el termómetro marco varios grados menos en pocos minutos.
Iban a disfrutar mucho con aquellos muchachitos incautos, casi tanto como con sus tres amigos, que pena que después una caída tonta acabase con ella, al menos así pudo reunirse con aquél que se introducía en sus pensamientos y dictaba sus actos.

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