viernes, 23 de abril de 2010

Mahoma va a la montaña y donde haga falta


Hace unos días recibí la llamada de mi amiga. Me preguntaba que intención tenía para celebrar los san fermines.
La verdad es que no había pensado en ello, aún quedan varios meses. Así que me hizo prometer que iría a su casa.
Cuando colgué el teléfono, comencé a recordar los del año anterior.
Había ido a pasar unos días a su casa del pueblo. Los vecinos eran muy agradables, divertidos y algo alocados. Al día siguiente de mi llegada, preparaban una inauguración.
Creída de que sería un acto público me dirigí a vestirme apropiadamente. Pero la hija de mi amiga me dijo que la ropa más apropiada sería vaqueros y playeras. Como me lo dijo tan convencida, la hice caso.
Al salir al jardín todos los vecinos del barrio estaban preparados con una gran pancarta que decía:
“Inauguración de la retonda de Argatojo”.
Uno de los hombres, en el bolsillo trasero del buzo de trabajo llevaba un spray de pintura de graffitero. Pregunté para que era el spray y me dijeron que tenían que corregir unas cosillas.
Bajamos todos andando, el calor era muy intenso, así que los hombres y algunas mujeres tiraban de bota de vino. Para cuando llegamos a nuestro destino estaban chispa casi todos.
El del bote de pintura se acercó a la señal que indicaba el barrio. Habían escrito Argotojo, muy decidido puso una a y así quedo convertido en Argatojo.
- Señores dos vueltas para que quede inaugurada la retonda.
Así que todos los que habíamos acudido a la inauguración nos pusimos a dar vueltas a la “retonda” , después entre risas regresamos al barrio. Cuando llegábamos al jardín de mi amiga una voz masculina grito:
- ¿sabéis que día es hoy?
Todos miraban extrañados.
Encendió un cohete y dijo:
- Hay va el chupinazo del comienzo de los san fermines en Argotojo.
Nos entregó a todos una camiseta blanca y un pañuelo rojo. Nos ordenó ponernos en un camino y desapareció.
De pronto noté como todos los que estaban detrás de mí, me empujaban diciendo que corriese, el encierro había comenzado.
Cuando miré vi como seis vacas corrían hacia nosotros. No sabía que hacer, mi amiga que no estaba en el camino empezó a gritar:
- Que vienen por mí, llamarlas antes de que me pillen.
No podía correr porque estaba coja e intentaba con las muletas apartarse del camino de los animales que sin nadie que les dirigiese iban en la dirección que les daba la gana.
Cuando ya por fin el ganado estaba en su cuadra encendimos la barbacoa, la cual no se apagó hasta el término de la fiesta.
En mi vida vi comer y beber de aquella manera, no había medida. Era como si no tuvieran fondo. La fiesta duro los siete días de rigor. Me lo pasé muy bien. Hasta aprendí a bailar tangos.
Si eso fue el año pasado, que no harán éste. No tengo duda alguna que yo repito.
Me voy a ese barrio del pueblo de Cantabria, donde como mi amiga dice están en estado salvaje, la civilización no pasa la aduana.
Pero si alguien necesita ayuda, están todos a una como Fuenteovejuna, sobre todo para correr delante de las vacas.

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