sábado, 8 de mayo de 2010

Un encuentro inquietante


Un día cualquiera en mi vida, esperando el metro en la estación de Sol para ir hacía Plaza Castilla, acabo de salir de mi rutinario trabajo, al que voy día tras día, esperando llegar a los 65 años para poder retirarme e ir de vacaciones con el Inserso, dependiendo claro está de la miserable pensión que me quede, si es que siguen existiendo las pensiones para ese entonces.
En el andén hace muchísimo calor y hay demasiada gente, es julio y esperar que refresque un poco, es pura fantasía.
En el andén de enfrente veo a mi amigo Jose, va alelado como siempre, con una chaqueta atada a la mochila con la que va barriendo todo lo que pilla a su paso, en la mano lleva una muñeca, a la que sujeta por debajo de las faldas. Le llamo y todos los que esperan el metro me miran, menos él, claro. Grito más fuerte y parece que el eco retumba por el túnel; esta vez si me ha oído, gira sus ojos miopes hacia donde me encuentro y me saluda con la mano con la que sujeta la muñeca, parece un mal ventrílocuo perdido en el andén del metro, espero que no se le ocurra a nadie darle alguna moneda, aunque no le vendría nada mal.
Por fin llega el metro, acompañado de empujones, pisotones y todo tipo de olores corporales, siempre me he preguntado porque es una descortesía decirle a alguien que huele mal o taparse la nariz y sin embargo ellos van extendiendo por el mundo sus olores y eso sólo se considera una molestia, porque una cosa es el olor del trabajador que regresa a su casa, pero que se ducha todos los días y otra el que solo se ducha cuando llega el domingo del corpus y el resto del año, intenta ocultarlo bajo litros de colonia, con lo que la mezcla de olores es explosiva, como el olor de una crema caducada hace años, si alguien la ha olido, sabe de lo que hablo.
Genial, no queda libre ningún asiento, aunque tampoco me hubiese sentado, con este calor cuando te levantas parece que te has meado y es una sensación de lo más desagradable, si por lo menos fuese refrescante, pero como encima es caliente.
Lo bueno de que vayamos como sardinas en lata es que no necesitas sujetarte en ningún sitio, ya vas sujeta entre los culos de los demás viajeros. Ya podía tomar nota de ello la pelirroja de la derecha, porque tenemos todos claro que es pelirroja natural.
Se van bajando poco a poco y consigo apoyarme en el fondo del vagón, dedicándome a la actividad preferida de los habituales del metro, mirar zapatos.
Que pedicura más pésima, para que se pinta las uñas y después se olvida del esmalte y lo lleva desconchado.
Vaya esas sandalias si que son bonitas, dónde las habrá comprado, cuando yo voy a las zapaterías nunca veo calzado tan chulo, seguramente serán de alguna zapatería que no está al alcance de mi bolsillo, aunque si tuviese dinero que iba a hacer en el metro, a lo mejor la pregunto que donde se las ha comprado.
Al otro lado del vagón veo una bolsa gigante, como esas de los militares, ¿qué narices llevará? ¿bazokas?, se nota que es muy pesada, como si llevase un cadáver dentro, quien tenga que cargar con eso en pleno julio en Madrid debe ser Rambo, aunque al menos ya se ha quitado el sol.
Como no tengo nada mejor que hacer miro al valiente que carga con semejante fardo, los zapatos no me llaman demasiado la atención, pantalones beige, camiseta blanca de manga larga, desde luego que es un valiente con este calor.
Media melena castaña clara con suaves ondulaciones, se encuentra de perfil por lo que no distingo bien su cara, aunque parece muy atractivo, pero está un poco pálido, muy pálido, pero mucho.
Es un vampiro, no sé porque he pensado eso.
Él se gira y me mira fijamente, aparto rápidamente la vista. Tranquila, ha mirado porque nota que le estas mirando, aunque a esta distancia, estamos cada uno a un lado del vagón, pero es que justo se ha vuelto cuando he pensado esa palabra.
Qué tontería, no puede ser, vuelvo a mirarle, es que está tan blanco.
Es un vampiro.
Joder, otra vez se ha girado en el momento en que he pensado la palabra.
Por los altavoces anuncian que vamos a entrar en la estación de Plaza de Castilla, salgo del trance cuando se abren las puertas, él recoge su cadáver y se va, no se vuelve a mirarme y yo me voy a toda velocidad, con el corazón saliéndose del pecho y pensando en lo tonta que soy creyendo que me he cruzado con un ser que no existe, excepto en la imaginación de los escritores ¿o sí existen?

1 comentario:

  1. Desde luego para tí desde luego que existen,
    pero el día que lo confirmes a mí no me conviertas ja ja ja

    ResponderEliminar